lunes 16 de marzo de 2015, 09:38h
La mitad
de los actuales diputados seguirá en sus bancas después del 10 de diciembre. En
el Senado --dónde sólo cambiarán los representantes de ocho provincias-- 48 de las 72 bancas estarán ocupadas por los
mismos que las ocupan ahora.
Así lo manda la Constitución.
Eso no significa que quienes continuarán en sus puestos han de mantener
necesariamente los mismos alineamientos que hoy en día. Según el resultado de la elección del 25 de
octubre, muchos pueden cambiar de bloque o formar bloques nuevos.
A la vez, con la actual fragmentación política, los 130 nuevos diputados
y los 24 senadores que se eligirán ese día, formarán un mosaico en el cual cada
partido tendrá una partecita.
Ninguna fuerza política podrá imponer su voluntad en el Congreso, a
menos que forme alianzas con otras.
Es un grave dilema para quien sea el próximo Presidente de la Nación. Su
gobierno deberá afrontar una situación económica y social harto dificil, y su
éxito será imposible, en los temas
críticos, sin el apoyo de ambas cámaras.
Sólo teniendo mayoría absoluta un gobierno puede imponer, por sí mismo,
la sanción de leyes que ayuden a resolver o acotar problemas como la inflación,
hoy tan alta que sólo es superada por las de Bielorrusia, Etiopía, Venezuela e
Irán. O compensar la caída del precio internacional de la soja, que bajó en
tres años de 622 a 367 dólares la tonelada. O afrontar los subsidios a
empresas, que llegan a 26.000 mil
millones de dólares anuales y exceden la capacidad de pago del Estado. O
superar (sin realimentar la inflación) el atraso cambiario, que hará cada vez
más difícil exportar y más fácil importar: una fórmula para provocar quiebras y
mayor desempleo. O iniciar un largo
proceso que a mediano plazo reduzca drásiticamente la desigualdad social, que
según el índice del Banco Mundial ubica a la Argentina como un país más injusto
que el Congo, Uganda. Ghana, Gabón, Marurecos, Burkina Fasso o Haití.
Como quiera se encaren esos problemas, el próximo período será de vacas
flacas, y el nuevo gobierno no podrá resistir la comparación con el tiempo en el que, gracias a la soja,
las vacas eran gordas. Si el oficialismo
siguiera en el poder, provocaría un
fuerte desencanto; si gobernara un sector de la actual oposición, se haría
impopular muy pronto. La inestabilidad
social parece inevitable.
Frenar la caída libre de la economía exige eliminar el gasto público
improductivo sin afectar a los sectores sociales más desfavorecidos.
El mejor escenario es un acuerdo pre-electoral que obligue a los
distintos candidatos (sobre todo a los que tienen chances de ser electos) a
compartir los costos políticos de un período durante el cual será dificil
impedir la recesión. Demás está decir
que no es fácil: cada uno quiere prometer el cielo y, para el caso de perder,
se prepara a ser fiscal del que gane.
No es que los candidatos estén engañando a la gente. Es que se están
engañando a sí mismos.
Quien gane deberá cabalgar un tigre furioso, y los que pierdan no serán
vistos como mejores jinetes. Sin una
mínima solidaridad entre el probable gobierno y la probable oposición, nadie
tendría poder suficiente. El país entraría en la Anarquía del Año 15, cuyas
consecuencias son difíciles de prever.
Dejar los acuerdos para después hará peor las cosas. SI en ese caso el
nuevo gobierno quisiera pactar la sanción de leyes imprescindibles, en muchos
casos podría verse obligado a ?comprar? votos, no en plata para los
legisladores sino en obras y subsidios para sus respectivas provincias. Eso
altería las prioridades, distorsionando cualquier planificación y destrozando
el presupuesto.
Para gobernar a partir del 10 de diciembre, hace falta que haya acuerdos
ya. Tales acuerdos deberían incluir el compromiso de formar, gane quien gane,
un gobierno de coalición. De ese modo, nadie perdería todo en la elección
presidencial y (más importante) amenguarían los riesgos de la desunion.