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La doble crisis de Estados Unidos

La doble crisis de Estados Unidos

Por Federico Vázquez
martes 22 de octubre de 2013, 12:57h
La crisis política y económica del gobierno de Barack Obama, resuelta en estos días luego de una larga batalla en el Congreso con la oposición republicana, se dio en el marco del retroceso del anunciado bombardeo norteamericano en Siria. Una lógica del juego político de la mayor potencia mundial que impacta puertas afuera.
 
Hay una lógica política, que en general funciona: los imperios exportan sus conflictos y crisis internas fronteras afuera. Se trate de Roma, Gran Bretaña o Estados Unidos, el mecanismo permite solidificar apoyos nacionales y poner en el "otro" la carga de violencia y conflictividad de la propia sociedad imperial.
 
Cierto nivel de "paz" interna resulta necesaria (y a la vez posible) como espejo del poder externo que debe ostentar cualquier país que pretenda ordenar el escenario mundial. Y, a la vez, no hay mejor ordenador doméstico que una guerra, tenga estas las razones y los enemigos que sean.
 
En ese sentido, la actual convulsión política norteamericana -que llegó al punto de poner a la primera potencia ante las puertas de un default de su gigantesca deuda- muestra un gallinero alborotado, que no casualmente aparece después de un duro retroceso norteamericano en la escena internacional.
 
Veamos. Hace menos de un mes pasó algo inédito, al menos para los últimos 30 años de política internacional. Obama y Putin negociaron directamente, sin intervención de terceras partes, un acuerdo que suspendió lo que para todo el mundo era un inminente bombardeo norteamericano sobre Siria.
 
Lo llamativo fue, además, que ese freno ocurrió después de que el propio Obama dijera que se había cruzado una "línea roja", ante el supuesto uso de armas químicas por parte del gobierno de Asad contra vecinos de Damasco. Algo que, al igual que las armas de destrucción masivas de Hussein en Irak, tenía todas las señales de una operación mediática burda, lo que de todas formas no parecía tener ningún efecto en la decisión de EEUU. Lo cierto es que el gobierno ruso, en medio de la reunión del G-20 de la cual era anfitrión, tuvo la fuerza para cambiar un destino que parecía ya escrito. El revés norteamericano fue, entonces, por partida doble: por un lado tuvo que abandonar -al menos en este caso- la doctrina del unilateralismo y, por otro, dar marcha atrás a una acción que ya el propio Obama había anunciado como "inminente". Para un imperio, casi una humillación.
 
Era esperable que eso tuviera una repercusión interna para el gobierno de Obama.
 
Pocas semanas después, la oposición republicana decidió jugar fuerte y aprobó un presupuesto donde no se destinaba un solo dólar para poner en práctica la reforma de salud de Obama, obligando a los demócratas a rechazarlo y paralizando, así, toda la administración nacional.
 
Rebobinemos. A comienzos de 2009, EE.UU. tenía por primera vez en su historia un presidente afroamericano. Por debajo de esa espectacularidad cultural, la cuestión de la cobertura de salud  (se calcula que cerca de 45 millones de estadounidenses no tienen seguro médico) aparecía como una de las grandes promesas que Obama debía convertir en políticas concretas. La oposición republicana fue, desde un comienzo, honesta y feroz. No iba a permitir que semejante política "socialista" se implementara en la tierra del "esfuerzo individual", donde lógicamente, el acceso a la salud está supeditado al éxito que tengas en tu bussines. Ni el Estado ni la sociedad tienen porqué hacerse cargo.
 
El gobierno de Obama, no sin hacer importantes concesiones en el proyecto de ley original, impuso su criterio y entre fines de 2009 y comienzos de 2010, logró que se aprobara en ambas cámaras legislativas una reforma de salud que pone un piso de cobertura mínimo para millones de norteamericanos. Ningún republicano votó a favor de la reforma. Como respuesta desde las "bases" conservadores nació el Tea Party.
 
Al mejor estilo de la Ley de Medios de Argentina, la reforma sanitaria de Obama, aunque aprobada por mayoría en el Congreso, fue impugnada por inconstitucional en los tribunales. Después de dos años de trabas judiciales, la Corte Suprema de Justicia dictaminó que no tenía ningún aspecto ilegal y la dio curso a su aplicación.
 
Como si fuera poco, sobre esta confirmación de la Corte, vino la reelección de Obama, a fines de 2012. Durante la campaña, el presidente ratificó el impulso a la reforma, por lo que su reelección debe leerse como un respaldo ciudadano a la nueva ley de salud.
 
Sin embargo, los republicanos tenían todavía una herramienta más para frenar en los hechos la nueva ley de salud: su financiamiento a través del presupuesto.
 
A comienzos de mes, la Cámara de Representantes en manos de los republicanos, votó un presupuesto donde se dejaba sin financiamiento alguno al nuevo sistema de salud, lo que lo volvía letra muerta. La mayoría demócrata del Senado rechazó el proyecto presupuestario, lo que llevó al "cierre" del gobierno norteamericano y con el pasar de los días, casi al abismo del default, hasta el frágil acuerdo que sellaron los dos partidos el jueves pasado.
 
Al día de hoy, la sensación es que el gobierno de Obama ganó una batalla compleja y tal vez decisiva, donde sostuvo la reforma de salud en un marco donde los republicanos habían jugado con la mayor amenaza posible como puede ser decretar la quiebra estatal.
 
¿Alguien se imagina que semejante escenario de disputa interna podría haber tenido lugar si EE.UU. estuviera en estos momentos liderando una nueva "guerra contra el terrorismo" en Siria?
 
El propio Obama, ya con la crisis presupuestaria resuelta por el momento, vinculó la crisis política interna con la imagen de potencia mundial: "Probablemente nada dañó más la credibilidad de EE.UU. en el mundo, nuestro prestigio ante otros países, que el espectáculo que vimos en las últimas semanas".
 
Esta debilidad -siempre relativa- que atraviesa EE.UU. tiene impacto en nuestra región. En el día de ayer, la primera gran licitación internacional para explotar la inmensa cuenca  petrolera marítima brasileña tuvo una ausencia brillante: no participó ninguna empresa norteamericana, como sí lo hicieron chinas, francesas y holandesas. El poder estadounidense, que durante 25 años estuvo a buen resguardo de cualquier competencia, parece ahora escurrirse por múltiples endijas de un mundo que, al fin y al cabo, le sigue quedando grande
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