He leído en algún sitio un comentario que decía que el
orgullo español por sus instalaciones de alta velocidad ha sufrido un duro
quebranto con el terrible accidente de Santiago de Compostela. Y que ello
significaba, de rechazo, un nuevo golpe a la ya maltrecha 'marca España', que
ya ni siquiera los más entusiastas se empeñan en resucitar. Sin duda, los
efectos del descarrilamiento del tren Alvia van más allá de las devastadoras
pérdidas humanas, que son lo más importante, y de las económicas, que en este caso
son secundarias: todavía pasarán meses antes de percibir en toda su magnitud
las consecuencias de un error humano al que, con todo, pienso que se supo hacer
frente con solidaridad, dignidad y, con los fallos que usted quiera, con
bastante eficacia.
Lo que ocurre es que el accidente se produjo en uno de los
momentos más agudos de esos ataques de nacional-pesimismo que periódicamente
sufrimos los españoles. Y, entonces, todo viene a corroborarnos lo mal que van
las cosas, desde la seguridad ferroviaria -y somos el país europeo con mejores
infraestructuras en este campo-hasta la integridad moral. Mézclese todo y
lograremos un coctel resonante.
Personalmente, tiendo a inclinarme hacia el optimismo cuando
tantas cosas parecen, y están, perdidas. Creo que reconstruir el concepto de la
'marca España' -en primer lugar, sustituyendo a algunos de sus responsables
directos, cuya visión del tema es tan limitada-es posible y urgente. Por
ejemplo, tiendo a pensar que Mariano Rajoy, que tanto ha tardado en decidirse a
acudir al Parlamento para explicar lo de Bárcenas, puede ganar por goleada a
las filtraciones que malintencionadamente va diseminando el ex tesorero; lo
primero, reconociendo la veracidad que puedan tener, para lo cual será muy
conveniente escucharle pronunciar la palabra 'Bárcenas' ante el micrófono; y lo
segundo, desmontando, con propuestas de futuro, la desmoralización general
causada por el pasado.
Ignoro si el presidente se plantea llegar hasta el borde del
precipicio en esta muy esperada comparecencia. Pero que no piense que puede
hacer una faena de trámite y largarse a continuación a sus vacaciones gallegas,
porque el dinosaurio, como en el cuento de Monterroso, seguirá ahí, en Soto del
Real, al amanecer. No se trata de salvar la cabeza de Rajoy, ni la de algunos
de los centuriones del Partido Popular: se trata de salvar esa 'marca España',
tan zarandeada incluso, ahora, por accidentes ferroviarios. No quisiera dar la
sensación de que mezclo cosas que han de mantenerse separadas, pero lo cierto es
que 'marca España', o sea, la visión que de España tenemos dentro y fuera de la
península, lo engloba todo ahora: el estado de las infraestructuras y también
el estado moral de la nación. Y, con todo, no queda más remedio que afirmar que
el primero es -duro resulta decirlo en estos momentos-mucho mejor que el
segundo.
fjauregui@diariocritico.com