domingo 28 de abril de 2013, 23:56h
George Friedman, un gran experto norteamericano en
geopolítica, definió la estrategia de
posicionamiento en el mundo de los norcoreanos, como la de mostrarse feroces,
débiles y locos.
Feroces, apareciendo ante el mundo como poseedores, o a
punto de poseer, un devastador poder nuclear.
Débiles, para dar la idea de que no importa lo feroces que
sean, no tiene sentido atacarlos y destruirlos, porque se van a caer solos.
Y locos, para dar a entender que responderles sería
peligroso, dado que son capaces de hacer cualquier cosa con tal de mantener el
poder.
No sé por qué recordé estos días aquélla definición de
Friedman, y la asocié libremente con lo que sucede hoy con el posicionamiento
del kirchnerismo.
En efecto, el gobierno argentino también parece posicionarse
como "feroz", tratando de mostrar que tiene poder ilimitado, que controla a
gobernadores, intendentes, legisladores, con la caja fiscal y con el monopolio
de la emisión de moneda. A la prensa, con el ahogo financiero de los
independientes, con la compra ilegal de medios por parte de los amigos, y con
el uso y abuso del aparato de comunicación estatal. Y sumando, ahora, a lo que
queda del poder judicial, con las reformas que saldrán del Congreso.
"Débiles", presentándose víctima en su lucha desigual contra las "Corpo" y sin
voluntad, ni capacidad para ir por la re-re y perpetuarse en el gobierno.
Mientras se genera, en los círculos
opositores, la impresión de que basta con sentarse a esperar que sigan
cometiendo "errores no forzados" y "mala praxis", para que pierdan las
elecciones y se termine su poder.
Y "locos", capaces de hacer cualquier cosa, de cometer
cualquier arbitrariedad.
De "escrachar" por cadena nacional a quienes piensan
distinto. De perseguir a los "enemigos" con la AFIP, o la Secretaría de Comercio. De desafiar fallos
judiciales, locales o internacionales. De acordar con Irán. De agredir a
empresas inversoras de países amigos, obligando a nuestros vecinos a tener
"paciencia estratégica" (a los locos hay que seguirles la corriente). E,
internamente, dejando trascender que una derrota catastrófica, o cualquier
obligación de retroceder, los podría llevar a abandonar el poder y a que todo
el desarreglo populista que han generado, le explote a otro gobierno.
Justo es reconocer que, hasta ahora, esta estrategia ha
resultado exitosa para conservar y ampliar el poder, tanto en Norcorea, como en
la Argentina.
Pero claro, siguiendo con la analogía, y salvando todas las
distancias, esta estrategia tiene sus costos en la calidad de vida de los
ciudadanos.
Si bien, a diferencia de Corea del Norte, el sector externo
agrícola y otros recursos naturales como la minería, siguen proveyendo de
dólares para financiar importaciones de insumos y productos esenciales, y
mantener un buen nivel de actividad económica, la Argentina lleva varios
trimestres estancada.
El empleo privado no crece, ni tampoco el salario real.
Y la parte de "feroces" y "locos", junto a la mala política
económica, ha frenado sensiblemente la inversión, más allá de casos aislados,
que reciben algún regalo extraordinario o que, ante la imposibilidad de girar
dividendos, prefieren reinvertir sus utilidades acumuladas, antes que verlas
"licuarse".
La tasa de inflación, aunque desacelerada por los controles,
se mantiene en los veintipico, mientras una parte de los tenedores de pesos que
también "se quieren ir" incrementa la brecha cambiaria y las expectativas de
inflación y/o devaluación, futuras.
Pero la propia experiencia norcoreana o venezolana indica
que, para terminar con un régimen, no basta con "errores no forzados" y
deterioro de la economía, sobre todo si, como en nuestro caso, dicho deterioro
es, al menos por ahora, suave.
El historiador británico Tony Judt, en su extraordinario
libro sobre la Europa
de pos guerra, recuerda que los nazis necesitaron apenas 1500 administrativos y
6000 soldados, para controlar Francia, por ese entonces una nación de 35
millones de habitantes. Y que manejaron Noruega con sólo 806 funcionarios
alemanes. Si enfrentan pasividad o
complicidad, los "ejércitos de ocupación" o las elites dominantes, son
relativamente pequeños. Si los demás no actúan, porque temen la ferocidad, o
creen en la debilidad o la locura, las cosas no cambian, en todo caso,
empeoran.
Termino estas líneas
con una cita de Judt: "Toda política es el arte de lo posible. Pero el
arte también tiene su ética".