martes 26 de noviembre de 2013, 23:57h
Los planos del debate político e intelectual argentino se
cruzan hasta el nivel de la esquizofrenia.
Está más que claro que los tremendos desajustes provocados
en la economía por el ¨modelo¨ kirchnerista deben ser corregidos. El
mega-vaciamiento del país liquidando todo -reservas, cajas, ahorros, energía,
descuido de la infraestructura, deuda intra-estado, ganadería, saldos
exportables, lácteos, recursos naturales- gastados todos en corrupción y
consumo, tocó fondo.
Se acabó lo que se daba.
Ergo...no es necesario contar con un doctorado en economía
para darse cuenta que el modelo no va más y que su desemboque inexorable es el
ajuste. Como lo venimos diciendo hace años, cada día que pase sin actuar, será
más duro cuando llegue, y menos controlable desde la política. Muy parecido a
la ¨cirugía mayor sin anestesia¨ y al "ramal que para, ramal que cierra¨.
La tendencia que suele tentar a quienes gobiernan de
complicar las cosas creando "relatos" para ocultar hechos por demás
sencillos (por ejemplo, gastar más de lo que se puede, o violar las normas
vigentes, o despreocuparse de las consecuencias de los caprichos) puede lograr
confusión en el corto plazo, pero no cambia las cosas. En nuestro caso, que en
algún momento se acabarían los recursos, que muy pocos se arriesgarían a invertir,
y que nadie nos prestaría.
Ante la inminencia de la implosión la reacción primitiva de
los responsables es repartir las culpas, si es posible con la oposición.
Aparece la ¨vocación de diálogo¨. Macri y Bonfatti, administradores
adversarios, son convocados para ¨trabajar juntos¨. Dificil negarse. También a
sindicalistas, para disciplinar las paritarias y a empresarios para ¨acordar
precios¨, como si unos y otros tuvieran responsabilidad en los desajustes, que
siguen sin reconocerse.
El ¨modelo¨ se agotó, pero el ¨relato¨ se resiste. Es obvio:
implica reconocer la mentira de una década. Porque de eso se trata: de aceptar
que se mintió con la inflación, con la dimensión de las reservas, con el monto
del PBI, con el valor real del peso nacional, con la real capacidad de
producción de la economía y con los fabulados índices de desocupación
disimulados tras centenares de miles de planes sociales cada vez más
insuficientes por la inflación y el estancamiento económicos.
Lo curioso es el posicionamiento discursivo de los
diferentes protagonistas, que muestran la peligrosa subsistencia del populismo
irracional en el escenario argentino. El gobierno se retuerce entre la realidad
y el relato. Sus funcionarios con mayor experiencia política saben lo que hay
que hacer, pero los ¨gurkas¨- y la propia presidenta- terminan diluyendo y
neutralizando cualquier medida. Sin embargo la principal oposición
-cuantitativa-, el Frente Renovador, insólitamente propone empezar de nuevo el
dislate kirchnerista, como si nada hubiera pasado en estos años y todo se
redujera a disputar la titularidad del ¨modelo¨.
No se escuchan hasta ahora pronunciamientos propositivos de
las fuerzas no peronistas, que debieran decidirse a exponer un pensamiento
moderno e inclusivo, superador del populismo.
Son los intelectuales independientes quienes instalan la
reflexión, tímidamente reflejados por el espacio mediático-comunicacional.
Economistas de diversas vertientes pero que recuerdan el ABC de su profesión,
politólogos que de pronto advierten que el populismo que han tolerado -y hasta
justificado mansamente- estos años nos llevó nuevamente al borde de una nueva
crisis, y un lúcido Juan José Sebrelli, sin dudas el más sólido intelectual
argentino, alertando periódicamente desde hace tiempo el rumbo de colisión.
La democracia exige cotejar propuestas. La oposición -las
oposiciones- deben mostrar a los argentinos que un país sin populismo es
posible. Es más: que es el único posible. Que están en condiciones de articular
consensos para un futuro distinto. Que cortaron amarras con las estudiantinas
ideologicistas, tan inconsistentes como el modelo K.
Si no lo hacen, serán tan responsables de lo que viene como
el propio kirchnerismo. Y estarán abriendo las puertas para que la realidad,
que no se lleva por ¨relatos¨, reinicie el ciclo mucho más atrás en el tiempo.
Para ser precisos, a comienzos de la última década del siglo pasado.
Ricardo Lafferriere