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La agenda programática para ganar en el 2015

La agenda programática para ganar en el 2015

lunes 12 de mayo de 2014, 23:54h
Hay que creer, aunque parezcan ingenuas para nuestros oídos cansados de racionalizaciones
 
Convergen seguramente muchas motivaciones en una jornada electoral para definir la decisión de los que eligen la misma lista: en algunos primará cómo los afecta la economía, en otros la fascinación por algún líder político y su mensaje, en aquellos el bando elegido para la controversia ideológica, en no pocos la aversión a la imagen del contrincante -lo que lleva a no votar por adhesión sino por rechazo-, también la presión mediática, o la fidelidad a una bandera, o seguro una mezcla en que pesarán distinto las motivaciones según la personalidad y el tipo de tensiones públicas en cada momento. Pero siempre hay algún factor predominante, individual o colectivamente.
 
Toda sociedad se compone de un sector más politizado, aunque no necesariamente "partidizado", y otro alejado del seguimiento habitual de la política, pero cuya cultura ciudadana se expresa en su opinión cotidiana y en el voto. La "opinión pública" también es una mezcla, con componentes registrables en las encuestas y otros casi inconscientes pero con capacidad de orientación de voluntades.
 
No tengo dudas de que el triunfo de Yrigoyen en el 16 se debió a la necesidad pública de vigencia de derechos ciudadanos, así como el de Perón en el 46 a la reivindicación de los entonces marginados que prometía y, sobre todo, que ya había empezado a ejecutar como integrante del gobierno militar, necesidad que la Unión Democrática no entendió. Asimismo, no dudo que el de Alfonsín en el 83 se origina en haber sido intérprete y garante del hambre colectivo para recuperar convivencia sin atropello, con ley y sin sangre, necesidad que el peronismo no interpretó.
 
Y el de Menem en el 95, porque había regalado a los pobres y a la clase media baja la inapreciable virtud de un peso que compraba lo mismo hoy que ayer, a pesar de la desocupación. E incluso De la Rúa, en el 99, cosechando los beneficios electorales de una economía desgastada que ya no otorgaba los beneficios de la estabilidad, y hacía poner la atención de los votantes en vicios -antes pasados por alto- de frivolidad y conservadorismo de toda la década.
 
¿Y cuál sería, hoy, el reclamo latente de esta época que pueda orientar la decisión de los votantes? No hay videntes en estas cosas, sólo hay gente que pueda acercarse sin prejuicio a la realidad de los hechos sociales.
 
Y ésta es que la sociedad argentina cambió mucho en pocas décadas, se fragmentó y complejizó notablemente, y sobre todo se fue consolidando en dos hemisferios sociales muy desiguales y cada vez más aislados entre sí.
 
En el corto plazo, con una década de crecimiento y abundantes recursos fiscales, es bastante fácil disimularlo y relativamente barato para el PBI mejorar la situación de los pobres y conseguir su adhesión, como ha hecho el peronismo en el gobierno. Salvando las diferencias de sociedad, es lo mismo que ha hecho el chavismo en Venezuela. Y es la estrategia de todos los populismos latinoamericanos, que no cambian la matriz distributiva perdurablemente.
 
Más difícil es conseguir la voluntad de la clase media, un sector de la cual se resiste por razones distintas a las económicas, incluso en los períodos económicos más benévolos, y a pesar de ser beneficiaria del boom económico mientras dura.
 
No vale apelar, como hace el oficialismo argentino y buena parte de la oposición, a la fantasía tranquilizadora de la vuelta al perfil social de los años '50 y '60, porque la moderna estructura de producción y los nuevos mercados de trabajo muy discriminadores imponen su regla.
 
El proyecto alternativo, buscado por muchos aisladamente pero sin presencia en los temas de discusión política, debe integrar un mensaje-puente entre los dos hemisferios sociales de una sociedad partida en dos, como la argentina y venezolana. Mensaje y proyecto tienen que convencer del gran tema de la época, tienen que fortalecer la cohesión social, y ello es imposible sin tener en cuenta, a la par de la mayor productividad de la economía, un proceso redistributivo que supere los vicios polares de la postergación y el consumismo. Sino, estamos condenándonos a la desunión, el resentimiento, la violencia, y la demagogia que aproveche los cíclicos momentos felices de la economía, generando ilusiones de pronto fracaso. Hay que creer, aunque parezcan ingenuas para nuestros oídos cansados de racionalizaciones, lo que dijera Aristóteles: "Las instituciones son obra, todas ellas, de una benevolencia mutua; es la amistad la que lleva a los hombres a la vida social".
 
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