domingo 21 de abril de 2013, 20:34h
La insólita insistencia de Ricardo Alfonsín en declaraciones
periodísticas sobre el "escenario deseado" para las elecciones próximas anuncia
la reiteración de una lectura equivocada del principal problema argentino, que
garantiza la perpetuación del kirchnerismo en el poder.
En efecto, un escenario en el que el populismo se agrupe en
una opción unificada mientras la oposición se divide en dos mitades
"ideológicas" cuidadosamente delimitadas es el "sueño del pibe" para la
presidenta y el oficialismo. Difícilmente se hubieran podido describir con más
nitidez los propósitos estratégicos más íntimos del populismo en el poder.
Lo que resulta en todo caso curioso es que la experiencia
del 2011 no sea procesada adecuadamente por la dirigencia que hoy insiste en
leer la realidad argentina de la segunda década del siglo XXI con las
anteojeras de la primera mitad del siglo pasado, que con su corteza de miras
nos ha conducido al actual vaciamiento institucional.
El principal problema argentino es hoy la carencia de reglas
de juego, por el retroceso que ha sufrido el funcionamiento institucional por
el que tanto luchó, precisamente, el padre del dirigente mencionado.
La reinstauración de las reglas de juego constitucionales no
admite divisiones entre "izquierdas" y "derechas", porque para una democracia
plena ambas son imprescindibles.
Si el obstáculo es justamente un rival que no se define por
ideología sino por su ausencia de convicciones democráticas, cualquier intento
de adelantar el debate sobre temas futuros sin lograr el triunfo en esta etapa
tendrá como resultado inexorable su impotencia.
Los partidos políticos son una cosa. Las coaliciones otra.
Los partidos deben mantener claramente su identidad, para referenciar las
diferentes formas de pensar que tienen los ciudadanos sobre la vida del país y
sus metas de largo plazo. Las coaliciones deben acordar objetivos para una
etapa, sin que nada impida que quienes piensan diferente sobre sus objetivos
finales coincidan en las tareas que deben realizarse en un determinado período
histórico. Así funcionan las democracias maduras, o con dirigentes maduros.
Los ejemplos de la Concertación Chilena que durante veinte
años contuvo exitosamente en una misma propuesta a la derechista democracia
cristiana con el progresista partido socialista, o el frente de gobierno que
sostuvo a Lula y hoy lo hace a Dilma en Brasil incluyendo desde liberales hasta
socialistas son ejemplos cercanos.
Esas tareas, en la Argentina de hoy, se centran en la
reorganización y normalización institucional del país. Ello incluye la
recuperación de la separación de poderes, la reconstrucción del federalismo con
la urgente sanción de la Ley Constitucional de Coparticipación Federal de
Impuestos, la imparcialidad del poder en la lucha política, la independencia de
la justicia, la más irrestricta libertad de prensa y el acuerdo sobre las bases
del funcionamiento económico de la sociedad en lo que, al escuchar a los
economistas de las diferentes fuerzas políticas, no pareciera existir mayor
divergencia a pesar de lo que apriorísticamente podría suponerse.
Esa confluencia puede y debe incluir nuevos temas de agenda
en los que existen, además, coincidencias: la inclusión social, la preservación
del ambiente, la utilización racional de recursos naturales, la intolerancia a la corrupción, la vigencia
plena de los derechos humanos.
Las tareas mencionadas son más que duras para un período de
gobierno y requieren claramente una alianza de poder que debe incluir todo el
colorido democrático y republicano, sin exclusiones.
De otra forma, no se puede ganar. Pero aunque se ganare,
imaginar que una "alianza progresista" pueda gobernar sin el populismo
derrotado y excluyendo, además, a la "alianza moderada" es una utopía, tanto
como su alternativa, que una alianza moderada pudiera hacerlo en las mismas
condiciones. Si no se logra la confluencia de las convicciones democráticas y
republicanas, progresistas y moderadas, se estará pavimentando el camino para
la continuación del populismo.
Hay otra mirada, por supuesto. Es la que cree que hay que
ser "un poco populistas" para poder gobernar, y en consecuencia se piensa en
una alianza marginal con el populismo para facilitarle un cariz "un poco
democrático" a su gestión. Claramente, esa mirada no interpreta el principal
problema argentino y es suicida para su democracia.
Desde esta columna insistimos en el diagnóstico: el objetivo
principal de la Argentina es hoy la articulación de una propuesta política
nítida alternativa al populismo autoritario, que persiga el clientelismo y lo
reemplace por la construcción de ciudadanía, que abandone la humillante
subordinación en la ayuda social reemplazándola por los derechos que surjan de
la ley, que establezca reglas de juego estables para la economía erradicando la
discrecionalidad del poder y que devuelva a los ciudadanos la titularidad de
los derechos y obligaciones propios de una sociedad democrática.