martes 16 de diciembre de 2014, 23:51h
Para nosotros, los cronistas de la cosa política, la Navidad
comienza cada año con la recepción en el Congreso con motivo de la
Constitución: una oportunidad de encontrarse por los pasillos con gente no
siempre fácilmente accesible -los políticos nunca son fácilmente accesibles,
excepto que, por unas u otras razones, les convenga serlo--. Luego vienen las
'copas de Navidad' de los grupos parlamentarios y de los partidos, la cena,
como la de la noche de este martes, en la que los periodistas parlamentarios entregamos
unos premios bienhumorados -por nuestra parte, digo; no siempre se reciben con
el mismo talante festivo-a Sus señorías. Y, claro está, tenemos la copa que La
Moncloa ofrece a los representantes de los medios.
Esa copa, largamente
esperada por cuanto es una oportunidad de departir con cierta distensión con el
presidente, con la vicepresidenta y con algunos ministros que se dejan caer por
ahí, ocurrió a mediodía de este martes, horas antes de la mentada cena de los
informadores parlamentarios, que es lo más cercano a la que los corresponsales
acreditados en la Casa Blanca suelen compartir con el presidente de los Estados
Unidos: todos de smoking -allí, digo-- y con el hombre más poderoso del mundo
lanzando chanzas contra sí mismo, y todos a reír de buen humor. Allí, repito.
Claro que ni nuestra copa monclovita ni nuestra cena parlamentaria son
exactamente lo mismo: faltan las risas. Y, ya que estamos, también falta el
sentido del humor.
Dirá usted que esta
es una crónica de la frivolidad, con la que está cayendo. No crea que estoy
siendo tan, tan frívolo: las formas, en política, son tan importantes como el
fondo, y es eso, precisamente las formas, lo que más está fallando: ni Rajoy se
relaja -como no lo hacían Zapatero, ni, antes, Aznar, ni siquiera Felipe
González-cuando se topa con sus tan poco queridos periodistas, aunque sea en un
sarao, ni suele, tampoco, asistir últimamente a esas cenas navideñas de la
Asociación de Periodistas Parlamentarios. Y, cuando te ve, casi siempre sin
mirarte, te lanza algún tópico semejante a los que ha repetido en el mítin de
la noche anterior -cuando se concentraron, en una cena de Navidad, más de un
millar de militantes 'populares'-: que la cosa económica va bien, vaya. Y, como
mucho, te informa de que ha dejado, definitivamente, de fumar puros. Y ya.
Que no digo yo, que
conste, que no haya que asistir a estos festejos, como hacen algunos
intransigentes, quizá demasiado conscientes de su propia importancia, los
pobres: siempre es bueno mantener el contacto y saber, por ejemplo, que la
salud presidencial mejorará ahora que no se mete una docena de habanos diarios
entre pecho y espalda. Además, ves a los compañeros, intercambias cromos acerca
de cómo les afecta 'lo de Google' o qué perspectivas ven para el año próximo. O
si piensan, también ellos, entrevistar al 'pequeño Nicolás', o qué les pareció
la última con el líder de Podemos. Yo, al menos, confieso que lo paso bien en
estas 'copasnavideñas', veo a amigos a los que hace tiempo que tenía perdidos y
me pongo al día sobre un montón de chismes. Y aprovecho para desear muchas
felicidades y éxitos para el año próximo al anfitrión, seguro de que, de que
acierte en sus emprendimientos, depende también en buena parte mi bienestar.
Otros años, la
segunda gran fiesta era la que nos ofrecía el líder del PSOE en Ferraz. Este
año, creo que no habrá, lo que también sería, vaya por Dios, sintomático. Ya
digo: las formas son indicativas de los fondos, a veces. Muchas veces.
Felicidades.