Ni vencer, ni ser vencidos (una emoción, un equipo)
lunes 14 de julio de 2014, 16:44h
Sí. Honroso segundo puesto. ¿Por qué si uno es el número 2
del ránking mundial de tenis es un genio? ¿O si se sube al podio en la Fórmula
1 con eso alcanza? Ni hablar si obtiene la medalla de plata en los Juegos
Olímpicos... ¡Qué actuación destacada! Entonces ¿cómo es eso que ser el
subcampeón del mundo de fútbol es una deshonra o una capitis diminutio?
Seguramente te acordarás que, unos meses atrás, escuchábamos
a los que dicen saber de fútbol despotricando por la conformación de la
selección mayor, presta a participar del campeonato mundial de la disciplina.
Que el arquero estaba falto de fútbol y no podía participar
de la selección "ni de suplente". Que los marcadores de punta eran
prácticamente desconocidos "que sólo podían ser citados por Sabella" y que el
equipo nacional, en su conjunto, dejaba mucho que desear frente a rivales como
España, Inglaterra y el propio Brasil.
Como bandera de la ignorancia y lo intolerante, sostenían
que "Javier Mascherano ya no era el mismo", que había bajado su rendimiento en
el Barcelona y que representaba "una duda frente al compromiso mundial". Los
que decían saber de fútbol soñaban una Selección Argentina plena de
individualidades y conflictos; llena de "estrellas" que brillaran tanto que se
opacaran entre sí; auguraban un conjunto que, como de costumbre, no pasara los
cuartos de final.
"Algo se rompió entre Sabella y el equipo", sentenciaba un
sabio, justo en el momento en que la selección consolidaba su maravilloso
proceso de complemento y unión como grupo humano y deportivo. Un proceso que
nos llevó hasta la final del mundo y que, apenas por una cuestión de suerte,
nos dejó en el segundo puesto.
"La victoria tiene centenares de padres, pero la derrota es
huérfana", dijo, alguna vez, John Fitzgerald Kennedy. Lo que lastima es el
hecho que aquellos que se hubiesen exhibido como padres de la victoria de la
selección se transformen en ácidos críticos -ácido como el de la leche cortada...
la mala leche, ¿viste?- ante el subcampeón de mundo.
Jamás me comí esos conceptos acomodaticios como los de
campeones morales o campeones sin corona, para nada. Digo que el equipo llegó a
la final, jugó con garra y de igual a igual, como nos gusta a los argentinos, y
que no nos faltó un "cachito" de suerte. Virtud y fortuna, dice Maquiavelo, que
se deben tener para llegar a los más altos cargos. Tuvieron toda la virtud,
toda...
Conozco tanto de fútbol como cualquier señora o señor que se
plantó frente al televisor, mientras el cuore hacía un profundo zapateo
americano. Los que no somos especialistas, los que nos mueve la camiseta, los
que sentimos el esfuerzo y los golpes a los pibes como si fueran a nuestros
propios pibes, entiendo nos declaramos satisfechos. Los vimos, nos sigue
hirviendo la sangre y sentimos que han cumplido con creces. No han dejado nada
por desplegar y nos gustaría poder decírselos.
Esta selección nos deja muchas cosas buenas. Una final
jugada de igual a igual con el mejor . Un partido de dientes apretados que
podría haber sido para nosotros. "Una derrota que tiene más dignidad que
algunas victorias", hubiera sintetizado Jorge Luis Borges.
Pero, sobre todo, nos exhibe a todos, sin distinción, como
enseñanza fáctica, que el esfuerzo, la unión y el sentido de grupo no tiene
límites. Nos dice con claridad que el héroe es el equipo. Que en soledad nada
se puede hacer en este mundo.
Nos deja también la emoción; el nudo en la garganta de ver a
esos pibes (porque no sé si te diste cuenta que son pibes de veintipico de
años) destrozados por no conseguir el objetivo.
Y nos deja un gran orgullo: el de pertenecer a esa gran
mayoría de argentinos que trabajan, que estudian, que se esfuerzan, que sufren,
se emocionan y estallan en una enorme sana alegría como cada vez que el país
obtiene un triunfo. Eso son los argentinos "de selección". ¿Y los demás? Los
demás... ¿a quién le importan?