Por qué yo no voy a la manifestación
viernes 30 de enero de 2015, 13:36h
Nada tengo en contra del derecho de manifestación. Pero no
suelo ir a casi ninguna. Bueno, estuve en la unitaria tras la intentona
golpista del 23 de febrero de 1981. En la de repulsa por la muerte de Miguel
Ángel Blanco a manos de ETA, y, antes, en la de ira por el asesinato de los
abogados de Atocha. Puede que también en alguna de rechazo a la participación
de la guerra en Irak. Me espantó el planteamiento de la que Aznar organizó tras
el atentado del 11 de marzo de 2004, así que no fui por allí ni siquiera como
testigo-periodista. Y no voy a ir a la convocada este sábado por Podemos en
Madrid, ni siquiera como curioso, no vaya a ser que me incluyan en ese conteo
que luego tanto difiere entre los organizadores y la delegación de Gobierno o
la policía municipal de turno.
Como una ausencia es también una toma de postura política, o
incluso partidaria, quiero, ya que se me brinda esta oportunidad, explicar mis
razones. No es que tenga nada en contra de Podemos, al margen de que no
quisiera verlos gobernando, al menos todavía, en mi país. Mi indignación ante
un cierto estado de cosas, me ocurrió aquel 15-m, fue más individual que
colectiva: no creí en la eficacia de aquellas movilizaciones masivas, aunque
cierto es que dieron lugar a un movimiento, como el de Podemos, que sirve para canalizar el descontento de tanta gente
ante una forma de gobernar a los ciudadanos tan poco transparente, tan
escasamente participativa, a veces tan injusta, ocasionalmente -no siempre-tan
corrompida. Y tan poco simpática para con los mortales que andan por la calle,
pagan sus impuestos y, de cuando en cuando, tragan sapos como catedrales.
Pero hasta ahí mi identificación con el floreciente -al
menos en las encuestas-Podemos. Sí, uniría mi grito a los otros de miles que
rechazan un 'statu quo' que parece inalterable y no lo es. Pero no quisiera que
ese grito se interpretase como un 'sí' a una opción de poder que confieso que
aún me atemoriza, porque me parece que no se encuentra todavía preparada para
gobernar, ni desde la izquierda radical, ni desde la templada ni desde esa
teórica desideologización que proponen ahora: "No somos de izquierdas ni
de derechas, que eso es de trileros", Iglesias el Joven 'dixit'.
No, no ha logrado convencerme el verbo flamígero,
desinhibido y altovoltaico de ese Pablo Iglesias que tanta razón tiene en tantas
cosas y tan poca en tantas otras, a mi modesto entender. De algunos de sus
colaboradores aún aguardo explicaciones definitivas sobre ciertos asuntillos,
quizá no de tanta monta como los de otros en otras formaciones, pero, al fin y
al cabo, significativos de una forma poco estética -¿y poco ética?-de proceder.
Ya sé que mi sola opinión aislada de nada vale, pero yo soy quien administro
mis presencias o ausencias, incluso quien decide si contarlo o no a través de
las redes sociales. O en este comentario, para lo que valga una toma de
posición más. Porque, sabe usted, tampoco quiero que mi silencio, englobado en
el de eso que ha dado en llamarse la mayoría silenciosa, sea aprovechado por
unos u otros para agregarme a sus filas. Así que no voy, pero, desde mi casa,
compartiré algunos gritos, ciertas pancartas. Solo eso, nada menos que eso.