miércoles 04 de febrero de 2015, 14:29h
Siempre me pareció acongojante ese 'duelo a garrotazos'
goyesco. Altamente carpetovetónico, diría yo. Muy propio de nuestra política
desde Isabel y Fernando, que no acababan, pese al tálamo, de compartir todos
sus intereses políticos. Curioso, regresando a la era contemporánea, ver cómo Pedro Sánchez sacude a modo a Mariano Rajoy en Valencia
horas antes de escenificar un pacto con él en La Moncloa. Puede que sea esta
escenificación un símbolo de los tiempos que corren: Gobierno y oposición
agitan en público diferencias que quedan soslayadas con el uso del 'teléfono rojo'
entre los dos principales actores de la vida política nacional. Y que Pablo
Iglesias me perdone, porque pienso que él sigue sin ser, y creo que no debe
serlo por el momento, uno de esos dos principales actores.
Así que me atrevo a vaticinar que Mariano Rajoy será el
rival de Pedro Sánchez, y viceversa, en la carrera hacia La Moncloa a finales
de este año apasionante. Podemos agitar cuantas tesis conspiracionistas
queramos, pero incluso en este país surrealista suele imponerse la lógica: ni
Susana Díaz ni, menos, alguien como Carmen Chacón, van a desplazar a Pedro
Sánchez, secretario general por la fuerza de las urnas internas, de la
candidatura a la presidencia del Gobierno. Y nadie, a menos que ocurra un
terremoto político muy poco deseable, va a desplazar a Mariano Rajoy de la
aspiración a la reelección. Excepto, claro, que el imprevisible Mariano Rajoy
haya decidido otra cosa, que vaya usted a saber, por muy improbable que hoy nos
parezca.
Yo creo, si de algo vale mi opinión de 'mirón' desde hace más
de cuatro décadas, que no está mal que sean Rajoy-Sánchez los antagonistas en
el duelo final de este año de tránsito por las urnas a todos los niveles. Me
parece que están condenados a enfrentarse. Y a entenderse. Escuchamos a sus
escuderos decir que nada tienen que ver el uno con el otro. Si me permite usted
la salida por peteneras, menos tienen que ver el uno y el otro con la
excentricidad llamada Podemos. Así que, si alguna ventaja va a tener la
formación de Pablo Iglesias, más allá de canalizar el desacuerdo ciudadano con
una forma de gobernarnos, va a ser la de propiciar el acercamiento entre PP y
PSOE, un pacto futuro que, como ocurre con la democracia según Churchill, es el
peor de todos los males...excluidos todos los demás.
Hace años, concretamente desde que lo escribí en un libro
allá por 2007, que pienso que una gran coalición entre las dos fuerzas aún
mayoritarias -encuestas, favor de
abstenerse-sería la salida más lógica a la hora de proceder a una reparación
general del casco agujereado del barco del Estado. Dicen ambos que están en las
antípodas, pero piensan lo mismo sobre el mantenimiento de la Monarquía, sobre
cuestiones penales básicas, sobre la pertenencia a 'esta' Europa, sobre las
grandes líneas económicas -no sobre todas, faltaría más--, sobre las bondades
de la transición...en general, sobre la permanencia del sistema.
La irrupción de Syriza-Podemos ha mostrado que aquí no queda
otra opción que el mantenimiento de las líneas básicas o la ruptura con casi
todo lo que había. Ignoro si cabe ya un consenso general en el que los unos
introduzcan las reformas imprescindibles para que esto no se oxide (aún más) y
los segundos, manteniendo la disidencia general, se acomoden a unas reglas del
juego que, por otra parte, han sido tan largamente asumidas por la ciudadanía. Despreciar los
unos a los otros poniéndoles la etiqueta de utópicos, liberticidas, 'marxistas
leninistas', y los otros a los unos colgándoles la etiqueta genérica de 'casta'
impresentable, sin derecho a la vida, acabará llevándonos al desastre. Casi a
una confrontación civil, naturalmente incruenta. Esa no es la alternancia
deseable, la renovación que va siendo imprescindible. Este debate preelectoral
en el que nos hemos embarcado es un demencial regreso a la más elemental,
esquemática, dialéctica reforma-ruptura, a los planteamientos de hace cuarenta
años. ¿Será posible que haya pasado casi medio siglo y estemos anclados en los
mismos parámetros? Pues entonces, paren, que yo, que ya he viajado por este
trayecto, me bajo. Déjà vu.