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Las mismas islas en otro mundo

Las mismas islas en otro mundo

Por Alberto Dearriba
miércoles 15 de febrero de 2012, 18:47h
Si es cierto que el presidente chileno, Sebastián Piñera, le ratificó telefónicamente al primer ministro Británico, David Cameron, que apoya el reclamo argentino sobre las islas Malvinas, el Reino Unido debería tomar en cuenta la pérdida del principal aliado estratégico sudamericano que tuvo en la guerra de 1982.


Según informó la prensa trasandina, Cameron se comunicó con Piñera para trasmitirle al presidente chileno la postura británica, basada en la autodeterminación los kelpers. Pero según esa información, el jefe de estado chileno le trasmitió al inglés el apoyo a la posición argentina.


Bajo la dictadura de Augusto Pinochet, Chile apoyó durante la guerra de 1982 a Gran Bretaña, pero esa postura se modifica ahora pese a la extracción conservadora de Piñera y a la crítica de sectores ultraderechistas chilenos del Parlamento con históricas posiciones antiargentinas.


La postura del gobierno chileno no es muy distinta a la del colombiano Juan Manuel Santos, también de extracción conservadora y niño mimado de los Estados Unidos en Sudamérica.


A 30 años de la victoria británica en la guerra del Atlántico Sur los pergaminos del vencedor se tornan tan vetustos y arcaicos como el sostenimiento de sus diez enclaves coloniales en ultramar.


Pero la posición del colonizador también es más endeble por el cambio de la relación de fuerzas en el mundo, con la emergencia de potencias como China, India y especialmente Brasil, que lidera esta parte del Planeta.


Ni siquiera los Estados Unidos avalan ya el rechazo frontal del Reino Unidos a sentarse a negociar el futuro de las islas, pese a la alianza histórica que unió a las dos naciones en los últimos cien años.


La enviada de Barak Obama a Buenos Aires, Roberta Jacobson, le ratificó días atrás al canciller Héctor Timmerman la postura del Departamento de Estado que conduce Hillary Clinton, que instó el mes pasado a una negociación bilateral, tal como lo demanda la Argentina.


Las naciones sudamericanas fueron históricamente divididas por la acción diplomática del Foreing Office, pero desde hace una década soplan vientos que resintieron incluso el poder de los Estados Unidos en su patio trasero.


Tan es así que los gobiernos suramericanos decidieron rechazar que los barcos con banderas de las Falkland -como la llaman los británicos- puedan anclar en puertos de la región.


Las coincidencias ideológicas de la mayoría de los gobiernos regionales generaron un momento único en la historia, que permite reconocer claramente la comunidad de intereses latinoamericanos frente a las naciones industrializadas y al capital financiero global.


El rechazó a las pretensiones imperiales de Estados Unidos con el ALCA; el fortalecimiento del MERCOSUR; la creación de UNASUR y la CELAC, son consecuencia de esa nueva situación internacional.


Con el gobierno argentino hiperlegitimado por el respaldo popular y un escenario internacional favorable, se abre una instancia particularmente propicia para el reclamo argentino sobre las islas australes.


El gobierno de Raúl Alfonsín se dedicó a curar las heridas de la guerra y el de Carlos Menem promovió una inútil "seducción" de los kelpers en el marco de promiscuas "relaciones carnales" con los Estados Unidos. Fernando De la Rúa apenas tuvo tiempo de intentar detener la debacle interna.


Y Néstor Kirchner comenzó la reconstrucción nacional en medio de un reposicionamiento internacional en el que dio prioridad a los países de la región.


Después del default, la Argentina fue un paria en los foros mundiales, pero la gestión de Kirchner primero y de Cristina Fernández después, reposicionó al país que hoy se exhibe como modelo de renacimiento en el seno del G-20, un foro internacional que integra junto a las principales potencias.


La exitosa renegociación de la deuda externa con una quita de 65 mil millones de dólares a partir del 2003 y el modelo de crecimiento económico con medidas contracíclicas opuestas a las recetas ortodoxas, le permitieron al gobierno nacional mayor autonomía frente a los países acreedores.


Mientras emergía con sorprendente celeridad de la bancarrota, la Argentina impulsó el juicio y condena de los represores de la última dictadura militar, lo cual la convirtió en un ejemplo que contrasta con la escandalosa condena al juez Baltazar Garzón en España, que se atrevió a intentar esclarecer los crímenes del franquismo.


Contrariamente a quienes sostienen que la Argentina está aislada del mundo porque no recibe créditos internacionales en virtud de que aún le resta saldar sus cuentas con el Club de París, el país tiene hoy un prestigio y autonomía que había perdido con la aventura guerrera de la dictadura y acentuado con la aplicación de un modelo económico y social suicida, que implicó un alineamiento internacional francamente vergonzoso.


Tras la denuncia de militarización realizada por el gobierno nacional, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas trataría por primera vez la cuestión Malvinas.


La Argentina hasta podría conseguir allí los nueve votos necesarios para empujar su reclamo, pese a que obviamente Gran Bretaña utilizaría su facultad de veto para bloquear una resolución favorable a la negociación bilateral. Londres pagaría así un precio político importante frente al mundo y la Argentina daría un paso diplomático importante en su demanda de casi 180 años
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