lunes 31 de marzo de 2014, 15:48h
"Los que reclamaban el
ajuste, ahora se oponen" (J. Capitanich, Jefe de Gabinete de Ministros)
Hubiera podido
decir, con la misma veracidad: "Los que negábamos el ajuste, ahora reconocemos
que ellos tenían razón".
Toda verdad a
medias raya en el engaño.
El ajuste es
necesario por el desajuste previo, que fue advertido por la oposición por lo
menos en el último lustro. Desde esta columna lo dijimos antes, ya en el 2004.
Un mega-ajuste
como el que corona "la década ganada" tiene poco que ver con sorpresas ajenas.
No hubo caída de precios internacionales -como le pasó a Alfonsín-, no hubo
crisis sistémicas que nos alcanzaran, como la de Rusia, México o la devaluación
de Brasil que golpearon a Menem en los 90. No hubo tampoco una suba exponencial
de tasas de interés en el mundo que castigara a los deudores, como ocurrió con
de la Rúa, en el 99.
Acá hubo buenos
precios, buenas exportaciones, no se pagó deuda, existió récord de recaudación,
y hubo salarios en dólares ínfimos durante una década. Lo que también hubo fue
una pésima gestión que desajustó la economía cuando había excedentes, y debe
ajustar cuando se acabaron las reservas.
Las diferentes
oposiciones alertaron sobre la inviabilidad de esta política desde el comienzo
y fueron acentuando las alertas en los últimos años. Las respuestas fueron
soberbias, intemperantes y condenatorias. Y en lugar de reconocer ese error y
convocar con humildad a la unidad nacional, imprescindible para corregirlo
generando confianza, se persiste en la misma soberbia autista.
Así se hizo en
el tema energético, en el del congelamiento de tarifas de servicios públicos
que llevaban a la crisis de todos los sistemas, en la megacorrupción del
transporte, en el vaciamiento del BCRA y en la virtual liquidación de la ANSES.
Mientras el
gobierno no reconozca su error, su mensaje no será creíble. En lugar de ayudar
a la comprensión general de la situación económica, prefiere seguir manipulando
estadísticas, ocultando datos y escondiendo el crecimiento real de la pobreza
al dejar de elaborar las estadísticas que, con los números más cercanos a la
verdad a que son obligados por aquellos a los que pasa el sombrero, queda a la
luz.
El propio
escandaloso grotesco del cálculo del PBI es otro baldón. Por supuesto que es
mejor pagar poco que mucho. Pero a condición de ser honesto. Decidir la
evolución del PBI por un capricho presidencial en lugar de mostrar en forma
transparente los números en los que se basa puede rendir en el corto plazo como
una mentira fraudulenta, pero será un nuevo baldón que se le facturará al país.
Tal vez a la
Señora y al "mundo K" vivir trampeando le parezca sólo una picardía sin contenido
moral. Para la gente normal que nos mira y tiene negocios con Argentina, la
conclusión es otra: otra vez mintiendo. Otra vez en las andanzas. Otra vez
trampeando. Como diría Battle: "...del primero al último"...
Ricardo
Lafferriere