jueves 25 de julio de 2013, 08:54h
La jornada de este jueves, 25 de julio, día de Santiago,
patrón de España y muy especialmente de Galicia, iba a ser festiva. Nos
anunciaban unos buenos datos de la EPA, medio país piensa ya en las vacaciones,
en Santiago de Compostela preparaban su velada de fuegos artificiales, que
anunciaban la fiesta, y la normalidad era, en líneas generales, la tónica de lo
que iba a ser el día. Quién iba a pensar, a las ocho de la tarde del miércoles
24, que iba a ser la noche más larga. Una noche en la que centenares de
personas angustiadas trataban, con menor o mayor éxito, de localizar a 'sus'
desaparecidos, mientras la cifra de muertos en el accidente ferroviario en
Santiago de Compostela iba aumentando: primero cuatro, luego diez, luego
treinta y cinco...hasta los setenta y siete en el momento de escribir este
comentario, con posibilidades de ir a más, es decir, a peor.
Setenta y siete muertos y ciento cincuenta heridos, algunos
de ellos de gravedad, es una cifra impresionante. Una tragedia que marcará un
hito en la historia de los accidentes ferroviarios en el mundo. Una puñalada en
el corazón de ese orgullo de las infraestructuras patrias, el ferrocarril. Una
vía nueva, precursora del AVE a Galicia, que ha fallado. Un fallo, parece,
humano -exceso de velocidad en una curva calificada como
"complicada"-. Rumores -¿atentado? Parece del todo descartado-.
Desconcierto -la angustia de quienes no encuentran información sobre los seres
queridos que no emiten noticias-. Una ciudad, Santiago, una comunidad, Galicia,
un país, España, desolados. Estos también son datos, como lo son que ha llegado
la hora de las acusaciones, de las disculpas, de la indignación.
Aún faltan muchas investigaciones, falta sacar muchas
conclusiones, que sirvan para tratar de evitar que algo tan terrible se repita.
Lo cierto es, hay que decirlo precisamente ahora, que los trenes españoles son
un ejemplo para el mundo, que el ferrocarril es el modo de transporte
considerado más seguro...y que los fallos humanos existen. No ha sido
inadecuación en las instalaciones, ni material anticuado. Ni un accidente
provocado, salvo que los expertos digan otra cosa. Pero sí detectamos algunos
fallos de información, tanto en las instancias oficiales como, acaso, en la
propia Renfe. Quienes han vivido esta larga noche de angustia denuncian, y sin
duda tienen razón para hacerlo, colapso en los teléfonos, cierta
descoordinación informativa. Lamentablemente, todo es comprensible en una noche
de colapso en los hospitales y en las carreteras de una ciudad que estaba preparada
para el día más grande del año, la fiesta del patrón.
Por eso mismo, por el desconcierto, la indignación, el
dolor, la frustración, lógicos en momentos como este, hay que pedir serenidad.
A las autoridades, que ahora tienen que acordar las ayudas urgentes e
imprescindibles; a los organismos afectados; a los familiares de las víctimas
y, en general, a toda la opinión pública, que se despertó este jueves negro con
la sensación de haber recibido un mazazo colectivo.