Represión en el Borda: El "mundo al revés"
lunes 29 de abril de 2013, 09:12h
Para las derechas políticas el kirchnerismo ha
desnaturalizado el orden social. Rectificar ese orden es la misión que se
autoasignan y en este contexto se inscribe la represión en el Borda.
Hacia el mediodía del viernes, cuando todavía la represión
lanzada por la Policía Metropolitana en el Borda no había concluido, uno de los
noticieros centrales de la emisora TN dejaba de lado por un momento los
informes que había preparado para cuestionar una vez más al gobierno nacional,
para pasar a su bloque de entretenimientos. El presentador de dicho bloque
anunciaba el tema del día: un puñado de videos colgados en You Tube sobre gatos
persiguiendo y agrediendo a perros que los doblaban en tamaño. El informe se
titulaba "el mundo al revés".
Título paradójico porque durante largas horas del viernes
los mismos editores titularon como "incidentes" a la brutal represión
de la policía Metropolitana. Aunque no menos paradójico que la inversión de
sentido que el propio Jefe de Gobierno proponía varias horas después, cuando
interpretaba la represión como agresión de los manifestantes a la policía, al
tiempo que reflexionaba: "no es una sociedad normal la que acepta este
tipo de cosas".
Pero también, el título es sintomático del modo en que
perciben la política nacional algunos grupos de poder: hay una matriz
interpretativa que trabaja con la idea de que hoy la Argentina es el "mundo al
revés" y el kirchnerismo es el responsable de esa inversión. Poner en discusión
al Poder Judicial, vincular la selección de jueces con el principio de
soberanía popular o asistir en nombre del Estado a las reuniones de accionistas
de las grandes empresas, constituirían los "indicios" más recientes de que el
kirchnerismo habría dado vuelta el orden "natural" de las cosas. Como los gatos
que persiguen a los perros.
Si la Argentina es el "mundo al revés" entonces cabe
rectificarlo y las derechas políticas locales se presentan hoy a la ciudadanía
como las alternativas que se encomiendan esta misión. ¿Qué han hecho hasta aquí
para llevarla a cabo? Entre otras, dos estrategias han quedado muy a la vista
durante la semana que pasó. Por un lado, se apela a la judicialización de cada
reforma que aprueban los representantes de la soberanía popular, como viene
ocurriendo con la Ley de Medios y como ya se anunció respecto a la Reforma del
Poder Judicial. De este modo, las decisiones políticas populares quedan
supeditadas a un grupo social minoritario, cuya probidad es como mínimo
despareja y su conformación social bastante homogénea -las clases altas y
medias altas, que son las que acceden a los cargos decisorios del Poder
Judicial-. Se trata, en nombre de la República y la división de poderes, de una
nueva versión del gobierno de las minorías "naturalmente" autorizadas.
Otra vía explorada consiste en intentar ampliar el umbral
social de tolerancia a la represión estatal. En ocasión a la violenta represión
del Parque Centenario, sugeríamos en esta misma columna que al macrismo le
interesaba menos el enrejado del Parque Centenario que "medir" cuánta represión
es capaz de tolerar la ciudadanía porteña en nombre del "orden". En esa línea
también se inscribe la represión en el Borda, con el "plus" del abierto aval
que en conferencia de prensa Macri otorgó a la Metropolitana luego de su accionar
durante la mañana y el mediodía. Ese mensaje político es tan grave como la
represión misma, porque no solo autoriza a la Metropolitana para seguir
reprimiendo, sino que también envía un claro mensaje al conjunto de la
ciudadanía: a los disconformes con el macrismo, se les indica cuáles son los
"parámetros" de "tolerancia" que el Jefe de Gobierno porteño establece frente a
cualquier reclamo social; a los que apoyan, se les ofrece una señal de que
quien está dispuesto a ser candidato presidencial en el 2015 es capaz de
gobernar con "autoridad", no dudando en alistar a la policía incluso en un
hospital neuropsiquiátrico.
Además, se trata también de marcar que la policía primero
reprime, y luego, si queda algo por hacer, disuade; pensar lo contrario sería adherir
a los protocolos de seguridad propios del "mundo al revés" kirchnerista, a los
que no adhirió la Ciudad de Buenos Aires.
Por supuesto que este discurso tiene fisuras y algunas de
ellas son muy evidentes. Así, un grupo conformado, ya no por las clases más
bajas de la ciudad que son las históricamente estigmatizadas, sino por actores
con reconocimiento social como médicos y periodistas, son caracterizados como
violentos mientras la Policía Metropolitana, la misma que fue creada por el
"Fino" Palacios y que actuó como actuó en el Indoamericano, en el Parque
Centenario, en la Sala Alberdi y finalmente en el Borda, es presentada como la
víctima directa de los "ataques".
Asimismo, se habla de modernización y de trabajo en equipo,
pero las imágenes demuestran una fuerza totalmente desorganizada, a tal punto
que parece no tener otra estrategia que buscar el choque directo, lo que arroja
indefectiblemente un sinnúmero de heridos, incluso en la propia fuerza
policial.
Finalmente, se pretende construir una imagen de autoridad
política para el Jefe de Gobierno porteño, pero lo cierto es que se le devuelve
a los comisarios todo el poder, con lo cual la institución policial vuelve a
regirse como una corporación y no como una institución pública al mando de la
máxima autoridad política distrital.
Algunas de estas fisuras quedaron en evidencia en el hecho
mismo de llevar a cabo una represión en un hospital neuropsiquiátrico, un caso
único en la historia. Sin embargo, cuando una represión llega tan lejos, el
problema ya no es sólo quién la decide, en este caso Mauricio Macri, sino que
se trata de un problema social, en el sentido de que esa represión se produce
dentro de una sociedad atravesada por prácticas culturales, ideológicas y
políticas capaces de legitimarla, es decir, de producirla no como un fenómeno
extraordinario, sino como un fenómeno posible que surge de su propio seno.
Tan importante como poner el foco en el Jefe de Gobierno es
indagar, interpelar y buscar transformar esas prácticas que se nutren de un imaginario
según el cual es necesario rectificar un orden social que ha sido trastornado.