Francisco, un hombre normal
lunes 14 de abril de 2014, 17:35h
Conmueve ver a Jorge
Bergoglio, el Papa Francisco, arrodillado, de espaldas, en la foto que la agencia AFP distribuyó
a finales de marzo pasado por todo
el mundo. Francisco estaba confesándose postrado ante el que suponemos un azorado, al tiempo que sorprendido e ilusionado, sacerdote que en
esos momentos ocupaba uno de los
confesionarios de la basílica de San
Pedro en la Ciudad del Vaticano.
Este Papa es fascinante por algo que debiera ser cotidiano pero -ya lo vemos-
cada día lo es menos: la normalidad. El poder, expresado así, en genérico, ha ido dando pasos hacia atrás
y poco a poco en los últimos años para convertirse en algo distante, inalcanzable, lejano, para el común
de los ciudadanos y Francisco
se ha dado cuenta porque ha sido
alguna vez ciudadano y, lo que es más difícil, lo sigue siendo todavía
para la hipócrita admiración de sus
iguales (jefes de estado,
reyes, presidentes de gobierno,
ministros) que tanto lo alaban
públicamente, pero al que tanto denuestan
en la intimidad.
Dioses
Desde los reyes
egipcios a los emperadores romanos, o los reyes de Arabia Saudí -pongamos por
caso-, sabían y saben muy bien, que la
divinidad de la que ellos mismos alardean, es
un escudo impermeable contra
la animadversión del pueblo. Ellos conocen también que, aunque tengan apariencia humana, no deben aparecer como
un ser humano más ante el pueblo. "Tenemos más de dioses que de hombres, -se dicen- y, por tanto,
ellos nunca osarán intentar ser como nosotros porque no son de nuestra condición".
Francisco ha acabado con todo esto. Es Papa, sí, pero, ante
todo, es hombre, es mortal y pecador,
como todos los hombres y, por tanto, se
arrodilla ante un humilde sacerdote, como él también fue algún día, para mostrar su debilidad públicamente y decir
así al mundo que "soy como vosotros. Más aún, soy uno de vosotros", que es tanto como
decir que vosotros sois como yo.
Quizás este sea el
único y simple secreto de que la personalidad de Francisco haya
atraído a tirios y a troyanos, a Obama, Fernández de Kirchner, Hollande, o a
medios de comunicación
tradicionalmente agnósticos,
cuando no ateos. Se trata, ni más ni menos, que
de un hombre tan valiente como
humilde, tan claro como alejado del boato. Es, sin duda, un soplo de aire fresco que ha inundado, no solo la Iglesia católica, sino todo el
escenario social y político
mundial que, sin duda alguna,
será un poquito mejor después
de que Francisco haya pasado humilde, abierto, sonriente, sincero y
directo por el Papado de Roma.