Cuando el 'pequeño Nicolás' se convierte en el héroe de la película
domingo 23 de noviembre de 2014, 14:50h
Me consta la agitación que pudo percibirse este sábado en
medios políticos 'serios' ante la publicación de una entrevista al 'pequeño
Nicolás', en la que este jovencísimo personaje aseguraba haber recibidos
importantes encargos del Gobierno, de La Zarzuela y del Centro Nacional de
Inteligencia. Que esta entrevista pudiera suscitar el revuelo 'subterráneo' que
levantó en algunos centros neurálgicos del país, me resulta altamente
sintomático de la insoportable levedad en la que estamos viviendo. Sobre todo,
cuando las cosas, dicen las encuestas, están como están, y Podemos, esa
formación de la que resulta imposible no hablar en cualquier comentario
político, triunfa hasta en Navarra, donde no consta que tenga representantes.
Así que menuda semanita hemos pasado: el encierro de La Pantoja en la cárcel,
los fastos -algo rancios a mi entender--tras la muerte de la duquesa de Alba y,
como colofón, ese casi adolescente megalómano, han copado más titulares que la
querella finalmente presentada contra Artur Mas, o que la escasa trascendencia
de lo que Rajoy ha ido diciendo a propósito del tercer aniversario de su
triunfo electoral.
Nada extraño, la verdad: España es país que se muere por el
'papel couché' y por las sorpresas políticas. Lo de la crónica rosa lo dejamos
aparte; lo de las sorpresas políticas, no. Porque ¿quién iba a imaginar hace
tres años, en aquel 20-n de 2011 en el que Mariano Rajoy y el PP ganaron las
elecciones por mayoría absoluta, que las
cosas de la política (y de la economía) iban a estar como están ahora, por
mucho que el propio presidente insista, en sus artículos y en sus
declaraciones, en que nada pasa, en que 'apenas' dos millones doscientos
cincuenta mil catalanes votaron el 9-N, en que la economía mejora, mejora la
economía...como un disco algo rayado, pero en el que la música aún es
reconocible? Claro, el 20-n-2011 no existía Podemos, aunque sí el 15-m; el
'pequeño Nicolás' tenía dieciocho años -justo, justo, para poder votar-y la
duquesa de Alba acababa de casarse el mes anterior con Alfonso Díez. Puede que,
en esas fechas, Artur Mas fuese aún el nacionalista no independentista que
hasta recientemente afirmaba ser, y Pujol seguía siendo el molt honorable ex
president de la Generalitat. La prima de riesgo andaba por los seiscientos
puntos y los españoles estaban hartos de la gobernación de Zapatero: por eso,
supongo, votaron a Rajoy, que significaba el 'cambio sensato', previsible, como
él decía, tranquilo, sin ocurrencias.
En tres años, en suma, el panorama ha dado un vuelco
notable: resulta que las encuestas dicen que Rajoy tiene menos popularidad aún
que Cayo Lara, que ha dimitido para, supongo, facilitar el acercamiento entre
Izquierda Unida y Podemos, ese fenómeno al que la prensa empieza a poner en
tela de juicio, pero que sigue sirviendo para que los ciudadanos indignados,
cabreados, desesperanzados por tantas cosas, la primera de ellas la corrupción
rampante, den una patadita -de momento, nada más que eso: patadita, o patadón,
en las encuestas-en la espinilla de la clase política acomodada a los viejos
usos y costumbres.
Si se me permite, yo ofrecería algunas pinceladas
definitorias de cómo andan los nuevos tiempos: Rosa Díez y Albert Rivera no
consiguen fusionarse para crear una alternativa de centro (yo creo que ha
empezado el declive de la 'lideresa' de UPyD, pero no quiero precipitarme
asegurando nada: hay una nueva generación que ha irrumpido definitivamente en
la política). Otra nota, la aceptación de Alberto Garzón, la estrella emergente
en la 'izquierda clásica' a la izquierda del PSOE, de que encabezará la
alternativa de IU a las elecciones: ya veremos si puede, o si quiere poder, con
el ímpetu de Podemos. Que, por cierto, no hace más que cometer errores muy
serios de comunicación, lo que, dados sus orígenes, parece mentira que les
ocurra. Una tercera nota que me parece significativa es que las encuestas por
doquier señalan los ascensos de la formación de Pablo Iglesias incluso allí
donde no tiene militantes, y también conceden incrementos significativos en la
intención de voto de Esquerra Republicana de Catalunya y de Bildu, cuestión
esta última que seguro que figuró en la muy reciente conversación privada entre
el Rey Felipe y el lehendakari Urkullu.
Así que pretender, como hace Mariano Rajoy, que nada pasa,
con la que se ha armado esta semana con el Ministerio Fiscal, con la alarma que
sacude, ante el proceso catalán, al empresariado (lo pudo percibir muy
nítidamente, me dicen, el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, que
mantuvo una larga entrevista en Barcelona con los más notorios representantes
de empresa del 'puente aéreo'), con el mapa partidario que acabo de reseñar, me
parece hasta temerario. Rajoy es quien más contundentemente está perdiendo esta
batalla de la comunicación a base de su clásica fórmula de que él no quiere
líos, ni tampoco compromisos de tipo alguno. Le iba bien así...me parece que
hasta ahora, cuando se ha permitido menospreciar lo que ocurre en Cataluña, lo
que dicen los sondeos, lo que grita la calle.
En Moncloa, creo, piensan que todo esto es un golpe de
viento que de momento sitúa las veletas en otra dirección. Pero que llegará un
viento nuevo, en forma de mejora económica real, y que las cosas volverán a su
sitio para cuando, dentro de un año (y pico, que puede hacerlo hasta comienzos
de febrero de 2016), disuelva las cámaras y convoque elecciones sin haber
cambiado a un ministro, sin haber accedido a estudiar reformas en la
Constitución, sin haber modificado sus pautas de comunicación con la
ciudadanía: ni siquiera supo hacer que valorásemos aquella foto en el G-20, en
Australia, donde los 'grandes', los verdaderamente grandes, Obama, Merkel,
Hollande, Juncker, le sentaron, como a un igual, en su mesa. Pues no señor: las
grandes fotos, los grandes titulares, se los llevó ese día Pablo Iglesias, ese
mismo que ahora huye de los focos mediáticos porque sabe que no tiene, aún, un
mensaje claro que ofrecer a sus posibles votantes.
Y a mí, que me gustaría, por el bien de todos los españoles,
que Mariano Rajoy acertase, estar seguro de que nos llevan en la buena
dirección, qué quiere que le diga: que todo esto me preocupa bastante. Claro
que, mientras tengamos a la Pantoja trágica -o patética-- y al pequeño Nicolás
cómico, que resulta que no se llama Nicolás ni es tan pequeño, pues hala, a
vivir que son dos días. Pan y circo, que es lo que importa.