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Repaso de las PASO

Repaso de las PASO

Por Federico Vázquez
viernes 09 de agosto de 2013, 11:57h
El fin de la campaña para las elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias permite revisar las estrategias y los discursos de los distintos partidos para ver el estado de la política y sus candidatos.
 
Se termina la campaña para las elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias del domingo próximo. Una campaña "corta" que tendrá, después del 11 de agosto, una segunda etapa con vistas a octubre. ¿Qué se movió después del inédito 54% del 2011? ¿Cuál es el "estado" de la política que pudo verse a través de las PASO? ¿Qué novedades y reincidencias pueden notarse en los spots publicitarios, los mensajes de los candidatos, los debates, los actos?
 
Por el lado del gobierno, la estrategia fue clara y previsible: mostrar la gestión que desde el Poder Ejecutivo se hizo durante estos diez años, y enunciar que la propuesta es continuar por ese sendero, profundizándolo. Para algunos -incluso para sectores cercanos al oficialismo- esta estrategia del kirchnerismo tiene sabor a poco, y se pide un mayor protagonismo de las iniciativas individuales de los candidatos, o una agenda más generosa sobre lo que podría venir. Sin embargo, aún aceptando como válidas las premisas, no hay que dejar de ver lo más evidente: que un gobierno elija como material de campaña, antes que cualquier promesa a futuro, lo que efectivamente hizo durante una década es un acervo que pocos (siendo generosos en el plural) pueden mostrar. De hecho, la media de los candidatos opositores practican sin mayor preocupación un borrón amnésico de sus pasos respectivos por la administración pública, atendiendo a la fórmula simplona de "mirar para adelante".
 
La novedad del oficialismo, al menos para esta elección legislativa, fue el abroquelamiento de las fuerzas propias, como respuesta al lanzamiento de la candidatura de Massa en la provincia de Buenos Aires. El acercamiento entre Scioli y el núcleo duro del gobierno nacional es un dato novedoso, y abre una dinámica inesperada para una relación que parecía encaminarse al desgaste sin retorno. A esto hay que sumar el riesgo de instalar la candidatura de una figura desconocida en el electorado, como Martín Insaurralde. Como observación al margen, de cómo salga la experiencia de traspaso de votos por parte de Cristina y Scioli al intendente de Lomas de Zamora, alguna evaluación se hará de cara a una posible reedición de la estrategia del "delfín" en el escenario presidencial de 2015. Hasta ahora, las encuestas muestran una lógica dificultad inicial, pero que puede ser vencida a fuerza de que los dirigentes con "votos" a nivel provincial y nacional (Scioli y Cristina en este caso) trajinen la campaña a la par que los candidatos. La idea de que el kirchnerismo "no tiene candidatos presidenciables" como verdad revelada e inmodificable puede verse abollada si el Frente para la Victoria logra, en cuestión de semanas, construir una representación electoral competitiva casi desde cero.
 
Pero más allá de las especulaciones a futuro, y de las particularidades que se dan en la omnipresente provincia de Buenos Aires, lo concreto es que, en todos los distritos, el Frente para la Victoria ubicó como eje de su campaña la difusión de su obra de gobierno. Que además esa agenda de lo hecho no esté desligada de ciertos "valores" ideológicos, de ciertas ideas-fuerza (rol del Estado en la economía, poner más recursos en los sectores más necesitados, recuperar y crear derechos colectivos) le termina otorgando una coherencia que, como siempre, habrá que medir en las urnas que aprobación social recibe, pero que sin dudas constituye un "sistema", un corpus lógico, aún si se lo mira desde la vereda de enfrente.
 
Una anotación más respecto a la campaña del Frente para la Victoria. En unos spots que circularon en las redes sociales en los últimos días se aprecia un intento audaz y saludable por unir las aspiraciones más concretas de vastos sectores sociales con el discurso "ideológico" que primó después del triunfo electoral de 2011. Una de las publicidades muestra a una madre haciendo la comida y poniéndole el delantal a su hijo. "Es un genio con la computadora. Quiero que sea ingeniero", dice, mientras su vástago teclea en una laptot de Conectar Igualdad. En otra, un joven limpia orgulloso su nuevo cero Km y junto a su pareja anuncia que ahora se anotarán en el Plan Procrear. "Vos también vas por todo", rematan ambos anuncios, después de poner en números generales de la macroeconomía esas vidas privadas. El spot es audaz porque zurce  algo que a veces corre por caminos paralelos y no debería. Es un intento por dar vuelta la construcción negativa que los medios opositores realizaron con el ya célebre "vamos por todo" que Cristina voceó el 27 de febrero de 2012 en un acto en Rosario. Relato de gestión y trayectorias se mezclan, se reconocen como parte de un todo. Algo que, durante el último año, cuando la política pareció discutir solo en y contra los medios, pareció perderse como horizonte de referencia. El "vamos por todo" inicial pudo ser interpretado y apropiado por la oposición como una referencia negativa, pensada por y para los convencidos y movilizados. El spot expone que esa frase puede ser también una referencia mayoritaria, donde tienen lugar los deseos y ambiciones de los argentinos comunes y corrientes. Una "humanización" del discurso político que, al mismo tiempo, no cae en el remanido "los problemas de la gente", siempre abstracto, siempre posible de ser llenado con cualquier contenido.
 
En las oposiciones, por definición, primó la variedad de estrategias. Con algunos acuerdos tácitos (y otros no tanto). Uno de esos acuerdos fue que ninguna de las principales fuerzas repitió el error de 2009 de prometer la llegada a tierra santa si el oficialismo saliera derrotado en las elecciones. La promesa de un grupo A en el Congreso posterior al 10 de diciembre brilló, sanamente, por su ausencia. No hubo esfuerzos por acercar agendas, lo cual lejos de ser un déficit parece un gesto de madurez para fuerzas políticas que sólo encuentran puntos de unión en su oposición al gobierno nacional. Tal vez, indirectamente, los cacerolazos del año pasado fueron un termómetro del público opositor, que estuvo lejos de pedir "que se junten", limitándose a expresar un descontento con algunas políticas oficiales particularmente sensibles para las capas medias (como las trabas para ahorrar en dólares) y se mostró más que distante con la mayoría de la dirigencia política.
 
En términos estrictos de la campaña, la performance de las listas opositores fue entre modesta y pobre. El tema que instalaron desde distintos atriles, con exclusión de casi cualquier otro tópico, fue el miedo a un fantasmagórico proyecto reeleccionista de Cristina. Oponerse a algo que no existe y que, desde ángulos matemáticos y políticos, dista de parecer previsible es casi una trampa discursiva, útil cuando se carece de otras opciones. Se podía entender (aunque no se explicitó así) que el rechazo a la reelección encubre un veto a cualquier continuidad del proyecto kirchnerista, en pos de una "alternancia"  que es elevada -sin sustento alguno desde el punto de vista legal- a la categoría de axioma democrático.
 
El "Argen" y "tina" del Frente Progresista Cívico y Social, o los spots de Sergio Massa, buscaron hacer pie en la mentada idea del "país dividido" y ponerse ellos como los reconstructores de un clima menos virulento, casi amigable. El kirchnerismo, incluso a fuerza de algunos aciertos que se le reconocen, habría construido una sociedad que se odia a sí misma, complicando a los asados de domingo entre amigos tanto como las políticas de larzo plazo. Se pararon fuera del conflicto, ofreciendo a la sociedad una representación política aparentemente suavizada, que mira con extrañeza el estado del debate público, muy "ideologizado", partido en mitades irreconciliables, inservible, arguyen. Se trata de una equidistancia un poco parcial: se nombra y culpa al gobierno -uno de los "bandos"- pero poco y nada se dice con quién sería ese enfrentamiento. Extraño enfrentamiento donde solo hay un jugador. La supuesta guerra oficial, el sobregiro del conflicto por el conflicto mismo tendría, desde esta mirada, una sinrazón de fundamento, porque sería un enfrentamiento con la nada misma.
 
En otro lugar se ubicaron candidaturas como la de Francisco De Narváez, o la de Elisa Carrió. Un discurso endurecido, que abreva en sus pasados inmediatos como candidatos en el 2011, donde pronosticaban un fin de la experiencia kirchnerista. El gobierno como la suma de todos los males, peligros de crisis económicas inminentes y catástrofes morales nacionales, fueron sus materiales discursivos preferidos. En el caso de De Narváez, la ausencia de una estructura política que supere las virtudes de su billetera, y la irrupción de la candidatura de Massa, acentuó los rasgos personalistas de su campaña, enfocada en mostrarlo como el más opositor de los opositores. En el caso de Carrió, ese lugar lo tiene ganado a fuerza de permanecer en la escena anti k desde hace diez años. Un año de denuncias de corrupción en los programas de Lanata seguramente ayudó a revalidar en cierto público los modos discursivos de Carrió, quién además logró conducir a un variopinto conjunto de dirigentes radicales y progresistas capitalinos detrás de su objetivo personal.
 
Salta a la vista que la adopción de un discurso "suave" o "duro", no implicó cercanías políticas, ni tampoco puede concluirse que uno u otro tengan, a priori, el favor de los votantes. De Narváez y Carrió son buenos ejemplos. Ambos con discursos que prácticamente pusieron al gobierno nacional como el mal absoluto, se encaminan a tener realidades electorales bien distintas. Lo mismo ocurre si se pone el ojo en los números que probablemente tendrán los opositores "soft".
 
Se puede concluir, entonces, que tal vez no haya un "cambio" de clima o que la sociedad ahora, en bloque, quiera una agenda distinta a la que se votó hace dos años. Lo que parece ir quedando en pie, y que las PASO pueden validar hasta que en octubre se hagan las elecciones legislativas, es una fragmentación política opositora que se refleja en la multiplicidad de discursos y estrategias de sus candidatos. Sería necio culpar por esto solo a la dirigencia. La confusión de discursos opositores parece expresar una fragmentación de miradas de los propios votantes que, salvo algunos grupos muy minoritarios, tal vez sepan qué no les gusta del actual gobierno, pero tengan menos claro cuál sería el rumbo alternativo. 
 
Cohesión interna con toques de novedad por el lado del oficialismo y fragmentación de discursos en las filas opositoras es un saldo posible para este cierre de campaña electoral. Bien mirado, estos parámetros son fieles con las necesidades de sus protagonistas: un gobierno de largo plazo que todavía da muestras de querer pensar su permanencia antes que su retirada y un conjunto opositor que aún tiene por delante decidir qué grado de continuidad o discontinuidad le va a proponer a la sociedad de cara al 2015.
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