lunes 09 de diciembre de 2013, 17:37h
A estas
alturas, debería quedar claro que una economía con 25% de inflación anual,
déficit fiscal, déficit externo, pérdida creciente de reservas líquidas.
Estancamiento del empleo privado, grave distorsión de precios relativos,
pérdida de competitividad externa, y con un crecimiento magro, necesita un
ajuste.
Aunque
se pretenda esconderlo detrás de la catarata de palabras vacías que,
diariamente, nos entrega el Jefe de Gabinete.
Palabras
que, dicho sea de paso, nunca podrán
justificar por qué el gobierno dejó desamparados a miles de ciudadanos
argentinos en una terrible noche cordobesa.
Lo que
ahora hay que debatir es la magnitud del ajuste que se necesita y cómo y quién
lo hace.
La
magnitud, en el corto plazo, dependerá de cuánto endeudamiento neto se consiga,
en el camino al "reendeudamiento" que ahora se procura.
Pero
esta claro que la Argentina como "empresa", no tiene hoy un problema financiero
(que podría arreglarse con deuda), si no que tiene un problema económico, que
sólo se arregla con un cambio sustancial de la política económica.
Insisto,
cuando se tiene un problema económico, la deuda puede postergar la solución por
un tiempo, pero no "es" la solución.
Mucho
menos en el caso argentino, en dónde la deuda, por ahora, sólo puede ser de muy
corto plazo, de manera que este mismo gobierno, o el próximo, deberán renovarla
o pagarla.
Para
peor, el gobierno se va a endeudar en dólares "baratos" y tendrá que devolver
dólares "caros". Es decir, necesitará más pesos en el futuro, para cancelar
esta nueva deuda.
Nótese,
además, que los "créditos de proveedores" de chinos o rusos, no sirven para
engrosar las reservas, dado que son créditos para las empresas chinas o rusas
que proveen bienes de capital. (Sirven para mejorar infraestructura, pero no
son dólares que entran).
Retomando,
dado que el endeudamiento que se consiga no será sustituto del ajuste, el
ajuste habrá que hacerlo igual, y cuánto antes, mejor, o menos costoso.
Y allí
entra el tema de su diseño.
Está
claro que, hasta ahora, tanto el gobierno nacional, como los gobiernos
provinciales, han decidido que el ajuste lo haga el sector privado más
productivo, por un lado, y el de ingresos fijos, por el otro.
A los
primeros, se les cobra más impuestos y se les reduce su rentabilidad a una
"tasa razonable" con "precios adecuados", y de acuerdo a la "cadena de valor"
(¿Será por lo de "oíd el ruido de rotas cadenas"?).
A los
segundos, se les cobra un impuesto inflacionario creciente, que reduce el poder
de compra de sus ingresos.
Pero
este esquema es meramente transitorio. La caída de la rentabilidad tiene un
límite, más allá del cuál las empresas cierran o se corta el sistema de pagos y
cobros.
La baja
del salario real, también, puesto que, en particular en el sector público, en
dónde no existe el problema del empleo, los conflictos llegan a niveles insostenibles,
y obligan a aumentos salariales bruscos y de emergencia. (Cómo ha sucedido esta
semana en Córdoba y La Rioja, y cómo seguirá sucediendo en el resto de las
provincias, con las policías primero y el resto de los empleados públicos
después).
En este
contexto, la idea de reducir el déficit fiscal nacional, para minimizar el
financiamiento con emisión, bajando subsidios al consumo de electricidad, gas y
agua, de los sectores de más altos ingresos que aún no han sido alcanzados por
la eliminación anterior, va en el sentido correcto, pero puede ser
neutralizada, en términos netos, por los aumentos salariales y de jubilaciones
no incluidos en los presupuestos nacionales, ni provinciales.
Además,
esa eliminación parcial de subsidios, no resuelve el problema de las empresas
concesionarias, sólo mejora la situación fiscal.
A su
vez, la idea de acelerar la devaluación, y mantener "baja" la tasa de interés
en pesos, incentiva aún más la postergación de exportaciones (cuánto más tarde
exporte, más gano) y el adelantamiento de importaciones (cuánto antes importe,
menos pago), y acelera la cancelación de deuda externa por parte de las
empresas.
Cada
ciclo populista termina de la misma manera, tratando de postergar el ajuste con
deuda e inflación hasta que la situación se vuelve insostenible y el ajuste lo
termina haciendo el mercado.
Esta
vez, con todavía buenos términos del intercambio, y liquidez global, podríamos
probar con terminarlo