Dilma y Lula van a elecciones
miércoles 25 de junio de 2014, 19:52h
El sábado fue oficializada la candidatura de Dilma Rousseff
por el Partido de los Trabajadores, para las elecciones presidenciales del
próximo 5 de octubre. En medio del Mundial, la candidatura tiene el desafío de
absorber nuevas demandas ciudadanas, más ligadas a organizaciones sociales como
los Sin Tierra que a los hastíos espasmódicos de los "sectores medios". El otro
desafío es prolongar por otros cuatro años el logro político más importante del
PT: haber producido una cohabitación entre el liderazgo de Lula (que nunca
desapareció en estos años, y aún hoy tiene un lugar central) y el rol de Dilma
como Presidenta del país.
Cuando el sábado pasado la convención nacional del Partido
de los Trabajadores oficializó la fórmula de Dilma Rousseff y Michele Temer
(del partido aliado PMDB) se volvió a montar la escena que sostiene al proceso
político brasileño. El presidente del PT, Rui Falcao, anunció la fórmula (que
se repite sin cambios a la que ganó en las elecciones de 2010). Acto seguido,
Dilma subió de la mano de Lula, quien habló primero.
Después de cuatro años turbulentos, con una economía que ya
no da números mágicos, con una oposición envalentonada por las manifestaciones
callejeras del año pasado y las actuales contra la Copa, y las mismas tensiones
internas del gobierno, la convivencia de los dos liderazgos no da signos de
agotamiento. Retroalimentación en lugar de una competencia desenfrenada,
solidez política de cara al partido y la sociedad, reparto de roles de acuerdo
a cada coyuntura, son los dato políticos que explican porqué el PT tiene
grandes chances de lograr un cuarto mandato consecutivo, algo inédito en la historia
de Brasil.
Como señaló el propio Lula en su discurso en la Convención
partidaria del sábado: "vamos a demostrar que es posible que una presidenta y
un expresidente terminen su mandato sin que haya ninguna fricción entre los
dos, demostrando que es plenamente posible que creador y criatura vivan juntos
en armonía".
La frase es contundente y muestra una jerarquía imposible de
desconocer, ni de modificar: el creador, no puede dejar de serlo, por más que
la criatura tome vuelo y experiencia. Pero en un estudiado balance de sus
palabras, en seguida Lula redondeó la alquimia que posibilita la extraña
convivencia: "cuando hubiera divergencia entre Dilma y yo, la divergencia
termina porque Dilma tendrá siempre razón y yo estaré equivocado".
Lo de "ninguna fricción" puede no ser del todo cierto: no
faltan quienes ven divergencias de criterio entre ambos líderes. Como tendencia
general se suele marcar una presión del
lulismo a abrir más el cofre de los ingresos y volcarlo en políticas
redistributivas, mientras que desde el lado de Dilma, por el contrario, existe
una mayor preocupación por controlar el gasto y los niveles de inflación. Según
el diario (opositor) Estado do Sao Paulo, esto es lo que pasó recientemente,
cuando la cámara de diputados aprobó una ley donde se fijaba por primera vez un
piso salarial para los agentes de salud que están desperdigados por todo el
territorio nacional y cumplen una función muy relevante en un país que todavía
tiene una estructura sanitaria muy deficitaria. La ley implicaba una importante
erogación por parte del gobierno federal. Y el diario adjudica a Lula el
triunfo de ese mayor gasto frente a las previsiones que tenía la administración
de Dilma, lo que también matizaría aquello de que "yo estaré equivocado". Pero,
en todo caso, se tratan de tensiones lógicas e inevitables. Lo relevante y
atípico es el éxito en la construcción de ese "doble comando" -en términos
argentinos- que parece funcionar en la medida que ambos entienden sus áreas de
injerencia y los límites que ninguno debe traspasar frente al otro.
Lula, el hombre del partido, pero antes que nada el líder
social, funciona como el garante último del pacto que los pobres y las clases
medias bajas sellaron en el 2002 con el primer gobierno que los ubicó en el
centro de sus políticas. Dilma, militante "nueva" del PT, recién se afilió en
el año 2000. Su logro es haber probado que podía conducir el gobierno que le
dejó Lula en el 2010, y sortear con éxito relativo un contexto económico y
social más adverso que el que tuvo su antecesor.
El slogan que eligió el PT para comenzar su campaña dice
bastante sobre la lectura que hace el partido sobre la coyuntura del país: "Mas
cambios, mas futuro". Sin decirlo explícitamente, es una respuesta a un estado
de ánimo social en movimiento, con protestas de distintos sectores, que si no
pueden unificarse en un sólo nudo de problemas sí muestra a una sociedad con un
horizonte de conflictos nuevos, hijos de los 12 años de gobierno de la
izquierda.
De eso se trata la campaña del PT: trabajar sobre los logros
de su propia herencia. Una de las protestas más significativas que se desplegó
durante la Copa lo pinta inmejorablemente. Pocas semanas antes del comienzo del
mundial, cientos de familias ocuparon un predio en San Pablo a poca distancia del estadio de fútbol donde
se inauguró la Copa. Los organizadores son del Movimiento de Trabajadores Sin
Techo (MTST). A diferencia de las protestas urbanas del año pasado, donde las
consignas eran generalistas, y se mezclaban acusaciones de corrupción con
demandas por el precio del transporte público, en este caso el MTST pide que
ese predio y sus ocupantes ingresen al programa de viviendas "Minha Casa, Minha
Vida" que se transformó en uno de los símbolos del último tramo del gobierno de
Dilma.
Horas antes de inaugurar el estadio, Dilma recibió en
persona a Guilherme Boulos, líder del
MTST, y se comprometió a cambiar algunas normas que tenía programa para poder
incluir al MTST y las miles de familias que lo siguen. El movimiento anunció,
entonces, que moderaría las protestas.
En definitiva, lo que deja ver este ejemplo es una dinámica
en donde el gobierno de PT se encuentra con "nuevas" demandas, pero muy lejos
del tipo que imagina la oposición y la mayor parte de la prensa. Son demandas
que surgen de los propios avances logrados en estos años que obligan al
gobierno a profundizar sus líneas directrices originales. En términos
electorales, implica escuchar a su propia base electoral, antes que los cantos
de sirena de grupos que siempre le fueron esquivos (como los sectores medios y
medios altos de las grandes ciudades) pero que son presentados como portadores
de un sentido común general.
Lula, Dilma y los pobres de Brasil, una historia de éxito
político que ya lleva 12 años y que después del huracán mundalista encenderá
los motores para el tramo final de la campaña electoral.