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Mujeres

Por Florencia Saintout
lunes 07 de enero de 2013, 05:01h
Ante la noticia del asesinato de dos mujeres (una pequeña, hija de la otra) en Lincoln esta semana, mi odontóloga se preguntaba si el hecho no tendría que ver con una moda: "esto de la violencia de género, que lo pone de moda ¿no provocará más casos?", decía.
 
En varios momentos y en varios países he escuchado apreciaciones por el estilo, como si en los últimos años hubiera aparecido algo que no existía previamente (la violencia contra las mujeres) y que una vez aparecido se reprodujera  a sí mismo creando una "moda", algo que es completamente falso.
 
UNO
 
Primero hay que señalar que la violencia no es un dato por fuera de la historia. Cuando hablamos de violencia hablamos de una categoría clasificatoria: lo que para unos es violencia, para otros, en otro momento histórico, podría no haberlo sido.
 
Desde este punto de vista es posible pensar que la categoría de la violencia siempre nos habla de su relatividad: más bien es necesario hablar de violencias  que se definen por lo que lo que los grupos dicen y hacen. Así la violencia se define en los términos en que cada comunidad la percibe en relación a condicionantes estructurales. Para todos los actores la violencia no es lo mismo, es decir, que unas mismas prácticas pueden o no ser violentas de acuerdo al lugar que se ocupe en el espacio social o a lo largo del tiempo.
 
Podríamos pensar, por ejemplo, que durante siglos las mujeres fueron consideradas inferiores a los varones, se actuaba en consecuencia y esto no era asumido como violento.
 
Se las caracterizaba con atributos que se imputaban a la naturaleza:  ellos como fuertes y ellas débiles (entonces necesitadas de protección, que la mayoría de las veces fue pagada con sumisión) ; ellos racionales y ellas emocionales (en un mundo social donde razón y emoción no valían lo mismo); ellos el orden (la civilización, la política), ellas el caos (el descontrol, profundamente amenazante del orden); ellos activos y productores (de todo), ellas pasivas y reproductoras (de todo lo que engendraban ellos, incluso las verdades sobre la vida); ellos en el espacio público (donde se decidía el destino común); ellas en el privado (con los no varones, con lo no blancos, con los niños, con los no ciudadanos).
 
Existe una poderosa tradición de una ideología de la inferioridad de las mujeres, sostenida sobre la necesidad de control de lo que se supone amenazante a la dominación masculina.  En esta tradición  reconocemos entre muchas la afirmación antiquísima de que  "la mejor mujer es inferior al peor hombre"; de que "la mujer es un hombre pero fallado" , "su menstruación es semen impuro"; del útero: "su vientre vaga por el cuerpo, es un animal dentro de un animal" .
 
Excluidas de los poderes públicos reservados a los varones, durante mucho tiempo  se les planteó como lugar privilegiado el matrimonio , y así se desplazaban de ser propiedad del padre a serlo del marido. El matrimonio como un espacio de claro control de sus sexualidades, de sus deseos y de su fertilidad. Las mujeres fueron clasificadas como madres y esposas, y si no como prostitutas (que también fueron reguladas e institucionalizadas  por los varones en base a toda una serie discursiva que va desde que "algunas mujeres nacieron para putas";  "que deben  ser reconocidas por su ropaje para favorecer la tarea a los hombres"; "son la enfermedad y el contagio"; "en toda mujer alberga una prostituta";  "la lujuria lleva a que las mujeres maten hombres";  "se prostituyen porque les gusta no por dinero"; "orinan en altares", "conspiran"). Cuando la mujer hace alianzas con otras se teme la  transmisión del peligro : Agripina II "Maldito sea mi vientre".
En esta tradición discursiva las únicas mujeres poderosas son las que se subordinan al orden patriarcal y muestran cómo, si no estuvieran controladas por un principio masculino, todo sería un caos. Esposa,  prostituta o virgen (una manera de liberar a la mujer de ser mujer, de su cuerpo  y de su estigma) la mujer se definió siempre por su postura sexual ante el varón.
 
Sus historias no tuvieron jamás registro escrito. La única historia posible de ser escrita fue la de los varones: la de las guerras, la de los grandes hombres,  la del espacio público que les era vedado a ellas. En todo caso se hacía el relato de unas mujeres excepcionales, justamente para marcar la excepcionalidad o para señalar en sus vidas el peligro que escondían sus deseos si no eran controlados por un varón.
 
Buenas o malas mujeres de acuerdo a la obediencia. La ideología de  la inferioridad estuvo tan arraigada que durante siglos sólo esporádicamente permitió la rebelión.
 
Pero es recién en el siglo XX , más allá de la larga historia de resistencias (y que sería imposible contar en tan pocos caracteres pero que ha sido tan bien documentada por los feminismos varios) los movimientos de mujeres logran organizarse y señalar en ese y para este siglo que ser mujer es un asunto político, público, es decir, histórico. Y que no es natural la violencia que se ejerce contra ellas. Que no se nace mujer sino que se hace, por lo tanto la única manera de hacerse no es aceptando la dominación y la esclavitud.
 
Se le pone nombre a unas violencias como violencias de género (que generalmente ademán vas acompañadas de violencias de clase, entre otras). Se desnaturaliza y  muchas mujeres dejan de aceptar la subordinación.
 
Incluso es posible que hoy no haya un aumento de las violencias, sino que éstas se puedan nombrar lo que las hace visibles (y aunque en aparente paradoja, debería completarse la hipótesis pensando que tal vez la violencia se manifieste de otras formas debido a que no es aceptada).
 
DOS
 
Las violencias (en plural) no son sólo cuestión de individuos violentos, sino de condicionamientos estructurales introyectados y recreados por los sujetos en sus prácticas cotidianas. No es que los sujetos son sólo reproductores inocentes de estructuras más allá de sus conciencias y voluntades, pero tampoco es que la violencia es resultado de actos puramente individuales, de locos  (lo que nos dejaría tranquilos) separados de la historia y la sociedad. La violencia es un hecho social y subjetivo a la vez, que implica una coacción sobre un otro que la sufre, contraria a su interé´s. La violencia está estrechamente ligada a las relaciones desiguales de poder y a la vulnerabilidad de unos en manos de otros.
 
Por eso en un momento histórico como este, en que se ha hecho visible el carácter profundo de  las violencias contra las mujeres es que es posible también combatirlas.
 
Y para combatirlas hay que entender seguramente el carácter milenario de las mismas, sus plataformas que parecen ancestrales. Sobre ellas se asienta  y se justifica cada golpe, cada agravio, cada humillación, incluso cada asesinato por el simple hecho de no obedecer la lógica de los dueños de las mujeres.
 
La Argentina de este siglo ha hecho varios avances en la comprensión e intervención para la transformación de esta realidad. Se ha comprometido con el empoderamiento de las mujeres siguiendo la mejor tradición peronista. Medidas como la jubilación de las amas de casa, o la lucha contra el trabajo precario de las mujeres que limpian la mugre de otros más aventajados van en esa dirección.
 
Vale la pena mencionar en el plano legislativo, a días de haberse sancionado la Ley contra la trata, la sanción en 2009 de la Ley de Protección Integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que se desarrollen sus relaciones interpersonales.  Y en el artículo 5 se caracteriza cada una de estas violencias: la física, psicológica, económica sexual y simbólica.
 
Resalto para esta nota de opinión, la potencia que tiene la noción  de violencia simbólica. Porque el mundo de los humanos además de su materialidad y carnadura (nunca puesta en duda) está constituido por el lenguaje, por lo simbólico, por la cultura, que es lo que hace que determinadas conductas puedas ser vividas como verdades cuando no lo son.
 
Desnaturalizarlas, desmontar su valor de invención, de creación histórica, de artefacto, es una vía fundamental para comenzar la transformación.
 
Si no dejamos de pensar que las mujeres son objetos con dueños (como permanentemente a través de estereotipos nos muestra la televisión: mujeres objetos que por lo tanto pueden tener propietarios que hagan con ellas lo que quieran, incluso matarlas) o brujas, o descerebradas, o yeguas, o que la prostitución es un trabajo, nunca podrá erradicarse del todo las violencias contra ellas.
 
Y en una sociedad que camina todos los caminos de la emancipación, este tiene que ser atravesado. Es un asunto de justicia social.
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