Política exterior de adolescente malcriado
jueves 07 de agosto de 2014, 16:49h
¿Dónde se ubica la Argentina en el escenario global?
El interrogante no genera demasiada inquietud a los
principales protagonistas, para los que nuestro país, lamentablemente para
nosotros, ha entrado en un cono de verdadera indiferencia.
Debiera ser preocupación de los propios argentinos, que en
última instancia son y serán los que disfruten o sufran las consecuencias de
las decisiones que se toman.
No somos un país cuya conducta haya ganado previsibilidad
-y, consecuentemente, confianza- por parte de la comunidad internacional.
Firmemente alineado con "Occidente" en tiempos de la dictadura militar, el
acercamiento a los No Alineados -durante el mismo proceso militar, a raíz del
conflicto de Malvinas- fue seguido del sobreactuado retiro de la organización
con la llegada del presidente Menen, que levantó la -también sobreactuada-
bandera de las "relaciones carnales".
Luego, fue Duhalde -primero- y Kichner -luego, seguido de su
esposa- los que dieron el otro volantazo, impostando un alineamiento
"bolivariano" al que le sacaron provecho mientras podían llegar de Venezuela
fondos de origen petrolero, durante el auge del chavismo. El giro fue rubricado
con la tosca actitud durante la Cumbre de Mar del Plata organizando una
"contracumbre" antinorteamericana en momentos en que el propio presidente de
ese país se encontraba visitando la Argentina. El caricaturesco embargo del
avión estadounidense portador de ayuda por los acuerdos de colaboración en la
lucha contra el narcotráfico con la argumentación de "espionaje" simbolizó otra
escena de sainete, con consecuencias que llegan hasta hoy.
Sin embargo, este minué llegaba de la mano del propósito de
la señora de ser recibida por Obama en la Casa Blanca, por supuesto, sin
resultados. No se trata de un país que defina sus pasos internacionales por
influencia del sistema hormonal de su presidente sino por fríos cálculos de
costo-beneficio, como cualquier país que se precie de serlo, sea grande,
mediano o chico.
¿Es importante para el país tener buenas relaciones con los
demás? La respuesta puede matizarse, pero en realidad no difiere mucho de la
vida personal. El prestigio y el respeto que se genere, la transparencia con
que se actúe, la previsibilidad en las decisiones, son componentes de la
credibilidad que sus posiciones tengan en el escenario global, y de ello
dependerán las inversiones que se reciban, los créditos que se otorguen, la
disposición para la ampliación de relaciones económicas -que repercuten
internamente en mayores empleos, mejores sueldos y menores tasas de interés
para sus empresarios, o sea menores costos-, la disposición para el apoyo ante
situaciones críticas, etc.
¿Eso es "entregarse al imperio"? Salvo Corea del Norte, y en
menor medida Cuba, en el mundo no hay extremos. Todo el abanico de grises está
presente en países que definen con mayor o menor autonomía cuál será su perfil
en ese mundo plural y diverso.
Ese perfil dependerá del interés que se persiga, y de lo que
se elija también surgirán consecuencias.
En un entremo: si se decide tratar mal a todo el mundo, ser
conflictivo con los vecinos, desafiar las reglas de juego vigentes en forma
estentórea, actuar con displicencia ante las obligaciones propias, pues...hay que
saber que será más difícil conseguir inversiones, abrir mercados, recibir
apoyos reales, contar con la disposición favorable de países importantes.
En el otro: si lo que se busca es imbricarse con el mundo,
tener las puertas abiertas para momentos difíciles, contar con la solidaridad
de los vecinos, esperar la buena voluntad de los países que deciden, pues la
actitud deberá ser respetar la cortesía, estar dispuesto siempre a buscar
soluciones recíprocamente beneficiosas, priorizar las buenas relaciones,
respetar las reglas de juego y si interesa cambiarlas actuar por los mecanismos
existentes, y tener absoluta claridad estratégica sobre los puntos fuertes y
débiles, intereses y objetivos propios y de cada país con el que se deba
interactuar.
Los diplomáticos tienen una norma: las posiciones más firmes
deben ser presentadas con la mayor corrección en las formas. El mejor
diplomático será el que obtenga los propósitos de máxima sin perder amigos ni
levantar la voz. El peor, el que se la pasa gritando y pierde siempre.
La conducción internacional del kirchnerismo ha sido
funesta. Ningún vecino nos mira con simpatía, aunque en la superficie se
realicen inocuas solidaridades formales. Hemos tomado distancia con países
tradicionalmente amigos -como España- por caprichos que a la postre han
acarreado perjuicios históricos. Tenemos congeladas las relaciones con el
Uruguay por la incapacidad de gestión y el populismo, antes de Néstor y luego
de Cristina Kirchner.
El "issue" de la expulsión de Argentina del G-20 renace
periódicamente, por la incoherencia constante entre la palabra presidencial y
las decisiones de gobierno. Tenemos una relación desarticulada con Brasil, que
es nuestro principal mercado industrial. El Mercosur, experiencia que hasta que
llegó el kirchnerismo era un eje de la política exterior del país, es hoy una
herramienta ideologizada inútil para los propósitos de integración que lo
inspiraron.
El país es mirado con recelo y hastío por todos los pueblos
latinoamericanos, por su petulancia y soberbia. Estados Unidos ha ubicado su
relación con Argentina en un status de estabilidad de mínimos, aburrido de los
cambios de posición, las agresiones verbales y los humillantes pedidos de apoyo
para los temas más esperpénticos -como que presione a un Juez americano para
ayudar al país a no pagar una deuda que cuenta con sentencia firme-.
Mientras, se exhibe con un desparpajo grosero la violación
de las normas mínimas de educación y respeto protocolares, desde la no
recepción presidencial a los Embajadores extranjeros -que se mantuvo durante
casi una década- hasta la vulgar falta de respeto a funcionarios de países con
los que mantenemos relaciones diplomáticas.
Y se sigue jugando con la Argentina. No otra cosa es
presentar como alternativa novedosa el alineamiento con un espacio en el que no
hemos sido invitados (los "Brics"), el apoyo a una potencia en decadencia con
poses de matón de barrio y los acuerdos de nueva dependencia con un país
estrella del escenario global cuya conducta reproduce los peores vicios del
colonialismo del siglo XIX.
Costará remontar este desastre, que no representa a la
mayoría del pueblo argentino y mucho menos al cuerpo profesional del Servicio
Exterior, sin dudas el más capacitado del Estado. Pero refleja instintos
subyacentes en el imaginario de muchos. El kirchnerismo alimentó desde su
inicio los peores instintos primarios del "patrioterismo bribón" y hacia ellos
dirigió su política exterior, aunque su consecuencia fuera el daño profundo y
anti-patriótico a los verdaderos intereses nacionales, que se relacionan con la
mejor calidad de vida y prosperidad de su pueblo más que por un patrioterismo
de utilería, un consignismo vacío que atrasa medio siglo o los berrinches
caprichosos de adolescente malcriado.
Ricardo Lafferriere