Todos somos culpables del enorme desastre
jueves 15 de enero de 2015, 09:45h
Si
excluimos a Artur Mas y Oriol Junqueras -y aun en ambos casos habría que hablar
con sus psicoanalistas- y, claro, a la presidenta de la Asamblea Nacional
catalana, no conozco a casi nadie que no hable del enorme dislate de los
caminos por donde discurre la política en Cataluña. Desde Josep Antoni Duran i
Lleida hasta la nueva 'revelación' de Podemos, el muy joven Marc Bertomeu,
pasando por Albert Rivera, Alicia Sánchez Camacho, Miquel Iceta, Joan Herrera,
el botiguer de la esquina, los empresarios grandes, medianos y pequeños, los
jubilados y jubilables, los parados, los futbolistas menos Guardiola y otro.
Todos menos ellos, quitando a esos dos y a sus voceros muy fieles, sean
independentistas o no lo sean, me parece que piensan que la hoja de ruta tiene
demasiadas curvas, cuestas que no se justifican, que faltan (y sobran) señales
de tráfico. Claro que yo no puedo hablar por el conjunto de los catalanes y,
menos aún, por el conjunto del resto de los españoles, pero no me negará usted
que la impresión general que todos sacamos del proceso, una vez deslindados los
esfuerzos publicitarios de quienes sabemos, es esa: quo vadis, Artur? ¿No sabe el molt honorable
president de la Generalitat que convocar unas elecciones para perderlas es un
absurdo como la copa de un pino, sobre todo cuando es imprevisible lo que va a
ocurrir a continuación?
Pues
no, no parece saberlo. Mas es rehén de Esquerra, de la señora Forcadell, de su
resentimiento hacia cómo ha sido tratado 'en Madrid', de su propio mesianismo,
de su pasión por convertirse en Companys aun a costa, si preciso fuere, del
martirio. Y es también rehén de sus
mentiras y de sus huidas hacia adelante. Alguien que asegura que 2014, el año
en el que las vergüenzas de Pujol y familia (y no solamente de esa ex honorable
congregación) quedaron al descubierto, ha sido "un gran año" para
Cataluña es que nos toma por mentecatos o...bueno, viceversa. Alguien que
desafía a la lógica y a las advertencias que llegan de Francia, de Gran
Bretaña, de Berlín, de Bruselas, del FMI, del BCE, gritando más que susurrando
que, con la secesión, Cataluña se la juega, es persona que no merece confianza.
Alguien que hace no tanto abominaba del independentismo y ahora dice lo que
dice y hace lo que hace, no puede ser tomado en serio. Y, sin embargo, no nos
queda más remedio que constatar que, cuando despertemos de este mal sueño, la
pesadilla Mas, como el dinosuario de Monterroso, estará ahí.
Pero no
culpemos solamente a Artur Mas. Ni a Mariano Rajoy, que permanece callado y,
por tanto, como ausente, que diría Pablo Neruda, ante el tsunami que se está
desatando. Y, si tiramos de la historia reciente, no culpemos solamente a
Zapatero y a sus manejos con el Estatut, con Maragall, con Montilla -maaaadre
mía...-, de lo que ocurre, ha ocurrido y ocurrirá. Ni siquiera culparía yo en
exclusiva a Esquerra Republicana y a sus actuales y pretéritos mandamases,
desde aquel Heribert Barrera de talante adusto hasta este Junqueras tan
peculiar, vamos a llamarlo así, con su disfraz de dirigente político; tengo
para mí que ERC es gran responsable de todas las desgracias que históricamente
han caído sobre Cataluña, incluyendo aquel 'Estat Catalá' que en 1934 duró diez
horas y acabó con el bombardeo de la Generalitat.
Ya
digo: ninguno de ellos es el culpable en exclusiva del actual estado de cosas
en una Cataluña que se interroga qué hacer a partir de ahora: una derrota del
independentismo el 27 de septiembre -y es probable que eso ocurra, entre otras
cosas por la presencia de Guanyem y Podemos, una opción amenazante para el
secesionismo-significará un vuelco social para toda una clase política, que
quedará reducida casi a cenizas, en medio de una enorme sensación de ridículo.
Una victoria de la independencia comportará una fractura tan seria en el cuerpo
social catalán que casi ni me atrevo a pensar en las últimas consecuencias.
Y esto
es algo que no han medido ni Mas, ni Junqueras, ni, parece, los políticos
instalados en la poltrona 'de Madrid', ni algunos artistas refugiados en un
silencio cobarde, como ciertos empresarios, algunos notorios y rentables
bufetes o casi como usted y como yo, que formamos parte de una sociedad civil
callada, sufriente y que intuye que aquí va a pasar algo gordo, porque todos
somos culpables y no estamos moviendo un dedo, más allá de lanzar unos cuantos
gritos de angustia, para que las cosas cambien. Pues qué bien...