sábado 13 de septiembre de 2014, 13:53h
Como es, supongo, mi obligación profesional, al igual que
otros muchos colegas he procurado estos días hablar con representantes de todos
los intereses en conflicto en la crisis catalana. En todos ellos, todos, he
escuchado hablar de la posibilidad, presentada de manera más o menos remota, de
que se produzca un 'choque de trenes' cuando, tal y como están las cosas, unos
saquen las urnas a la calle el próximo 9 de noviembre, mientras otros tendrán
que tratar de impedirlo a toda costa. Figuro entre quienes creen que no habrá
referéndum, pero también entre los muchos que se temen que, o se hace algo
aprisa --faltan siete semanas para el
'día n'-o, efectivamente, el choque será, dada la insensatez con la que se
comportan algunas de las partes en pugna, brutal. Mal asunto para la 'marca
España', que remonta de la mano de una cierta recuperación económica y con un
nuevo Rey omnipresente. Mal asunto, desde luego, para otras muchas cosas aún
más importantes que esa 'marca'.
La Diada es una expresión popular que va más allá de la
simplificación 'independencia sí-independencia no', aunque algo tenga que ver
con ello. Este año, dejémonos de paños calientes, ha sido un éxito. De
organización, de asistencia y de civismo. El propio Gobierno central, por boca
de la inteligente Soraya Sáenz de Santamaría, ha evitado la tentación de
minimizar esa 'V' que colapsó, el pasado jueves, Barcelona, taponando de paso
algunas expectativas de acercamiento entre la Generalitat y La Moncloa. Así, el
discurso oficial tras la Diada sigue siendo el de 'referéndum sí o sí', frente
al 'no habrá referéndum, porque es ilegal', mientras los medios de uno y otro
lado argumentan como pueden en defensa o en detrimento de las dos locomotoras,
que, cada vez a mayor velocidad, se acercan la una a la otra.
Soy de la opinión de que van a pasar, en estas siete semanas
de agonía, muchas cosas. Algunas, espero, buenas. Otras, no necesariamente
relacionadas directamente con Cataluña, no tanto. Ahí está Luis de Guindos, a
quien cada vez le ponen más lejana en el tiempo la presidencia del Eurgrupo -lo
cual, ay, sitúa a cada vez mayor distancia una posible crisis de Gobierno--,
advirtiendo, para echar un poco de hielo al calor de la recuperación, de una
posible tercera recesión en Europa. Lo
que ocurre es, queramos o no, Cataluña se ha convertido en el gran referente,
la gran obsesión, el gran temor. ¿Que mejora la economía? Bueno para las tesis
unionistas. ¿Que gana el 'no' en esa Escocia de la que, por estos pagos, nunca
se habló tanto? Uno a cero de la selección nacional frente a la catalana. ¿Que
Ana Botella abre, con el anuncio de que no se presentará a la reelección, la
'guerra de Madrid', larvada desde hace tanto tiempo? Un pretexto más para que
el nacionalismo afirme que 'en Madrid' solo se piensa ya en las próximas
elecciones municipales y autonómicas.
Esta ha sido, me temo, la tónica de una semana marcada por
la Diada y por la muerte del más importante banquero español de todos los
tiempos, Emilio Botín. Una muerte lacónicamente anunciada, con inmediata
sucesora. Me hubiera gustado algo menos de sobriedad en el anuncio oficial del
inesperado fallecimiento, pero entiendo el respeto a una intimidad buscada sin
concesiones a morbo alguno; en todo caso, el relevo, hay que reconocerlo, ha
estado impecablemente organizado. Como lo estuvo el del otro gran superviviente
de épocas pretéritas, el Rey Juan Carlos I , afortunadamente vivo, pero ya
retirado en la discreción y la penumbra más o menos llena de rumores
incontrolables y posiblemente falsos.
Quiero decir que hay operaciones de gran alcance en el mundo
de la economía y en el Estado, anunciadoras de la nueva era, que pueden
pergeñarse desde la serenidad, sin alharacas ni alaridos, sin traumas para la
ciudadanía. ¿Por qué no ahora, con el 'caso catalán'? Sospecho que hay conatos
de 'operaciones', 'maniobras orquestales en la oscuridad', tras algunas de las
cosas que vamos descubriendo que ocurren u ocurrieron en el subsuelo catalán.
Pero quisiera saber que el fin de la aparente inmovilidad va más allá de que el
fiscal general del Estado tenga preparados recursos y medidas legales de
choque. Porque, hablando de choques, faltan, ya digo, siete semanas para que se
avisten, circulando por la misma vía, dos trenes, uno de ellos con un conductor
suicida, mesiánico, en la cabina. En esos trenes, no nos engañemos, en el uno o
en el otro, lo digo sin el menor ánimo apocalíptico, viajamos todos nosotros.