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Día de la Militancia

lunes 17 de noviembre de 2014, 23:49h
¿Hay una edad para empezar a militar? La reciente exposición mediática de un joven militante vuelve a poner esa cuestión en la agenda de debate.
 
Vilipendiado que fue por los medios dominantes, quizás no acepten que una persona a tan temprana edad tenga opiniones políticas, como tal vez les molesta que cualquier persona tenga opiniones. Y políticas. En el gran paraíso liberal que sigue la resaca de las fiestas populistas, allí donde anidan los necesarios ajustes y los adustos rostros, las personas no opinan. Ni piensan. Ni sienten. Apenas pueden ser espectadores pasivos de la instrumentalización real y simbólica por la cual los sectores dominantes se apropian de las ganancias y socializan las pérdidas -que para eso usan al Estado, para eso lo necesitan- en medio de un gran show conceptual donde se luchará ora por los valores de occidente, ora para frenar la subversión, terminar con el desgobierno, con la corrupción, en fin, con todo los que las clases poseedoras fantasean que los pueblos desean, proyectando impotentes su propia frustración (y el goce prejuicioso de esa frustración, llamado gorilismo).
 
Para los que no vienen de la política, para los que no tienen la vivencia de crecer en una familia donde se habla de política, de un entorno que se preocupa por el bien común, por la cosa pública, el caso de Casey Wonder les debe haber parecido bien extraño. ¡Once años y hablar de política! Y con ese nombre tan poco argentino... Por el contrario, el hecho que un joven que reclama voz en cuello dólares para ir a Punta del Este adquiere una dimensión de derecho humano insoslayable, así como la colección de insultos y bajezas con las que prodigan a diario a la Presidenta, su familia, sus funcionarios y sus militantes. Eso sí: un niño con opinión, que se reclame peronista y que tenga vocación de poder, y ya ven camisas pardas y negras en el horizonte. ¿Tanto las extrañan? ¿Tanto menosprecian las convicciones? ¿Tan poco conocen la historia de la Patria misma?
 
Mi padre nació en 1924, en una familia de educadores platenses, radicales. En su hogar se leían todos los diarios, de la mañana y de la tarde. Luego del 6 de septiembre de 1930, se las ingenió para armar un cartel con una lamparita, donde estaba escrito "viva la UCR". Los transeúntes, correligionarios, le recomendaron volver a casa. Se volcó entonces al periodismo militante (hélas! Dirían tantos comentadores actuales) donde escribía a máquina "el Boletín - diario puramente radical" para denunciar el atropello político, tanto como para señalar en la columna social, cuál de su peluches había ido o venido de Buenos Aires, tal la habitual sección "de y para Buenos Aires" de los diarios platenses de entonces.
Otro ejemplo precoz podría ser el relato que Laura Alcoba hace de su infancia durante los setenta. "Maneges", que conocemos en castellano como "la casa de los conejos", narra las actividades de un grupo de militantes en La Plata durante la dictadura, su familia y amigos, vistos por los ojos de una niña. Muchos de los nacidos en la segunda parte de los sesenta nos iniciamos en la mirada política por esos años, por cierto terribles. Después, la vida. Y la política, siempre.
 
A medida de la escritura, aparecen más recuerdos y referencias, de compañeros que hoy recuerdan de su infancia cómo, casi sin nada, la madre cocinaba una ingente cantidad de milanesas, tantas como podía, que excedían por mucho el apetito familiar, para que el padre luego fuera a distribuirlas a otros compañeros escondidos. O esa otra familia que escondía compañeros (algunos ilustres) en su casa, y al niño más pequeño lo ponían a mirar la pared cada vez que alguien entraba o salía, en rumbo a una embajada, otro refugio o la niebla. En caso de allanamiento, al menos, nadie hablaría.
De esa infinita cantidad de acciones heroicas, algunas significativas, otras inútiles, siempre gratuitas y siempre arriesgadas, se ha nutrido la historia política de la Argentina, que en manos del pueblo se torna una gesta. Una gesta militante. Que honra.
Duele al entendimiento que los liberales todo lo descuarticen. Aplican su propia lógica: un niño tiene que ser tonto, una mujer tiene que ser sumisa, un hombre tiene que ser obediente. O un niño obediente, una mujer tonta, un hombre sumiso. O sumiso el niño, obediente la mujer, tonto el hombre. Es posible poner cualquier orden, ya que para la oligarquía sólo puede existir la dominación, proclamada desde sus medios de comunicación como lo sólo legítimo, propalada por sus referentes ¿políticos? como única forma de legalidad. De la naturaleza de cada ser extraen una acción, quizás dos, que los instrumenta acorde a sus intereses. Si los problemas económicos y sociales tiene soluciones técnicas (por cierto, la forma más pura de barbarie), que voten los que saben, dicen, que gobiernen los técnicos y que los negros vayan a laburar sin tanto espamento.
No conciben que un militante, cualquiera sea su edad, pueda ejercer la política, pasar buenos momentos, otros tristes; enfin, vivir la vida en función de sí mismo, de los seres amados, y también en función del conjunto. Que la política es un humanismo. Al menos en nuestra doctrina, donde los ejemplos de Perón, Eva, Néstor y Cristina, como de tantos y tantísimos otros, que estuvieron, están y estarán militando lo demuestra a diario.
 
¡Feliz día de la militancia!
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