Chávez: La herencia de un líder
domingo 16 de diciembre de 2012, 18:15h
Son días de mucha incertidumbre en Venezuela. Y también en
la región. Una nueva operación de Chávez en Cuba confirma que el desarrollo de
la enfermedad que él mismo dio a conocer el 1 de julio de 2011 continúa.
¿Cuáles son los desafíos de Nicolás Maduro, el sucesor designado?
No caben dudas que la extraordinaria singularidad de Chávez
le dio la revolución bolivariana un impulso intenso. Y más: cuando en 1999 su
candidatura irrumpió en el escenario electoral, el peso de su carisma fue la
clave para inaugurar un nuevo ciclo político. Como se titulaba por aquellos
tiempos, el "huracán Hugo" se llevó puesto un sistema de partidos en franca
descomposición y cerró un largo ciclo de políticas neoliberales. Semejante
transformación fue posible por el hartazgo ciudadano (que ya había dado aviso
diez años antes, durante los días del "Caracazo") frente a los ajustes
permanentes y un dirigente de extracción militar que supo sintetizar ese
reclamo. Como suele ocurrir con los liderazgos, el chavismo fue una obra que en
buena medida creó el propio Chávez.
Pasaron 13 años de gobierno, pero la marca de ese origen
tumultuoso e inexorablemente ligado a una figura, sigue presente. Lo que abre
un interrogante lógico sobre qué ocurriría en caso de que la enfermedad de
Chávez no tenga retorno.
Al mismo tiempo, las mejoras palpables en la vida de
millones de personas y existencia de una fuerza política organizada, permiten
suponer que el proyecto bolivariano seguirá existiendo, aun si se diera el peor
escenario posible para la salud del comandante.
En ese sentido, suelen ser los más opositores quienes cometen el error
de creer que, sin Chávez, Venezuela volvería mansamente a sus antiguos dueños.
Los desafíos que tienen por delante las fuerzas bolivarianas
pueden resumirse en dos aspectos. En primer lugar que la designación de un
"heredero" político sea aceptada como tal dentro de las propias filas
bolivarianas. No se trata, como podría suponer una mirada superficial, de un
simple "dedazo" presidencial, por más legitimidad que este tenga. El chavismo
es un animal complejo, compuesto de múltiples sectores e intereses, y donde
tiene peso un actor prácticamente ausente en otros países de la región, las
fuerzas armadas. Además de un conglomerado de partidos, movimientos sociales y
burocracias de distinto pelaje. La conformación, relativamente nueva, del Psuv
(Partido Socialista Único de Venezuela) es un paso en la dirección de darle
mayor homogeneidad a ese caleidoscopio variopinto, pero no elimina el cuadro de
situación.
Durante años el hombre fuerte del gobierno había sido
Diosdado Cabello, un militar del riñón de Chávez. Y aunque todavía conserva un
poder relevante -es el presidente de la Asamblea Nacional-
su protagonismo se vio mermado después de la derrota frente a Henrique Capriles
por la gobernación del estado de Miranda, en 2008. Para colmo, esa victoria de
la oposición catapultó a Capriles como líder opositor para las presidenciales
de octubre pasado.
Paralelamente se produce el asenso de Nicolás Maduro. Sin
cosificar líneas que son sinuosas, se puede decir que representa al ala
"política" del movimiento, con un origen como sindicalista del subte de
Caracas. Hoy, además del cargo de vicepresidente, Maduro conserva también el
rol como ministro de Relaciones Exteriores, que ocupa desde 2006. Después de
algunos años de cierto hermetismo (en gran parte por un contexto regional donde
todavía primaban los gobiernos neoliberales), la revolución bolivariana
profundizó sus relaciones internacionales de cara a la región y al mundo.
Maduro tuvo ahí un rol central. Su mayor logro es, sin dudas, el reciente
ingreso de Venezuela al Mercosur. Una tarea que requirió paciencia y jugadas
diplomáticas de largo plazo.
Lo mismo podría decirse de las relaciones siempre tensas con
Colombia, que fueron encontrando un sendero más amistoso. Hoy, el propio
gobierno colombiano reconoce a Venezuela como un facilitador del proceso de paz
que se está negociando con las Farc en La Habana. Y, por qué no, haber logrado en los
últimos años una convivencia distante pero de bajos decibeles con los Estados
Unidos. Sobre este escenario, la cancillería venezolana encontró los márgenes
para tender puentes políticos y comerciales con socios más lejanos, como China,
Rusia o Irán. Maduro es un cuadro político en un lugar de gestión donde la
revolución se juega buena parte de su supervivencia.
El segundo desafío es, tal vez, más complejo. Si se produce
el alejamiento definitivo de Chávez, Maduro tendrá que ganar elecciones.
Cualquier pronóstico es aventurero, pero hay un historial a tener en cuenta:
cuando Chávez no fue candidato, los votos escasearon. Pasó con el intento de
reforma constitucional en el 2007, donde el gobierno perdió, y en las
elecciones parlamentarias de 2010, que terminaron en un empate técnico con el
frente opositor.
Finalmente, a pesar de las notorias diferencias de carisma
entre Maduro y Chávez, hay un hilo conductor que puede ser fundamental de cara
al desafío electoral que el sucesor designado probablemente tendrá que
afrontar. Como Chávez que nació en el
campo y se enroló en el ejército como mecanismo de ascenso social, el sucesor
designado también tiene una raíz popular, notoria en su biografía. Ingresó a la
política desde su puesto de trabajo como conductor de buses del metro de
Caracas, no tiene título universitario y puede presentar pergaminos ideológicos
coherentes desde su juventud, cuando militaba en la Liga Socialista.
Así como demostró que se podía elegir un camino distinto al
neoliberal, allá por 1999, la sociedad venezolana es la que tendrá la llave
para mostrar que el rumbo colectivo trasciende a los hombres, por más
excepcionales que estos sean.