El Rey comienza su 'annus horribililis'
lunes 06 de enero de 2014, 20:36h
Debo confesar que, por un lado, admiré el patente esfuerzo
del Rey por estar presente, con todas las consecuencias, en esta Pascua
Militar. Una presencia que fácilmente podría haberse excusado por hallase aún
en período de convalecencia. Otra cosa es que el Jefe del Estado acaso debería
haberse ausentado, en espera de una plena recuperación, evitándose una imagen
acaso algo heroica, quizá un tanto patética, de cumplimiento del deber hasta el
último extremo de sus fuerzas. Porque tal fue la impresión que en mí dejó: la
de un hombre extenuado, forzado a permanecer de pie ante un atril desgranando
unas palabras que obviamente no eran las suyas y que respondían a un guión
apresurado y descomprometido: no convenía, sin duda pensó alguien, someter al
Monarca a más esfuerzos de los ya realizados con el espléndido mensaje de la
pasada Nochebuena, realizado, claro, en un ambiente más propicio y mucho más
manejable.
He asistido a muchas celebraciones de la Pascua Militar
-dejé de hacerlo cuando a los periodistas se nos vetó la entrada en la
recepción posterior-y conozco, creo que a fondo, su significado y hasta su
relativa tradición. Jamás ví, aunque fuese por la televisión, algo tan
desangelado, tan tenso, tan preocupante. Tanta angustia en tantos rostros. Era
como el pistoletazo de salida de un año que, evidentemente, va a ser un Via
Crucis para un Rey que merece pasar a la Historia con mejores galas y más
gratos recuerdos. ¿Qué hubiese ocurrido si este año, ya digo que de
convalecencia, hubiese sido el Príncipe quien hubiese presidido la parada y la
Pascua entera, con un mensaje atribuido a su padre? Nada. Que la normalidad
hubiese comenzado a instaurarse en este anormal panorama que alumbra el
políticamente preocupante año 2014.
Quisiera que quede claro que no pienso que el Rey esté
acabado, aunque sí que debe iniciar pasos para una progresiva abdicación en el
Príncipe, a punto de cumplir cuarenta y seis años, edad en la que su padre
llevaba ya tiempo reinando y había superado la dura prueba del 23-F. El Rey nos
hace falta, mucha, en esta España que se interroga sobre su presente y, sobre
todo, sobre su futuro, mientras cuestiona muchas cosas del pasado. Una crisis
de identidad que, para gente que, como yo, cree en la Monarquía, necesita a
alguien que, situado por encima de las rencillas partidarias, que ya se ve que
tienen escaso remedio, ponga paz, orden y equilibrio entre las gentes, los
territorios y las coyunturas concretas. Eso mismo es lo que ha significado, y
no sé si aún significa, Don Juan Carlos de Borbón. Un hombre que, además,
podría, desde un plano menos comprometido, insuflar consejos y experiencia a su
sucesor.
No, no me hago ilusiones, esta es la verdad. Sé de las
dificultades, incluso anímicas, incluso históricas, desde luego de recelos
familiares, para que se de uno de los grandes pasos que este país nuestro,
España, necesita.
La pregunta que alguien como yo, que aprecio sinceramente al
Rey, aunque haya criticado varias cosas de su trayectoria -es mi derecho como
ciudadano, es mi deber como periodista--, se hacía en la mañana de este lunes
festivo, viendo a la gente agolpada a las puertas del Palacio de Oriente
aplaudir a una institución, es si este 'estatu quo' podrá mantenerse mucho más.
Sé que muchos piensan lo contrario; son los mismos que creen que no hay que
abrir el melón de la Constitución, porque nunca se sabe hasta dónde llegará la
cata y prueba. Respetando profundamente estas opiniones, yo temo que el melón
llegue a pudrirse. Y sé de las garantías que significa la presencia del Príncipe,
un personaje difícilmente atacable desde cualquier ángulo, incluyendo el del
fervor republicano, porque él sabe que no podrá reinar como su padre, y que
tendrá que ganarse el puesto cada día.
Pues eso: tras el acto voluntarioso, voluntarista, plausible,
admirable si usted quiere, de ayer, ¿qué? No haré más preguntas, Señoría,
Señor.