La presidenta ante el nuevo default
martes 17 de junio de 2014, 23:11h
Su discurso, señora, es más de lo mismo.
Su diagnóstico puede ser correcto o no. La verdad, a pocos
le interesa y a nadie importa.
El país no la tiene como presidenta para escuchar su
análisis autoexculpatorio sino para que tome decisiones correctas. Su gestión
-continuación de la de su extinto esposo, que usted mismo sostiene como una
unidad- enfrenta el problema del aislamiento externo desde el comienzo. De
hecho, era el principal problema de la agenda argentina al comenzar el período
kirchnerista, allá por el 2003.
Cuando su marido y usted decidieron postularse, conocían
eso. Y eligieron el peor de los caminos.
Pretender descargar su incapacidad de gestión imputando los
problemas a los gobiernos anteriores, a esta altura y luego de haber pasado más
de una década con la mayor concentración de poder en la figura presidencial de
toda nuestra historia y haber disfrutado de las mejores condiciones
internacionales de las que se tenga memoria, resulta agraviante para la
inteligencia de los argentinos.
¿Que el mundo es injusto? ¡Aleluya! ¿Que existen poderes
concentrados que detentan una hegemonía endiablada? ¡Descubrió la pólvora! ¿Es
la presidenta argentina la que va a cambiar estas reglas de juego del mundo,
que no han podido cambiar hasta ahora los países más desarrollados de la
tierra? Sólo imaginarlo causa risa.
No son diagnósticos lo que se espera de su palabra, sino
gestión. Y en el tema de la vinculación con el mundo luego de la declaración de
default en la crisis de cambio de siglo su gestión ha sido patética. Sólo falta
que culpe de su incapacidad a Rivadavia por haber contraído el préstamo con la
Baring Brothers, en 1824.
El horizonte próximo ha agregado una fortísima dosis de
incertidumbre a la que ya teníamos como consecuencia de las irresponsables
decisiones impulsadas desde el 2005. El ahogo externo se acentuará, lo que
incrementará el precio de la divisa, reducirá el salario, profundizará la
recesión, aumentará la desocupación y hará más vulnerable al país y a su
economía.
Todo eso no es responsabilidad de Alfonsín, de Menem, o de
De la Rúa, sino de la gestión que hace más de una década tiene las riendas
exclusivas y totales del Estado. El país es uno, como lo es su historia, y a
quienes les toca enfrentar los problemas de cada momento se les exige que los
resuelvan, no que se entretengan elaborando relatos calenturientos sobre lo que
hicieron quienes les tocó antes, mientras los problemas se agigantan. Como
ahora.
Desde esta columna hemos dicho, no ahora sino ya desde el
2005, que el país debía normalizar su situación externa totalmente y que no
podía seguir por el mundo esquivando acreedores, trampeando deudas o victimizándose
como los estafadores seriales cuando quienes nos prestaron fondos en su momento
pretenden cobrarlos. El tiempo de culpar al "imperialismo" de la
incapacidad propia pertenece a la historia, y hoy sólo un par de países en el
mundo actúan con este nivel de irresponsabilidad.
También dijimos que era altamente improbable que los jueces
norteamericanos resolvieran no aplicar la ley vigente, a la que la Argentina se
sometió expresamente y que era mejor realizar un arreglo, el mejor que fuera
posible, antes que enfrentar el inexorable camino hacia un nuevo default. Pero
privó el capricho. Hoy estamos en el peor escenario.
La verdad, y como también lo hemos sostenido, ésto no tiene
remedio con esta gestión. Las cosas no pueden mejorar, sólo empeorarse. Aún sabiendo
que no es políticamente correcto pedir una renuncia, cada vez está más claro
que sólo un cambio total del equipo de gestión, incluyendo la presidenta, puede
cambiar la historia sin hundirnos aún más en un pantano del que resultará
también cada vez más difícil salir.
Ricardo Lafferriere