Cuando los ciudadanos ya no miran a los antiguos dioses
lunes 12 de enero de 2015, 08:12h
Hay en
el ambiente, ahora que de veras empieza la carrera hacia las elecciones, un
aire como de fin de siglo, y eso que estamos estrenando aún el año 2015. Quizá
los tristes acontecimientos en París, culminados con una impresionante
manifestación unitaria, hayan contribuido a alimentar esta impresión
finisecular, que no significa otra cosa que un 'hasta aquí hemos llegado' para
comenzar una etapa nueva: el mundo entero se ha dado cuenta de que hacen falta
fórmulas inéditas, que, de hecho, van llegando, aunque con cuentagotas.
A nuestra más bien chata escala nacional, me
parece que también hay algo de esta sensación de 'fin de una época' que creo
que los ciudadanos corrientes y molientes percibimos de manera más aguda que
nuestros representantes. Pero ahí siguen esas encuestas implacables que, para
lo que valga(n), nos dicen que son fórmulas novísimas las que concitan el mayor
aprecio del electorado, que irrumpen nuevos ídolos en el panorama político y
que los dioses antiguos -dioses, al menos, se creían, y se creen-están dejando
de ser adorados.
Por eso, me parece baladí la noticia, con la
que admito que yo mismo he titulado mis páginas, de que Aznar asistirá a la
convención nacional del PP -una especie de 'congreso entre congresos'-dentro de
algo menos de dos semanas. O las declaraciones de la presidenta de la Junta
andaluza, Susana Díaz, asegurando que no se presentará a las primarias frente a
'su' secretario general, Pedro Sánchez: pues faltaría más que el 'refundador'
del PP no vaya al cónclave más decisivo de su partido desde hace seis años, o
que la 'lideresa' socialista levante bandera contra el candidato a quien ella
misma ayudó a colocar no hace ni seis meses. Esas disquisiciones son parte de
las viejas, caducas, costumbres por las que nuestra clase política se rige.
Como los personalismos de doña Rosa Díez, a quien no le auguro demasiado futuro
político si continúa por ese camino, negándose a una fusión pura y dura con
Ciudadanos de Albert Rivera, en este instante -mañana, quién sabe lo que
decidirá la veleta de la opinión pública y publicada-- el político mejor
valorado tras el Rey, aunque muy lejos de este y suponiendo que el Monarca
pueda englobarse en estas calificaciones.
Yo creo
que nuestra clase política 'tradicional' no acaba de entender el mensaje que le
envían no los sondeos de opinión, ante los que yo siempre me posiciono de
manera algo escéptica, sino los acontecimientos: si tratasen algo más con la
gente de la calle, si mirasen más allá de nuestras fronteras, comprobarían que
la revolución en mentes y actitudes va mucho más allá de si hay o no que llevar
corbata, dejarse el pelo más o menos
largo o teñirse o no la barba: me parece increíble que aún haya asesores que
cobren por eso, o por fabricar discursos adecuados al momento, que mañana puede
llevarse el viento y, como decía Marx (Groucho, naturalmente), si a usted no le
gustan mis principios, se los cambio por otros.
Siento
mucho decirlo, porque le tengo gran respeto y deseo, por el bien de todos, que
acierte; pero si Mariano Rajoy sigue pensando que es natural que, por el hecho
de ejercer el gobierno, siga siendo el farolillo rojo en cuanto a popularidad
de líderes según todas las encuestas, debe empezar a meditar en buscar un
sustituto. Rajoy es el único líder político, entre los pocos que permanecen
tras el tsunami de 2014, que ha decidido mantener el ademán impasible -y
lejano--, aferrado al palo mayor mientras la tormenta devora el barco.
Reconozco sus méritos en política económica y no estoy entre quienes creen, o
dicen creer, que ha sido exclusivamente la acción europea y norteamericana la
que ha propiciado el cambio en los datos de la macroeconomía española. Pero
ahora, remedando la frase tan manida y célebre del asesor de Clinton, 'es la
política, estúpido(s)', y ya no la mera apelación a las bonanzas económicas que
nos va a deparar el año, lo que conviene.
Que a
Rajoy le apoye (ahora) o no Aznar, que designe su dedo -que esa es otra-o no a
'Espe' Aguirre como candidata a alcaldesa, o incluso que sitúe en ese puesto a
la valiosa Soraya Sáenz de Santamaría, que
envíe de una vez a Toledo a María Dolores de Cospedal e introduzca
algunos cambios en el funcionamiento del PP, que ya va siendo hora, son datos,
pequeños datos, de un mismo problema: él. Mariano Rajoy tiene que cambiar, pero
¿puede? El PSOE tiene que cambiar algo, aunque ya ha iniciado un camino, pero
¿a la velocidad suficiente? Susana Díaz, que esta semana mantendrá algunos
contactos con medios informativos en Madrid, nos dará algunas pautas, sospecho.
En la izquierda a la izquierda del PSOE los cambios están siendo, a la fuerza
ahorcan, mayúsculos. La propia Podemos parece que se replantea algunas cosas,
ahora que parece que Pablo Iglesias, que no el partido, va dejando de ser el
favorito de las masas. Y el lío en el centro se resolverá si Rosa Díez se
retira para dar paso a una confluencia entre UPyD y Ciudadanos.
Menuda
movida todo ello, por cierto. No, si ya digo que a los comentaristas políticos nos espera un año muy
movido. Pero lo importante es, creo, que la ciudadanía perciba que este
movimiento a ella le sirve de algo.