Ni vencer, ni ser vencidos (una emoción, un equipo)
lunes 14 de julio de 2014, 21:51h
Sí.
Honroso segundo puesto. ¿Por qué si uno es el número 2 del ránking mundial de
tenis es un genio? ¿O si se sube al podio en la Fórmula 1 con eso alcanza? Ni
hablar si obtiene la medalla de plata en los Juegos Olímpicos... ¡Qué actuación
destacada! Entonces ¿cómo es eso que ser el subcampeón del mundo de fútbol es
una deshonra o una capitis diminutio?
Seguramente
te acordarás que, unos meses atrás, escuchábamos a los que dicen saber de
fútbol despotricando por la conformación de la selección mayor, presta a
participar del campeonato mundial de la disciplina.
Que el
arquero estaba falto de fútbol y no podía participar de la selección "ni de
suplente". Que los marcadores de punta eran prácticamente desconocidos "que
sólo podían ser citados por Sabella" y que el equipo nacional, en su conjunto,
dejaba mucho que desear frente a rivales como España, Inglaterra y el propio
Brasil.
Como
bandera de la ignorancia y lo intolerante, sostenían que "Javier Mascherano ya
no era el mismo", que había bajado su rendimiento en el Barcelona y que
representaba "una duda frente al compromiso mundial". Los que decían saber de
fútbol soñaban una Selección Argentina plena de individualidades y conflictos;
llena de "estrellas" que brillaran tanto que se opacaran entre sí; auguraban un
conjunto que, como de costumbre, no pasara los cuartos de final.
"Algo
se rompió entre Sabella y el equipo", sentenciaba un sabio, justo en el momento
en que la selección consolidaba su maravilloso proceso de complemento y unión
como grupo humano y deportivo. Un proceso que nos llevó hasta la final del
mundo y que, apenas por una cuestión de suerte, nos dejó en el segundo puesto.
"La
victoria tiene centenares de padres, pero la derrota es huérfana", dijo, alguna
vez, John Fitzgerald Kennedy. Lo que lastima es el hecho que aquellos que se
hubiesen exhibido como padres de la victoria de la selección se transformen en
ácidos críticos -ácido como el de la leche cortada... la mala leche, ¿viste?-
ante el subcampeón de mundo.
Jamás
me comí esos conceptos acomodaticios como los de campeones morales o campeones
sin corona, para nada. Digo que el equipo llegó a la final, jugó con garra y de
igual a igual, como nos gusta a los argentinos, y que no nos faltó un "cachito"
de suerte. Virtud y fortuna, dice Maquiavelo, que se deben tener para llegar a
los más altos cargos. Tuvieron toda la virtud, toda...
Conozco
tanto de fútbol como cualquier señora o señor que se plantó frente al
televisor, mientras el cuore hacía un profundo zapateo americano. Los que no
somos especialistas, los que nos mueve la camiseta, los que sentimos el
esfuerzo y los golpes a los pibes como si fueran a nuestros propios pibes,
entiendo nos declaramos satisfechos. Los vimos, nos sigue hirviendo la sangre y
sentimos que han cumplido con creces. No han dejado nada por desplegar y nos
gustaría poder decírselos.
Esta
selección nos deja muchas cosas buenas. Una final jugada de igual a igual con
el mejor . Un partido de dientes apretados que podría haber sido para nosotros.
"Una derrota que tiene más dignidad que algunas victorias", hubiera sintetizado
Jorge Luis Borges.
Pero,
sobre todo, nos exhibe a todos, sin distinción, como enseñanza fáctica, que el
esfuerzo, la unión y el sentido de grupo no tiene límites. Nos dice con
claridad que el héroe es el equipo. Que en soledad nada se puede hacer en este
mundo.
Nos
deja también la emoción; el nudo en la garganta de ver a esos pibes (porque no
sé si te diste cuenta que son pibes de veintipico de años) destrozados por no
conseguir el objetivo.
Y nos
deja un gran orgullo: el de pertenecer a esa gran mayoría de argentinos que
trabajan, que estudian, que se esfuerzan, que sufren, se emocionan y estallan
en una enorme sana alegría como cada vez que el país obtiene un triunfo. Eso
son los argentinos "de selección". ¿Y los demás? Los demás... ¿a quién le
importan?