Aquí, en España, también hay muros que derribar
sábado 08 de noviembre de 2014, 22:35h
Mire usted por dónde, hasta en los medios catalanes la
fotografía de portada era la de Berlín iluminando el trayecto de lo que fue el
muro. Símbolo de un hecho que conmocionó y cambió el mundo hace un cuarto de
siglo. La foto eclipsaba, por ejemplo, a la que buscaban los organizadores del
mítin final en Barcelona de esa aguada 'campaña electoral' que desembocará este
domingo en una votación que sigue sin definirse muy bien acerca del por qué y
para qué se realiza: ya no es referéndum, ni consulta... ¿tal vez una encuesta
a pie de calle y con urnas colocadas quién sabe dónde? Así que el acto final,
paradójicamente realizado en la plaza de España de la Ciudad Condal, organizado
a favor del 'sí' en la noche del viernes por la Asamblea independentista, ni
fue tan concurrido como sus patrocinadores hubiesen querido, ni ha tenido, lo
estoy comprobando 'in situ' en estas horas, el eco buscado. Toda una
premonición de lo que pueda ocurrir a partir de este domingo: unas jornadas,
las siguientes al 10-n, en las que debería predominar la negociación, el pacto,
el diálogo entre la Plaza de Sant Jaume y La Moncloa en busca de un mínimo de
tranquilidad para los ciudadanos agobiados, asustados y cabreados. Sobre todo,
ya lo decía la encuesta del CIS, esto último: cabreados.
Lo que ocurre es que
no estoy muy seguro de que los respectivos inquilinos en la sede de la
Presidencia del Gobierno central y en la Generalitat se hallen con los ánimos
demasiado sosegados como para emprender una cimentación del Estado, una
regeneración a fondo, un enorme pacto político que tranquilice a nuestros hijos
y a los hijos de nuestros hijos. Desde luego, Artur Mas puede ser cualquier
cosa hoy por hoy menos el paradigma del sosiego. Y en cuanto a Rajoy...Allí
estaba Mariano Rajoy, en Cáceres, haciéndose la foto junto a un Monago
destrozado por sus ya famosos viajes a Canarias. Puede que los asuntos de
corrupción se olviden en este país dispuesto hasta a perdonar los deslices de
una Infanta que ya está tardando en dejar de serlo; pero hay 'affaires' que
siguen rodando de sonrisa maligna en sonrisa maligna, de carcajada en
carcajada, y eso debería hacer pensar al presidente extremeño, inoportunísimo
anfitrión de la 'cumbre' por la regeneración de su partido, en marcharse. Como
ha tenido que hacer, por idénticos -y digo idénticos-- motivos a los suyos, su
correligionario turolense Carlos Muñoz Obón, a quien la presidenta aragonesa ha
exigido, y ha hecho muy bien, que abandone acta, cargos y militancia.
Que a partir del día
10 se consoliden las negociaciones -que, por cierto, nunca cesaron-- entre
Barcelona y Madrid para derribar ese intangible muro entre Cataluña y el resto
de España; que el PP asuma hasta las últimas consecuencias la irritación
ciudadana por tanta corruptela como está estallando; que la esposa de don Iñaki
Urdangarín pase a ser simplemente eso, la ciudadana Cristina de Borbón, serían
tres cosas muy deseables para emprender esta idea de que España necesita
derribar sus propios muros, que ni están en Berlín ni son visibles, pero que
dividen al país nuevo del viejo. Y eso, claro, depende de todos nosotros,
incluyendo también a esos denostados líderes políticos a los que las encuestas
sacrosantas vapulean cada mes. Pero más aún que del resto depende del más
vapuleado de todos esos dirigentes, castigado con una impopularidad aún mayor
que la de los más discutidos líderes partidarios. Me refiero, desde luego, a
Mariano Rajoy, de quien un ministro que le es muy próximo dijo que estaba
viviendo 'horas de agonía' en La Moncloa, a causa del estallido de casos
-afortunadamente, la mayoría pretéritos-de corrupción que afectan a todos, pero
especialmente, dado que es la formación gobernante, al PP.
Siento el mayor
respeto por Mariano Rajoy. Me desesperan sus tiempos lentos, su lejanía, la
falta de explicaciones y de contacto con el ciudadano. De alguna manera, ahora
encarna esas viejas formas de gobernar que, en algún momento, le dieron buen
resultado. ¿Qué hará Rajoy? Escucho muchos rumores, sin duda dislocados y
desbocados, procedentes de La Moncloa, o de sus aledaños: el Partido Popular
empieza a ser una jaula de grillos, dicen viajeros a La Moncloa o a la calle
Génova. Y yo no quiero eso para mi país, especialmente cuando hay que reconocer
que el PP es, en estos momentos, la única formación con solidez y votos
suficientes para hacer frente a los muchos desafíos que pesan sobre el 'statu
quo', para encauzar el riesgo de que quienes quieren derribar nuestros
particulares muros no sepan cómo hacerlo sin daños a los edificios cercanos,
que traten de echarlos abajo a base de cartuchos de dinamita y no con piquetas,
paciencia y cautela. Que es lo que ahora necesitamos: decisión para utilizar
piquetas, cautela para manejarlas y paciencia, pero no tanta, para aguardar los
resultados.