martes 04 de noviembre de 2014, 14:38h
En medio de una economía todavía a la deriva y escándalos de
corrupción explotando todos los días, una encuesta publicada por el diario El
País este domingo muestra una debacle del PP y el PSOE, y ubica a Podemos, por
primera vez, como la principal fuerza política de España. Las elecciones
generales están previstas para fines de 2015. ¿España podría acercarse a los
gobiernos progresistas de América del Sur?
"Métanle, porque los necesitamos. No nos dejen solos.
Ojalá que esfuerzos como el que están surgiendo con ustedes nos puedan diseñar
una nueva Europa, la necesitamos", le dijo Álvaro García Linera,
vicepresidente de Bolivia, al líder de Podemos, Pablo Iglesias el 29 de
septiembre pasado, cuando compartieron un acto en La Paz.
El olfato político de Linera parece corroborado: la
consultora Metroscopia hizo pública este fin de semana una encuesta donde
Podemos alcanza un sorprendente 27% de intención de votos, superando por 1,5
puntos al PSOE y por 7 al PP, que registra un desplome contundente.
Según los corrillos periodísticos, una encuesta con números
similares de CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), habitual parámetro
para conocer el termómetro social en España, está demorando su publicación,
aduciendo que el cambio brusco en las preferencias políticas produjo un
"problema técnico importante". Como sea, la publicación de la primera encuesta
en primera plana del diario El País, muy ligado a los intereses del PSOE, da
cuenta de un cambio de escenario total en la política española.
¿Qué ocurrió desde las elecciones europeas del 25 de mayo
pasado, cuando Podemos sacó 7,98% de los votos, irrumpiendo como una fuerza
nueva, pero todavía lejos de poner en jaque al bipartidismo español? En primer
lugar, el efecto social y político fue muy superior a los votos. La razón es
sencilla: lo relevante no fue sólo la irrupción de un nuevo movimiento político
(algo relativamente usual en cualquier democracia, y en España donde existen
fuerzas menores con representación parlamentaria) si no la llegada de un
discurso rupturista, que sólo con existir y volverse público juntó a las demás
fuerzas políticas en el armario de las cosas viejas y oxidadas.
Si bien toda la dirigencia de Podemos proviene de la
izquierda y no lo niega, anuncia que la actual coyuntura de crisis se resuelve
oponiendo fórmulas como "casta versus pueblo", "democracia versus
corporaciones", disolviendo las categorías izquierda y derecha que, en el marco
español y europeo, hace rato que han dejado de expresar diferencias
programáticas importantes.
Pero además de estos aciertos políticos de un grupo de
politólogos lanzados a la lucha electoral con una habilidad sorprendente, el
gobierno conservador de Mariano Rajoy viene aportando lo suyo. Con algunos
números mínimamente estimulantes que se conocieron unos meses atrás, el Rajoy
no tuvo mejor idea que salir a decir que la crisis estaba superada.
"En menos de dos años, hemos pasado de ser una economía al borde
de la quiebra, a una de las que más crecen" anunció con pompa en agosto. Los
números reales no daban para tanto: un crecimiento de 0,6% del PBI en el
segundo trimestre y 1% de aumento en la tasa de empleo en lo que va de 2014.
Ahora bien, después de una caída del PBI casi ininterrumpida desde 2008 y con
un 24% de desempleo abierto, España no parece estar ni siquiera "rebotando" en
forma importante, sino más bien estabilizándose en un punto económico y social
muy pobre. El ajuste es tan brutal que el propio gobierno reconoce que se
cerraron 2.000 organismos públicos, a nivel central y autonómico.
En un gesto más honesto del lugar en que verdaderamente se
encuentra España, Mariano Rajoy presidió hace menos de un mes la XXV Asamblea
Plenaria del Consejo Empresarial de América latina (CEAL) donde, a diferencia
de lo que hacía su predecesor Felipe González en los años noventa, llamó a que
sean las empresas de nuestra región las que inviertan en España. César Alierta,
presidente de Telefónica, tuvo la ocurrencia de decir que su empresa ya es más
latinoamericana que europea. Algo está roto cuando ni siquiera hay sintonía
entre la elite empresaria y un gobierno conservador.
A este contexto de crisis económica, se le suma una oleada
de destapes de corrupción en varios niveles. Uno de los más importantes estalló
el año pasado, cuando el tesorero del Partido Popular, Luis Bárcenas, debió dar
cuentas por una supuesta contabilidad paralela que el partido vendría haciendo
desde hace 25 años, producto de coimas por concesiones públicas a empresas
privadas.
Más recientemente se conoció que decenas de dirigentes del
PP y el PSOE realizaron gastos sin declarar con tarjetas de crédito "negras"
pertenecientes a una caja de ahorros tradicional de España, Caja Madrid. Entre
los sospechados y procesados está un verdadero peso pesado: Rodrigo Rato,
ministro de económica de Aznar y exdirector del FMI.
Ambos casos muestran que no se trata sólo de funcionarios o
políticos siguiendo pasiones individuales, más bien parecen tramas de gobernabilidad,
donde el PP y el PSOE actúan como socios. Negociados de larga data, que se
remontan al comienzo del boom español en los 90, completan la imagen de una
corrupción sistémica. No es casual, entonces, que sea precisamente el
bipartidismo español lo que haya entrado en crisis.
En ese contexto, Podemos logró "colarse" en un sistema
político profundamente deslegitimado. En quince días concluye un proceso de
organización interna, donde el foco estuvo en la participación de decenas de
miles de personas sin militancia previa, con votaciones abiertas y uso de las
redes sociales. El contraste con el gris y burocrático reemplazo en la cúpula
dirigencial del PSOE fue evidente.
Si Podemos logra seguir este camino ascendente y mantenerlo
hasta las elecciones generales previstas para fines de 2015, empieza otra
película. Y no sólo en la península ibérica: sería sorprendente si, en vez de
la agonía y el desgaste que anuncia la derecha local cuando habla de los
gobiernos sudamericanos, comenzara en España -cuarta economía europea- un ciclo
político en la misma sintonía.