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Contra el dualismo en política exterior

Contra el dualismo en política exterior

Por Marcelo Stubrin
jueves 11 de diciembre de 2014, 12:14h
Las clasificaciones y taxonomías suelen traicionar, ayudan a entender, describen e ilustran pero también, engañan.
 
La política como actividad suele desglosarse en varios enfoques, abordajes y especialidades. Entre ellas, la más destacada es la clásica oposición entre política nacional y política exterior.
 
Esta oposición entre las acciones políticas que se llevan a cabo dentro y fuera de las fronteras territoriales de una nación, constituye -en nuestros días- un dualismo de dudosa utilidad.
 
No hay cuestión alguna de la agenda pública que no trascienda las fronteras, ya sea porque impacta o es impactada por circunstancias que generalmente ocurren en lejanas latitudes.
 
Entonces, sostenemos que la acción política por antonomasia debe ser llevada a cabo teniendo en cuenta todos los efectos que produce, ya sean éstos de naturaleza doméstica o internacional. La pretensión de hablar al país como si afuera no escucharan, es tan grotesca, como la práctica de hablarle al mundo para dirigirse preferentemente a oídos locales. Quienes no sigan esta regla, están condenados a producir -en ambos planos de abordaje- efectos contrarios a los que se proponen, confundiendo a sus interlocutores y alejándose del cumplimiento de los fines que persiguen.
 
Principios e Intereses
 
Otro dualismo se utiliza con frecuencia para caracterizar la política: principios vs. Intereses; convicciones o responsabilidad. A esta falsa opción se acude para cabalgar sobre un confuso eje entre las nociones de idealismo y pragmatismo. Esta mirada puede ser útil para denostar a un adversario pero en modo alguno ilumina la acción política de naciones y gobiernos.
 
Nada puede ser más útil al interés de un país que defender los principios que inspiran su política. O alguien que valora la paz, puede propugnar el conflicto porque piensa que le conviene. Este absurdo como categoría de análisis, no supera el más elemental de los silogismos de la lógica política, pues pone en duda la fortaleza de los principios o, lo que es peor, la corrección o moralidad de los intereses perseguidos.
 
El escenario internacional
 
Sería muy extraño que las acciones de una nación en su interacción con el resto del mundo tengan la inmediatez de la política local. Por el contrario, se trata -generalmente- de políticas de largo aliento que tendrán efecto cuando resulte evidente que no dependen de un solo gobierno, sino que por el contrario integran el repertorio previsible de un estado cuyos objetivos y acciones sostienen una coherencia intertemporal. Esto es particularmente significativo en el contexto multilateral donde se dirimen cuestiones que impregnan cada vez más, la vida cotidiana de los ciudadanos del planeta.
 
En las organizaciones internacionales se aprecia -en las últimas décadas- un crecimiento de las materias abordadas y una proliferación de compromisos que asumen los países. Tanto es así, que pocos asuntos de interés quedan fuera de estas redes que ya no se limitan como en su origen a evitar la guerra, garantizar un trato justo a los prisioneros y a la promoción de la paz, sino que han avanzado impetuosamente hasta convertirse en un verdadero gobierno universal, poblado de inconsistencias y virtualidades pero en el cual se abordan todos los asuntos con diversos grados de aceptación y resultados.
 
Merece destacarse el sistema de las Naciones Unidas, la más ambiciosa utopía que pudo producir el sangriento siglo XX, en cuyo sistema se plasman los máximos objetivos civilizatorios y se abordan los principales problemas de la humanidad en una compleja interrelación de países de todos los tamaños e intereses.
 
La región
 
Las fronteras que dividen soberanías sirven para unir y acercar o para separar y diferenciar. Depende de la perspectiva del observador. Nosotros, siguiendo antiguas lecciones de la historia siempre estamos a favor de integrar, cooperar, construir confianza y garantizar la paz. Por eso abjuramos del nacionalismo bobo y nos disponemos a defender los principios / intereses de la nación en marcos crecientes de asociación. Para ello contamos con el desvalido edificio del Derecho Internacional al cual nos aferramos para afianzar derechos, canalizar conflictos y asegurar la solución pacífica y creativa de las controversias.
 
Nadie debe pregonar el aislamiento. No hay estados suficientemente autónomos como para prescindir del resto del mundo, mucho menos para desperdiciar la sinergia que se produce entre países vecinos. Particularmente cuando los flujos del comercio, las inversiones y los recursos humanos se influyen recíprocamente en un escenario que presenta de manera creciente la emergencia de actores regionales y subregionales cuya voz es mucho más audible que la de cada uno de los países que lo integran.
 
La argentina de Alfonsín lideró, en la región, la recuperación de la democracia y de manera vertiginosa fulminó la conflictividad preexistente. Luego se atrevió a soñar con la unión de la región para lo cual se establecieron bases sólidas y perecederas.
 
La sepultura de las hipótesis de conflicto trajo aparejada una atmósfera de confianza y combinación constructiva de políticas que asombró al mundo y fue proclamada como ejemplo entre las naciones.
 
Menem, a pesar de sus devaneos con el alineamiento automático, mantuvo dichas políticas. Llegaba la hora de concretar los acuerdos económicos que habían suscripto los presidentes Alfonsín y Sarney. Entonces, y con cambiantes explicaciones, se celebraron los tratados que dieron nacimiento al Mercosur.
 
Ni zona de libre comercio, ni unión aduanera: mercado común, la máxima categoría, la más ambiciosa, la que implica libre circulación del capital y del trabajo; es decir de todos los factores de la producción. Asociarse frente al mundo, arancel externo común (unión aduanera), coordinación macroeconómica, parlamento comunitario, tribunales de justicia, documentos personales comunes, fueron algunas de las iniciativas que proponían la construcción de una supranacionalidad que alentamos sin dejar de destacar que los cimientos no mostraban suficiente consistencia.
 
Así fue. El mercado común nunca salió del cascarón y la Unión Aduanera fue tan imperfecta que la lista de excepciones es mayor que la lista de productos de libre circulación. El arancel externo común -que impidió a Chile sumarse- se fue diluyendo por las oscilaciones cambiarias de los países del bloque y las utopías asociativas fueron cediendo terreno frente a escaramuzas sobre cada uno de los productos de la nomenclatura arancelaria.
 
Finalmente y para evidenciar la magnitud de las dificultades, debemos tomar nota de que las coincidencias o afinidades ideológicas entre los gobiernos de la región, no sólo no lograron disimular las diferencias comerciales y de otro tipo, sino que por el contrario, las amplificaron.
 
Algunas conclusiones
 
De manera provisoria y como disparador de un debate pendiente, me atrevo a afirmar: las dificultades de los gobiernos por concretar sus propósitos y practicar la integración es consecuencia directa del localismo predominante en los sistemas políticos. En efecto, una combinación de los sistemas electorales, la crisis de los partidos políticos y el malestar de los ciudadanos, provoca como consecuencia que la dirigencia política se esfuerce por rendir pleitesía a sus votantes más próximos e inmediatos. La generalizada tendencia al reduccionismo y la simplificación de la realidad es un impedimento para encarar con eficacia empresas más ambiciosas y de mayor alcance.
 
Todo ello es en desmedro de encontrar las soluciones a los problemas principales de los votantes. Resulta difícil el hallazgo de un asunto relevante vinculado a la seguridad ciudadana, la protección del medio ambiente, la salud pública, el tráfico de estupefacientes, la explotación de los recursos naturales, la política tributaria o el empleo cuya solución no dependa de llevar a cabo políticas desde un ámbito que trasciende al Estado Nación. Ya sea subregional, regional o transnacional, la respuesta a problemas de esta naturaleza demanda generalmente acciones gubernamentales coordinadas en diferentes países.
 
Por lo tanto y a modo de conclusión, podemos afirmar que es altamente probable que mientras subsistan las miradas dualistas sobre política exterior por un lado y política nacional por el otro, más nos alejaremos de la posibilidad de resolver los problemas que nos aquejan como sociedad.
 
De ahora en más, será indispensable que los líderes de los países sean capaces de identificar como funciona el sistema de decisiones de los vecinos, no sólo de su sistema político, sino de la cruda realidad integrada por sindicatos, empresas y grupos de interés. Esta es una condición para el fortalecimiento del poder político, un modo de trabajar para ganar en eficacia, y para ahorrar tiempo en la búsqueda de las soluciones principales.
 
Un modo, en fin, de empoderar a los gobernantes para que sus decisiones tengan en cuenta la totalidad del cuadro y no se desenvuelvan con la miopía de quien solo ve el río desde una orilla.


Marcelo Stubrin
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