miércoles 13 de mayo de 2015, 14:06h
Tenía razón, e ingenio, Felipe González cuando calificaba a
los ex presidentes del Gobierno como 'jarrones chinos': son quizá -quizá,
digo-- bonitos, carísimos y nunca sabes dónde ponerlos, porque ocupan mucho
espacio y no sirven de gran cosa. Acaso, cuando decía aquello, el ex presidente
se ponía la venda antes de la herida de las 'puertas giratorias', del desplante
hacia el sucesor y todas esas cosas que han ocurrido con unos ex jefes de
Gobierno que llegaron al cargo demasiado jóvenes -aunque no lo crea así Albert
Rivera-y se fueron de La Moncloa en plena flor de la vida política, cultivando
bonsáis, abdominales y consejos de Administración.
Pero lo cierto es que ni González, ni Aznar, ni tampoco,
aunque estemos hablando de otra cosa, Zapatero, son trastos inútiles: han
acumulado demasiada experiencia, tantas vivencias, que lo que han tenido ha
sido una beca impagable, que debe revertir en beneficio de todos los españoles.
Lo digo porque con demasiada frecuencia hemos notado la ausencia, especialmente
de los dos primeros, de conmemoraciones nacionales que les hubiesen reclamado
estar allí. Y lo digo también porque, aunque nada sea ilegal, por supuesto,
tantas veces esos dos ex han hecho incursiones en territorio
empresarial-energético que resultaban al menos poco estéticas teniendo en
cuenta el papel que ambos habían tenido en ese mundo cuando tanto mandaban.
Escribo este comentario azuzado por un lado por esa especie
de desprecio al pasado que se ha instalado en la burbuja emergente. Y porque me
alegra mucho que González esté dando la batalla que está dando -ya podría
haberlo hecho cuando Carlos Andrés Pérez, por cierto-por la democratización de
Venezuela, y también, en otro orden de cosas, porque celebro que Aznar irrumpa
como mitinero -gran mitinero, sin duda-en la demasiado átona campaña electoral.
Que está iluminada solamente por algunas 'ocurrencias' de los candidatos,
sillones chester incluidos, y enlodada por ciertas acusaciones que podemos leer
estos días en las que, a la postre, no se halla gran fundamento.
Tanto Aznar como González son políticos de talla, a los que
con justicia se han achacado errores de calibre a lo largo de sus mandatos,
demasiado largo el del segundo, demasiado ensoberbecida la última parte del del
primero. Que entren los ex en la campaña electoral, e incluyo también a
Zapatero, me parece beneficioso, aunque a veces resalte excesivamente la
diferencia de tallas entre los de antaño y algunos de los de hogaño. Pero me
gusta ver a Aznar apoyando a su poco querido Rajoy, como me gusta ver a Susana
Díaz -y a González, y a ZP, claro-respaldando a un Pedro Sánchez hacia el que
tendrán sus prevenciones, desde luego, pero que es el único caballo socialista
posible en el hipódromo de las próximas elecciones generales. Y que, como tal,
bien podría acabar dando con sus huesos en La Moncloa, vaya usted a saber, que
la vida da muchas vueltas.
Aquí, y esta es la primera lección que me parece que todos
deberíamos sacar, no sobra nadie. Independientemente de que nos guste o no su
tono más o menos airado cuando suben al atril mitinero. Independientemente,
claro, de su edad y de cómo hayan empleado su tiempo en las poltronas, Rivera
'dixit'. Lo de los jarrones chinos no dejaba de ser una de esas 'boutades'
chistosas de aquel Felipe en sus mejores momentos. Además, quién sabe, el
jarrón chino relegado del salón en un ángulo oscuro puede que, con las modas
que cambian, el día menos pensado sea objeto de exhibición por su orgulloso
propietario: así son de veletas las opiniones públicas y, por tanto, las
encuestas. Hoy gusta la simplicidad del diseño sueco de Ikea, pero mañana quién
sabe si volveremos los ojos al mantón de Manila y al vestido chinés, y tal vez
recordemos con añoranza algunas -algunas--
cosas de las mejores épocas del felipismo y del aznarismo.