Se
ha lanzado la lideresa
Esperanza Aguirre a una proclama en la que ella misma se
define como temeraria. Se refiere, sin citarlo, al pasaje aquel en el que
aparcó irregularmente, se fajó con los agentes de movilidad y arrancó de
estampida, embistiendo a una motocicleta de los mentados agentes. Ella debe
sentirse orgullosa del lance, muy celebrado en redes sociales, cenáculos y
mentideros de la castiza villa y corte de Madrid. La capital es un hervidero de
rumores, bravuconadas y desplantes toreros, y festeja con buen humor a quien se
lanza por tales vericuetos: quizá por eso ella es tan popular con minúscula, la
más Popular, con mayúscula. Por cierto, que la señora Aguirre completó la faena
opinando -lo dijo en el curso de un pregón taurino en Sevilla-que aquellos a
los que no les gustan los toros son antiespañoles. Y no, señora Aguirre: como
dejó esculpido el maestro Guerra para la leyenda, "hay gente pa tó". O sea, que
aquellos a quienes no les gusten los toros, aunque sean catalanes, pueden tener
motivos diversos, éticos, estéticos y, si quiere usted, también políticos, para
su rechazo a la fiesta. Ellos se lo pierden.
Lo
que ocurre es que, por muy simpática que nos sea la presidenta del PP madrileño
-a mí, lo admito, me lo es--, no podemos hacer del casticismo, del valor
torero, de la temeridad verbal, de la chicuelina pizpireta, de la 'boutade', de
la broma radiofónica, el marco de convivencia política, como si esto fuese un
remedo, desde la realidad, de la película 'ocho apellidos vascos'. O como si el
patio nacional fuese una inmensa tertulia de esas que a veces nos dejan medio
conmocionados, por lo excesivas. Porque, si la infracción de tráfico es una
broma, mejorada con el adorno de una conversación chulesca con los que se
dedican a vigilar el por otro lado infame tráfico de la capital, ¿qué nos
impide sonreír benévolamente cuando, por ejemplo, cazan al concejal de
Seguridad Ciudadana de Pamplona triplicando la tasa de alcohol? Total, una copa
cuando solo faltan dos meses y medio para San Fermín... Es todo un dislate, ya
digo, especialmente mientras aumenten los accidentes en nuestras carreteras.
Figuro
entre quienes creen que Esperanza Aguirre ha puesto fin con estos episodios a
la posible continuidad de su carrera política, si es que ella pensaba continuarla,
cosa que dudo. Me gustan su talante abierto, su espontaneidad. Pero esas no son
las principales virtudes que han de adornar a alguien que se quiere arrogar,
vía votos, la representación de los ciudadanos. Lo primero de todo es, para
quien quiera ejercer en el servicio público, el respeto a las normas de
convivencia, la aceptación de las reglas del juego, de todas las reglas del
juego. Y luego, si hay que denunciar a alguien por abuso de autoridad, o si hay
que criticar una ley porque es inadecuada o injusta, se procuran los medios
establecidos para ello: nada de brazos en jarras, nada de 'usted no sabe con
quién está hablando', nada de ir por ahí atropellando a pobres motocicletas,
que ninguna culpa tienen.
Eso
sí: cuando tenga que organizar un pregón sobre algo, procuraré invitar a
Esperanza Aguirre para que sea ella quien lo dé, que siempre organiza un buen
revuelo mediático.
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>