Reformas en la isla: Cuba va
jueves 03 de abril de 2014, 13:37h
El parlamento cubano dio curso a la mayor reforma económica
desde que Fidel Castro se alejó del poder a comienzos de 2008. Una ley de
inversiones extranjeras, que garantiza no sólo el derecho de propiedad, sino la
vuelta de las ganancias a sus países de origen, será la herramienta para abrir
la economía del país. La educación y la salud, a resguardo.
Cuando el 24 de febrero de 2008, después de 49 años
ininterrumpidos en el poder, Fidel dejó su lugar como Jefe del Consejo de
Estado y Ministros a su hermano Raúl, quedaba claro que Cuba ingresaba en otra
era política. El terremoto simbólico que generó el vacío del líder de la
Revolución no fue reemplazado por una sustitución escénica en el cuerpo de su
hermano. Raúl asumió el gobierno bajo la nueva premisa de acelerar los cambios
que ya asomaban en la isla desde la apertura que, de hecho, que había
siginificado la caída de la Unión Soviética en 1991.
Si la última etapa de Fidel había estado signada por la
aventura de sobrevivir sin renunciar a las bases ideológicas socialistas frente
a los innumerables pronósticos que le daban apenas meses de vida, el gobierno
de Raúl tuvo y tiene aún por delante el desafío de volver viable en el mediano
y largo plazo a la comunidad social y política que nació en 1959.
Los primeros años después del hundimiento de la URSS fueron,
naturalmente, desastrosos para los niveles de vida que había conseguido la
sociedad cubana. El modelo mostró todas sus falencias: dependencia externa,
producción primarizada, baja productividad, aislamiento hemisférico. Habría que
ponerle, de todas maneras, un marco: cuando Cuba se proclamó socialista a
comienzos de los años 60, sus líderes no podían imaginar que 30 años después su
revolución iba a quedar, casi literalmente, sola en el mundo.
Sin embargo, tozudamente, el sistema sobrevivió. Las causas
de la supervivencia cubana hay que buscarlas en el carácter popular,
microfísico y de raíz nacional como se vive el proceso revolucionario.
Los noventa cubanos, llamados "especiales" por el gobierno, fueron
un laboratorio inédito. Tal vez de una renovación sólo comparable a la del
ímpetu de los primeros años, e infinitamente más ricos que los gélidos setenta
y ochenta, cuando el maná soviético se volvió un yeso que inmovilizó la
creatividad política, social y económica de la isla. Los noventa pusieron en
jaque las tesis marxistas, pero dejaron con vida al invento guevarista del
"hombre nuevo". Al menos en su formato más laxo, el "solidario". La carestía
generalizada se ocultó con la solidaridad interna del tejido comunitario que se
había construido. Y allí radicó una apuesta arriesgada pero exitosa de los
cubanos: destruida su economía (que por otro lado, después de largos años de
socialismo subsidiado seguía siendo una economía pobre y endeble, como la de
cualquier "vecino") la apuesta fue la riqueza intelectual de sus habitantes.
El gobierno, en sus momentos de peor restricción, no apostó
por la "materialidad" del níquel o el azúcar, sino por la formación de médicos
y maestros, por un lado; y a la estética
de sus playas y el "sabor" de su gente, por el otro. Lo primero le sirvió para
sostener la educación y salud de la población, lo segundo para generar masas de
turistas que le aportaran los dólares que sus exportaciones esqueléticas no le
daban.
La apuesta no tuvo nada de romántica, sino que se pareció
más a la decisión de algún economista ortodoxo de aquella década: dime tus
ventajas comparativas y te diré dónde dirigir tus recursos. La Revolución,
entonces, fue muy exitosa eliminando el analfabetismo, pero también, reduciendo
los daños del fracaso de su proceso de
industrialización.
Cuando comenzaron a germinar gobiernos de izquierda en
América latina, Cuba presentó esa carta de supervivencia como un viejo que pide
contar una historia ancestral: lo que dice ya no significa lo mismo que en sus
años mozos, pero tiene el valor de crear un hilo histórico entre tiempos
distantes. Fidel recibió con honores a Chávez en 1994, cuando este era visto
por todos los demás como un militar, golpista y fracasado. Cuando en el 2003,
Néstor Kirchner asumía como Presidente frente al descrédito generalizado por la
política, y con sólo algunas ilusiones aisladas y precarias, el líder de la
Revolución se subió a las escaleras de la Facultad de Derecho de Buenos Aires y
sentenció: "no saben el servicio que le prestaron a América latina al hundir al
símbolo del neoliberalismo". En Brasil, cuando Lula ganó las primeras
elecciones, viajó a la isla antes de cumplir un año en el poder. De golpe, Cuba
pasó a estar rodeada de aliados.
Con esos nuevos apoyos comenzó a cosechar esa inversión
social que había hecho durante la crisis. Para el que crea que se trató de una
jugada "sentimental", basta con mostrar algunos números: en Venezuela, desde el
2004 hasta hoy, desembarcaron unos 40.000 médicos cubanos que hicieron cientos
de miles de operaciones de vista y atenciones médicas en barrios pobres. En
Brasil, hace sólo un año, Dilma quiso replicar el programa de intercambio y ya
se instalaron casi 10.000 médicos en las periferias de las grandes ciudades y
poblados del interior. Gracias a esto, el renglón "servicios" en las expo de
Cuba, suma el 65% del total.
Sin embargo, esta industria "sin chimenea" no es suficiente
para darle viabilidad al sistema cubano. La incertidumbre sobre el futuro del
chavismo -después de la muerte de Chávez- tal vez haya llevado a la previsora
dirigencia comunista a no repetir la historia que ya recorrió con la URSS. La
reforma de Raúl otorga ventajas legales e impositivas para las inversiones
extranjeras. Inversiones privadas que ya están ocurriendo: la empresa
Odelbrecht, de capitales brasileños, está terminando un nuevo puerto de gran
calado que reemplaza al viejo de la Habana. Algunos creen que, por sus
dimensiones, está pensado como plataforma para
comerciar con los mismos EEUU (en la nueva ley, se deja la puerta
abierta a que los cubanos exiliados también puedan ser inversores).
A diferencia de la apertura del turismo en los noventa, en
este caso no se trata de una inversión "encapsulada", donde la vidriera
capitalista podía ser separada, en algún punto, de la vida cotidiana del resto
de la población. Y al mismo tiempo, aún en el cambio más drástico de estos
años, vive el instinto de supervivencia del modelo social: lo único que se deja
expresamente afuera de la apertura es la educación y la salud, esas dos cosas
que se volvieron a la vez valores simbólicos y materiales de la vieja
revolución.