lunes 09 de marzo de 2015, 10:09h
Uno de los temas clave de la política económica, y no sólo
de la política económica, es poder distinguir entre cambios transitorios y
cambios permanentes del contexto.
En efecto, el tipo de instrumentos o acciones que se deben
realizar para enfrentar una situación, no es igual si estamos ante algo que
vino "para quedarse" o ante un acontecimiento producto de una situación
excepcional, que volverá a la normalidad rápidamente.
Un buen ejemplo, en ese sentido, es lo que ha ocurrido con
los precios relativos de nuestros productos de exportación y con el valor de
las monedas internacionales en los últimos años.
La Argentina es, en términos técnicos, "un país
pequeño", salvo en la soja.
Ser técnicamente un país pequeño, no ofende nuestro
patriotismo, ni a nuestro ser nacional, sólo implica que somos "tomadores de
los precios internacionales" en el sentido que no podemos influir en la
evolución de dichos precios, tenemos que aceptarlos, son un dato. (Salvo en la
soja en dónde la producción argentina sí importa).
China, por ejemplo, es casi el 50% de la demanda mundial de
casi todo, de manera que, cuando cae la demanda china de algún producto, el
precio de ese producto, todo lo demás igual, cae. Lo mismo pasa, del lado de la
oferta, cuando, por ejemplo, un fuerte exportador de petróleo, modifica su
producción.
Siendo tomador de los precios internacionales, resulta
clave, para el diseño de las políticas, comprender si los eventuales cambios en
dichos precios, obedecen a causas transitorias o si, por el contrario,
responden a modificaciones llamadas a durar mucho tiempo.
A partir del 2002, y más intensamente entre el 2003 y el
2011, con la excepción del momento más
duro de la crisis financiera (2008-2009) los precios de los commodities no
dejaron de subir y el valor del dólar no dejó de debilitarse. (En parte son las
dos caras de la misma moneda).
Obviamente, algo que duró entre el 2003 y el 2011, mal puede
interpretarse como algo transitorio.
Sin embargo, el gobierno K. en un grave error histórico, que
nos costó mucho en materia de crecimiento y progreso (basta con
compararnos con la evolución de los
países vecinos en el período relevante), actuó como si esos cambios favorables
fueran transitorios y decidió, "defender la mesa de los argentinos", aislando
los precios locales de alimentos y de
energía, de los internacionales, con distintos instrumentos.
(Retenciones, restricciones para exportar, etc. etc.).
Pero en economía, se puede remar contra la corriente un
ratito, después, los músculos se cansan, y lo que se quiso evitar, vuelve con
más fuerza todavía.
Así se destruyó la oferta de muchos productos, anulando los
mencionados beneficios del cambio de
precios relativos del mundo y, al caer
la producción, la "mesa de los argentinos" terminó pagando más caro, lo que
hubiera sido más barato por aumento de las cantidades. Y lo que se sigue pagando "barato", se hace a
costa de grandes subsidios públicos financiados con emisión y con el uso de las
reservas del Banco Central. Terminamos, entonces, estancados, con alta
inflación y sin reservas.
En otras palabras, aprovechamos muy parcialmente, solo con
la soja, los beneficios del mundo, y en lugar de ser mucho más ricos,
produciendo alimentos de alto valor agregado o petróleo, gas, o minería, y usar esa mayor riqueza para modernizar la
infraestructura, e insertar globalmente, en serio, a la industria y a los
servicios de alta calidad, terminamos
vendiéndole al mundo muy poco, importando energía, sin infraestructura, y
despilfarrando la mayor riqueza en gasto público improductivo y corrupción,
salvo honrosas excepciones.
Y, encima, desde el 2012 y más intensamente en el último
año, el escenario externo está cambiando, también de manera estructural, y los
precios de los commodities bajan, el dólar se fortalece en el mundo y en la
región y nosotros, por definición, somos más pobres, porque lo poco que le
vendemos al mundo vale menos y nuestros costos internos no han dejado de subir,
por esa mezcla de presión impositiva récord, gasto público récord y déficit
récord.
Paradójicamente, el equipo económico reconoce esta realidad
de los nuevos precios relativos del mundo, y sin embargo, sigue actuando como
si la soja valiera 600 dólares y en el Banco Central hubiera reservas de sobra.
El mundo ha cambiado, pero nuestro cambio quedará para el
próximo gobierno.