lunes 19 de diciembre de 2011, 23:19h
Para que las palomas de Buenos Aires no sigan estragando la
ciudad con sus deposiciones, se está pensando en usar halcones para
ahuyentarlas. Después se verá de traer águilas para acabar con los halcones. A
continuación vendrán los cóndores para acabar con las águilas, y enseguida los
cazadores contra los cóndores. ¿Y a los cazadores quién los enfrenta? Otros
cazadores más eficaces y feroces que los otros. Así hasta el infinito. La
famosa Ley de Darwin de selección natural y evolución de las especies ofrece
pruebas empíricas incesantes. Y siempre tiene en la política de la derecha
conspicuos actores. Pruebas están sobrando en el mundo de esa inequidad
zoológica que logra que el piojo se vuelva pulga y la pulga, nada. Y esa nada
sirva para generar mucha riqueza para pocos. Hasta hoy rige esa ley de
entrecasa de que el pez grande se come al chico. Si es que el pez chico anda a
solas y al voleo por ahí sin ninguna militancia ni estrategia, y sin ninguna
revisión de su conducta de víctima. Pero aquí, desde hace tiempo, no hay más
semejante resignación fatalista. En la Argentina actual ya no necesariamente el
resultado es que el halcón se coma a la paloma. O que a la hormiga la aplaste
un zapato de lujo. Ni que el último orejón del tarro no entre porque el frasco
está lleno. Porque si está lleno se pone otro frasco vacío para que el último
orejón entre.
Hace diez años cayeron en la Plaza de Mayo decenas de
cuerpos vulnerables perseguidos y matados por la policía anclada en los
setenta. Aún hay resabios: queda alguno que otro caballo desbocado que pisotea Madres o militantes. Pero hoy, al
final del año 2011 los cuerpos que pasean o se manifiestan en la Plaza, y en
cualquier plaza, ya no temen ser las víctimas y hasta salen a cuerpear
alegremente con amplias garantías de libertad y de supervivencia.
La CGT, que en aquel tiempo de desbande contradecía su
espíritu de lucha entre la aquiescencia pasiva, la desorientación y la rebeldía
sin destino, hoy se da el gusto de discutir de igual a igual con el Gobierno
desde un lugar de privilegio natural y democrático. La CGT está en ese dilema
existencial de ya no ser lo que fue y empezar a ser la que viene, o acomodarse
a destiempo en la remota nostalgia de los cincuenta. Sería una trasgresión al
revés, que de pronto, atacada de angurria inapropiada ante un Gobierno que la
incluye en el mejor rango, la CGT se niegue a continuar su evolución
ideológica. Se sabe que el instinto de salvación prevalece sobre la pulsión
suicida y hay que confiar en ese razonamiento. El de que la de la resistencia,
la de la lucha y el colectivo popular le gane a la de la gordura, la
flexibilización y la burocracia. Si Hugo Moyano salió triunfante del
avasallamiento de los tsunami de los noventa y 2001, no va ser tan zonzo de
arriesgarse a sucumbir cuando nada con
estilo y con salvavidas en aguas amigables.
En tanto, al cabo de estos diez años, el periodismo
predador,- los patrones y los "pendientes" de los patrones- ajeno a esta
fraternidad organizada de la fauna nacional y popular, insiste en "halconizarse"
con fanatismo. Y sea prensa audiovisual o de Papel Prensa, sigue picoteando sin
parar aunque cada vez da más picotazos
en el aire. Presume defender esa "prensa de papel" a la cual pertenece hasta
hoy con arrogante impunidad e histriónica impudicia.
La defienden con el papel de diario y con el diario papel de
sus voces, como si no supieran el origen no justamente enternecedor de la
fábrica.
Entre los muchos tipos de papel están el de estrasa para
envolver cosas ordinarias, el tisué, fino, de seda; el sulfurizado, resistente
al agua y a los ácidos; y el papel de piedra, duro como una cara dura de dueño
de medio hegemónico y de empleado hegemonizado por el medio.
Ah, y de tantos legisladores de papel ya usado y refregado
en el retrete