jueves 12 de junio de 2014, 15:55h
El mundo de los deportes se vuelve a
conmocionar con el Mundial y en muchos países, incluyendo la sede de este
evento, la realidad supera a las emociones positivas que genera una competencia
relativamente sana.
El mundo avanza, las comunicaciones se
optimizan y un deporte llamado "pasión de multitudes" se adueña de las calles,
y de todos los medios de información. Por ejemplo en geografías tan diferentes
como la de Nigeria, Japón o en la de la misma Argentina, se habla de jugadores,
posiciones, posibilidades, éxitos y derrotas. Interesante analizar cuánto del
deporte es rivalidad deportiva y cuánto sensibilidad afectiva. ¿Qué se juega en
un mundial? ¿El desempeño de once jugadores detrás de una pelota o la
subsistencia del "ser nacional" detrás de un triunfo?
Algunas cosas derivadas de los mundiales
han logrado subsistir a través del tiempo y como la canción del mundial de
Italia del 90, son parte de la evocación placentera que dejan estos torneos,
también entran en esta categoría, al igual que en las justas medievales, aquellos a quien se
cataloga casi como héroes a pesar de sus
faltas o la falta de fairplay. Generalmente se viven como gloriosos aquellos goles
que consagraron a un país y se minimizan las derrotas prendiendo el ventilador
que adjudica culpas a ajenos y
extranjeros.
Pero lo bueno sería reflexionar en
cuánto puede modificar un resultado deportivo la realidad de un país si se
tiene en cuenta qué es lo que se juega cuando se juega. Brasil enfrenta la
distinción de ser sede, en medio de una inestable situación sociopolítica
donde se les adjudica a las autoridades fundamentalmente, el
despropósito de las multimillonarias inversiones que demandó el torneo. Otros
países enfrentaron protestas y amenazas pero pareciera que no de la magnitud de
las que son parte de las primeras planas mundiales hoy. Argentina tuvo su Mundial en el que se
preocupó por ocultar una dolorosa realidad conocida más afuera que adentro en
ese momento y se inundó al país de publicidades sobre nuestras supuestas capacidades. Ese Mundial tiñó la calle de celeste y blanco como si se
jugara el nacionalismo detrás de una pelota. Una buena parte de la población
brasileña por el contrario hoy, pareciera haber priorizado su realidad de
corrupción y complicada economía por sobre su "ser nacional". Interesante para
pensar es porqué hombres y mujeres se lanzan a las calles a denunciar y no a
vivar, qué ha hecho que se pase del fanatismo deportivo a la denuncia social.
Será que se está aprendiendo a priorizar aquellas realidades que tienen que ver
con las necesidades primarias de un pueblo o será que se ha orquestado un juego
político para distraer otras intenciones más oscuras y personales. La
experiencia argentina nos ha entrenado para pensar que no todo lo que se
muestra es la verdad.
Vuelvo entonces a sugerir pensar qué se juega cuando se juega,
independientemente de lo que la celeste y blanca nos apasiona. Habrá temas de
la realidad nacional que serán ocultados por la avalancha de los partidos, será
posible ignorar por unos días nuestra propia corrupción, olvidaremos el destino
dado a nuestros dineros y la poca claridad de funcionarios y grupos mediáticos.
Todo es posible cuando no se sabe distinguir cuál es la realidad o cuando es
más fácil prenderse una escarapela y embanderar las calles por un puntapié bien
dado que escuchar la voz de los sin voz o bucear en nuestras propias miserias.
Que Argentina gane o nó no debiera ser
lo más, que nos apasionemos y estemos orgullosos no es malo ni bueno, es parte
de la realidad de esta justa deportiva. Que por más mundial que haya, no
dejemos de buscar la verdad en nuestra propia realidad, eso sí es lo que
debiera importarnos
Silvia Cavadini