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Los buitres contra los estados

Los buitres contra los estados

Por Federico Vázquez
martes 17 de junio de 2014, 23:54h
La decisión de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos tiene obvias consecuencias para la economía argentina, pero también muestra el grado de descomposición del actual orden internacional, basado en el reinado de las variables financieras por encima de cualquier decisión de los gobiernos nacionales, El final de la reestructuración de la deuda argentina se da en un mundo donde la vieja arquitectura de poder está en declive, pero donde los mapas alternativos, basados en la articulación de los países emergentes, aún están en período de gestación.
 
Como es lógico, la primera preocupación de los argentinos es qué pasará con la suerte del plan de desendeudamiento externo que, con gran éxito, se venía desarrollando desde el 2005, cuando Néstor Kirchner impulsó el primer canje con los acreedores externos. El discurso por cadena nacional de la Presidenta en el día de ayer, advierte, entre otras cuestiones, que el camino elegido será, en un marco de extrema tensión con los fondos buitres y el juez de Nueva York, Thomas Griesa, intentar continuar por esa senda, siempre que no se exija sumir el país en la bancarrota o la hipoteca de su futuro.
 
Sin embargo, a diferencia de otras cuestiones donde nuestro país es un jugador mediano o chico, en el caso de la deuda externa la Argentina es un protagonista de primer orden. La reestructuración de 2005 fue la mayor de la historia del capitalismo, con más de 80.000 millones de dólares sobre la mesa. La suerte con que termine este proceso será un caso ejemplar para el resto del mundo.
 
Lo segundo que cabe recordar es que si bien esa cifra, casi una década después, sigue siendo récord, tranquilamente podría no ser así en el futuro cercano. Hace unos meses, el diario El País festejaba como un gran logro que el peso de la deuda española había descendido al ¡160%! de su PBI. Portugal tiene casi 300.000 millones de dólares de deuda, con un PBI de apenas 224.000 millones. Grecia tiene todavía unos millones más. Una reestructuración de cualquiera de esos países dejaría al caso argentino en un lugar modesto.
 
Si la endeble economía mundial -donde asoman restricciones ya no sólo en las economías del primer mundo, sino en varias regiones emergentes- sigue su curso, muchos otros países de distinto calibre tendrán motivos para preocuparse por la reciente decisión de los tribunales norteamericanos.
 
Resulta evidente que no estamos en un ciclo de "normalidad", sino de excepción, donde una forma de acumulación y concentración económica, que tuvo vigencia en las últimas décadas, da muchos indicios de estar agotándose. Sin embargo, como suele suceder, los que fueron privilegiados en ese esquema, intentan prolongar la agonía todo lo que pueden. Eso se traduce en algo muy visible que no es, sin embargo, una conspiración internacional. Más bien, todo lo contrario. Lo que aparece como visible es la inacción de los gobiernos de los países centrales para gobernar esa dinámica financiera híper recalentada. El gobierno de Obama, que había explicitado su deseo de que la Corte Suprema oiga algunas razones de peso en el caso argentino no jugó, finalmente, ningún papel relevante, aún cuando la decisión puede volver más caóticas las reglas financieras internacionales. Los distintos gobiernos europeos y las instituciones de la Unión Europea continúan con el "dejar hacer" de los mercados, aún cuando las últimas elecciones en el Viejo Continente pusieron en coma a varios sistemas políticos nacionales, ya sea con opciones por izquierda o por derecha.
 
Sin ser apocalípticos, ese "desgobierno" económico, tiene también un sendero geopolítico rastreable. En los últimos días, quedó evidenciado que Estados Unidos, después de una década de presencia en el terreno, no logró ni siquiera una estabilidad aparente en Irak y el gobierno de Obama acaba de avisar, con criterio, que ya no tiene para jugar una carta militar fuerte. En definitiva, que no hay plan. Algo parecido se puede decir de la diplomacia europea y Ucrania: fueron eficaces para ayudar a derrocar al gobierno pro ruso, pero quedaron inmóviles ante la consecuencia casi obvia de la guerra civil y el peligro de quedarse sin el gas de Moscú.
 
En definitiva, son tiempos de gobiernos débiles, sacudidos por la estela de las grandes desregulaciones económicas de los años 80 y 90. En aquellos años, el poder político de los países centrales tenía misiones ideológicas claras: llevar "la democracia y el mercado libre" al resto del mundo, "cobrarse" la victoria histórica sobre el bloque soviético imponiendo una hegemonía norteamericana indiscutida. Hoy, esos objetivos o están caducos o se volvieron muy borrosos.
 
¿Qué hay frente a eso? Prácticamente el resto del mundo, motorizado por algunas potencias como China o Rusia. No casualmente, la actividad multilateral y diplomática tiene como protagonistas a estos países y regiones, como se demostró en la reciente reunión del G77 en Bolivia, o la próxima de los BRICS en Brasil. Dato al margen, ambas en territorio sudamericano. Sin embargo, por más aceleración que se ponga a esta coordinación de los países del "sur", estamos frente a una institucionalidad aún en formación, incipiente y compleja. La impavidez diplomática de los países centrales pone de relieve y jerarquiza estos intentos, pero no reemplaza mágicamente la estructura de un mundo que se sigue rigiendo por los parámetros anteriores, basados en la concentración de poder de los mercados autorregulados.
 
Es este escenario en transformación, donde lo que prima es un vacío de poder antes que un "orden", ya sea establecido o alternativo, el que encuentra a la Argentina en su puja con los fondos buitre. Por momentos muy solitaria, en otros con acompañamientos de los países amigos. Siempre en situación de incomodidad y fragilidad, propia de una pelea que se da en medio de un mundo con reglas que ya no funcionan, pero donde las nuevas todavía no se escribieron.
 
 
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