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La luna y el muro

La luna y el muro

Por Ricardo Lafferriere
domingo 09 de noviembre de 2014, 23:59h
Como ocurre con los acontecimientos que marcan la historia de quienes viven cuando se producen -el asesinato de Kennedy, la llegada a la Luna, el atentado a las Torres Gemelas-, la caída del muro que dividía a Berlín -y a Alemania, y al planeta- en dos mitades enfrentadas quedará en la memoria de todos quienes se sorprendieron aquel día de noviembre de 1989 con la insólita noticia que, a partir de ese momento, el mundo sería otro.
 
La Guerra Fría marcaba entonces el ritmo de todo el planeta, aún de quienes vivían alejados de la frontera que separaba esas mitades. Un escenario en el que los seres humanos tenían desde su nacimiento horizontes de vida tan disímiles -cualquiera fuera su situación social o su nacionalidad- que más bien parecían pertenecer a dos planetas distintos.
 
Pero el planeta es uno. También lo es la sociedad humana. Marx diría que las contradicciones suponen siempre "la unidad de los contrarios". No puede haber conflictos entre realidades que pertenecen a sistemas sin contacto. Los conflictos, las contradicciones, se presentan dentro de un sistema cerrado. Eso es el planeta tierra y los acontecimientos de 1989 lo recordaron con la simplicidad de lo evidente, pasando por encima de sofistificaciones ideológicas, divisiones artificiales y negaciones voluntaristas.
 
La pretensión de dividir en dos la historia fue sencillamente aplastada por millones personas recordando una vez más la unidad esencial de la humanidad. Las interpretaciones ideológicas, los chauvinismos nacionales y la impostación de las pertenencias de "clase", dejaron de ser el motor de los cambios. Una vocación que surgió del fondo de la condición humana encontró en soledad, ante la primer grieta de debilidad del "poder", su cauce natural. Y las dos mitades se juntaron para seguir la historia en conjunto.
 
A partir de esos momentos, la historia fue otra, los problemas variaron y la agenda se aceleró. Los temas ambientales, la profundización de la conciencia sobre los derechos de los diferentes, el desmantelamiento de los marcos represivos, la construcción progresiva de una justicia universal, el protagonismo y los derechos de las personas comunes, se pusieron frente a los proyectos de industrialización a cualquier precio, la justificación cultural -y legal- del trato discriminatorio, el atajo de la "soberanía nacional" para justificar dictaduras, crímenes y latrocinios, y la pertenencia a colectivos burocratizados y en ocasiones corruptos -políticos, sindicales, ideológicos- para tener derechos que debieran ser inalienables, en cuanto inherentes a la condición humana.
 
Pero además, se expandió la conciencia de la igualdad universal. Nunca más la raza, la nacionalidad, la religión o la ideología marcarían una supremacía natural. El camino iniciado dos siglos antes, en tiempos de la Ilustración, se expandió para abrir las puertas a un nuevo estadio de la convivencia planetaria.
 
Curiosamente, el hecho recordado no fue el resultado de acciones de las poderosas estructuras políticas y militares que tenían al mundo en vilo. Fueron hombres y mujeres comunes, llegando por sus fueros.
 
Un nuevo programa, tan natural como el que llevó a derrumbar el muro, se fue haciendo carne en las personas de todo el mundo, desatando procesos que -progresivos o conmocionantes- fueron cambiando la faz del planeta, fundamentalmente en la relación entre el poder y los ciudadanos. Sólo pequeños islotes de "países-museo" y esclerosados "relatos" agotados testimonian hoy lo que significaba vivir en aquellos tiempos.
 
Ese proceso no está terminado y su marcha es diacrónica, pero pocos dudarían en afirmar que el mundo en el que vivimos es más justo, más equitativo, más libre y con horizontes más amplios que el que vivimos durante el siglo XX.
 
Los problemas de la nueva agenda son enormes. Brotes de violencia e intolerancia conjugados con la capacidad destructiva de los avances tecnológicos implican nuevos desafíos. El desborde especulativo del capital simbólico hipertrofiado demanda una acción colectiva para reubicar a la riqueza como factor de bienestar para las mayorías.
 
El deterioro de la biodiversidad, el peligro del cambio climático, el calentamiento global y la reconversión energética hacia fuentes primarias renovables son urgencias que convocan a una acción colectiva, compleja por la íntima imbricación de todos los campos de la existencia humana y por la fragmentación política desde la que se parte. La propia reformulación del poder deja espacios débiles o vacíos de normativas aprovechados para nuevas formas de delincuencia "glo-cal" que se ramifican por el planeta.
 
Pero son temas sobre los que hoy podemos imaginar un tratamiento conjunto de toda la humanidad, lo que hubiera sido impensable hace apenas tres décadas.
 
Ese simple día de noviembre de 1989 fue, tal vez más que el descenso de Neil Armstrong en la Luna, un gran paso para la humanidad.
 
El primero despertó la conciencia de la potencialidad exponencial de los humanos para desafíos sublimes. Pero el segundo nos hizo tomar conciencia que los problemas que debemos enfrentar no son invencibles si nos concentramos en su superación y unimos esfuerzos para mejorar nuestra convivencia.
 
 
Ricardo Lafferriere
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