lunes 24 de junio de 2013, 10:45h
Si se repasa la lista de los países con mejor calidad de
vida, se podrá comprobar que una característica común a todos ellos, es que se
trata de democracias constitucionales que, por esa razón, tienen a la
independencia judicial entre sus atributos centrales.
La relación entre buenas instituciones, en especial la
protección a las minorías que garantiza una justicia independiente y el
bienestar económico social, es bastante obvia.
El progreso económico de un país depende del capital que se
esté dispuesto a invertir en él y de la calidad de los recursos humanos
que tenga o se genere.
Antes de arriesgar capital y posesiones en un país, lo
primero que se quiere saber es cuales son las "reglas de juego" a las que hay
que atenerse y quienes son los encargados de hacerlas cumplir y con que
efectividad lo hacen.
Las reglas las establecen las sociedades a partir de sus
representantes políticos que redactan y promulgan la Constitución y las leyes. Y el control lo
ejercen jueces independientes de ese poder político, precisamente para asegurar
que, mayorías políticas circunstanciales, como toda mayoría política, no puedan
afectar caprichosamente el derecho de las minorías.
Como la mayoría de hoy puede ser la minoría de mañana, la
idea central es tratar de minimizar la arbitrariedad y la discrecionalidad de
esas mayorías coyunturales. (De allí que cambios profundos en las reglas
requieran de mayorías especiales, es decir, el consenso entre la mayoría de hoy
y la minoría de hoy).
Puesto de otra manera, el riesgo de "expropiación" no puede
depender de la voluntad de una mayoría coyuntural, si no del imperio de la ley.
Un inversor no puede arriesgar demasiado porque hoy "la mayoría está de acuerdo", si piensa que,
si se convirtiera en minoría, correría el riesgo de perderlo todo.
Con la "garantía" de que sea mayoría o minoría, sus bienes
no corren más riesgos que los propios de cada actividad, la cantidad y calidad
del capital invertido, resulta superior. Y al ser superior, mayor es la
probabilidad de crecimiento y progreso.
Lo mismo ocurre con los recursos humanos.
Los mejor educados y capacitados, si hay libre movilidad,
"fluyen" hacia sociedades que remuneran mejor ese trabajo y ofrecen mejor
calidad de vida.
Se produce, entonces, un círculo virtuoso. Protección a las
minorías, más cantidad y calidad del capital. Más cantidad y calidad de
capital, mejor formación, atracción y remuneración de los recursos humanos.
Mejores recursos humanos, mayor productividad del capital, más crecimiento y
progreso, etc. etc.
Lo antedicho no supone que tener independencia judicial sea
suficiente para vivir mejor o para evitar ciclos coyunturales adversos. Pero
sin independencia judicial, la probabilidad de "vivir bien" en un país se
reduce sustancialmente.
En ese sentido, la Corte Suprema con su fallo del martes
pasado, le ha hecho un gran favor no sólo a la democracia constitucional
argentina -ratificando su vigencia- si no también al gobierno.
En efecto, el gobierno kirchnerista con el solo hecho
de intentar abolir nuestra democracia
constitucional, ya ha generado una violenta salida de capitales y se ha visto
obligado a "alambrar" el circuito de pesos, restringiendo al mínimo la compra
de dólares. A prohibir y controlar importaciones. A intervenir cada vez con más
discrecionalidad y arbitrariedad en la actividad económica.
El resultado está a la vista, una economía "trabada", con un
crecimiento mediocre y cortoplacista. Con premios exorbitantes para los
capitalistas amigos y con rentabilidad negativa o muy baja para el resto. (En
especial si se corrige por riesgo de cambio en las normas. De allí la falta de
inversión, por ejemplo en energía, y lo que puede pasar en minería, si la
independencia judicial flaquea).
Ahora bien, si todo esto sucedió, pese a un escenario
internacional muy favorable, ante la sola "amenaza" del fin de la Constitución
que conocemos.
¡Imaginen ustedes la crisis económica en que hubiéramos
estado inmersos hoy, si esa amenaza ya se hubiera concretado!. Si la
independencia judicial hubiera claudicado.
Paradójicamente, la Corte le evitó al gobierno una crisis de
la que no hubiera habido nueva moneda, ni blanqueo que lo salvara. Ahora, un
ciudadano, sea inversor o trabajador siente que, ante las arbitrariedades de
una mayoría transitoria, alguien podrá, eventualmente, defenderlo. No es mucho,
pero no es poco.
Que la Presidenta y su gobierno insistan en querer abolir la
independencia judicial es, en este marco, un inexplicable intento de suicidio
político.