Analizar la barroca, hermética y algo tramposa política
catalana no es algo fácil. Por ejemplo, no es que la vicepresidenta del Govern
catalán, Joana Ortega, haya dicho claramente que no se celebrará la consulta
'independentista' el próximo 9 de noviembre. Tampoco es que Artur Mas haya
asegurado tajantemente que esa consulta tendrá que celebrarse de acuerdo con la
legalidad vigente en España o no se celebrará.
Pero al buen entendedor le bastan pocas palabras, aunque sean tan
cuidadosamente difuminadas como las que pueblan la cada día más enrarecida -y
ya es decir-política catalana. Y, como en Esquerra Republicana de Catalunya no
gustan los circunloquios con las cosas de comer, ya han lanzado su advertencia:
ellos tratarán de celebrar el referéndum sí o sí en la fecha que el propio
Artur Mas marcó cuando escribió a los primeros ministros europeos
comprometiéndose a ello. Y, si esto no está de acuerdo con lo que dice el Tribunal
Constitucional, pues se celebra de todas las maneras.
Así, la grieta entre los 'socios', Convergencia i Unió y ERC
se agranda. Como se ha agrandado entre Convergencia y la propia Unió, que está
a la espera del 'papel' prometido para septiembre por Josep Antoni Duran i
Lleida, que lleve muy callado todo este verano de agitaciones, pujoladas, dimes
y diretes. Este silencio de Duran, que es al fin y al cabo una personalidad
política muy representativa, es uno de los factores a tomar en cuenta. Aquí, los
que más gritan son los de la CUP, los de la Assemblea y, claro, ciertos
personajes de Esquerra que 'mancan finezza', como Joan Tardá, empeñados en el
enfrentamiento directo ' con Madrid'.
Y es a esa grieta a la que tendrá que aferrarse Mariano
Rajoy cuando, supongo que a comienzos de septiembre, responda con hechos y
medidas concretos a las veintitrés propuestas que Artur Mas se llevó a La
Moncloa el pasado día 30 de julio. Alguien que tiene por qué saber mejor que yo
el contenido real de aquella 'cumbre' entre Rajoy y Más me dice que ninguna de
las veintitrés propuestas lanzadas por el president de la Generalitat es
incumplible; incluso podrían, algunas de ellas, hacerse realidad en pocas
semanas. La gran pregunta es si eso le bastará a Mas para desembarazarse de su
ahora pegajosa promesa de celebrar el referéndum el 9 de noviembre. De momento,
ya se ve que adelanta sus peones, como Joana Ortega, y mantiene apartados a sus
'halcones', como Francesc Homs, escenificando lo que puede ser un cambio de rumbo.
Desde donde escribo, a seiscientos kilómetros de Barcelona,
las cosas se ven envueltas en la neblina, pero empieza a estar claro que no
habrá consulta el 9 de noviembre. Puede que la fecha se aplace, puede que se
eche agua, de alguna manera, al incendio que Mas provocó tan imprudentemente.
Pero difícilmente podría celebrarse una consulta que sería un claro desafío a
la legalidad, un desafío contra el que ya han prevenido a Mas, que yo sepa,
desde los órganos rectores de la UE, desde la presidencia francesa y desde la
cancillería alemana, al menos.
A Mas le quedaba, junto con la muy improbable victoria del
independentismo en Escocia, esa Diada que él anunció como
"espectacular". Ahora tratan, desde la Generalitat y desde esos
extraños organismos como la Assemblea, de fomentar las inscripciones para la
manifestación, que son notablemente menos que el año pasado. Creo que la gente
va entendiendo que la celebración de la Diada no puede ser 'un desafío a
Madrid', al menos no solamente eso. Habrá, claro, manifestación masiva -en la
que algunas de las bajas serán las de la familia Pujol--, habrá guerra de
cifras en cuanto al número de manifestantes y así se llegará, con las espadas
no tan en alto, al 12 de septiembre. Quizá para entonces, si no lo hacen antes,
Rajoy y Mas puedan volver a sentarse a hablar con tranquilidad y con realismo.
No conviene dejar en el campo de batalla un vencedor y un vencido, y eso es lo
que se espera que acuerden el presidente del Gobierno central y el president de
la Generalitat.
Si todo ello no ocurre así, qué duda cabe de que, como dicen
los de Esquerra, Artur Mas se habrá suicidado y, con él, Convergencia. Y, con
ella, la sociedad catalana, que quedará en manos de un partido extremista, que
no representa ni al veinte por ciento de los catalanes. No nos conviene, a
cuantos amamos a Cataluña aunque sea a seiscientos kilómetros de distancia, ni
ese suicidio de Mas, que aún puede, con todas las condiciones que usted quiera,
ser uno de los nuestros, ni ese ascenso de Esquerra, que jamás será uno de los
nuestros y con quien toda negociación es imposible.
Será, en fin, el optimismo vacacional, pero el caso es que
veo que, como decimos en el norte, donde pasamos el verano pendientes del
tiempo, la neblina puede, al final, dejar paso al sol. Dios, Rajoy, Mas y
tantos otros que andan en la fábrica del clima político, me oigan.
fjauregui@diariocritico.com