lunes 29 de julio de 2013, 08:58h
Estamos a pocos días de una segunda experiencia de este raro
invento kirchnerista de las PASO, que, a su vez, forman parte de una mal
llamada reforma política, que sancionó un Congreso en su peor momento de
legitimidad, entre la derrota oficialista de mediados de 2009 y la concreción
práctica de dicha derrota, en diciembre de ese año.
Y si bien, en algunos distritos, y en algunos partidos, las
elecciones primarias servirán para dirimir candidaturas y composición de las
listas, lo principal de los votos de agosto es que permitirán tener una idea
más clara acerca de cuáles son las perspectivas electorales de los candidatos
en las "verdaderas" elecciones de octubre.
Por supuesto que entre agosto y octubre, las preferencias de
la sociedad pueden modificarse y que, ante el resultado concreto del gran censo
de las PASO, también pueden variar las actitudes y estrategias de los
candidatos, sean oficialistas u opositores, en su intento por consolidar o
alterar resultados.
Sin embargo, resulta difícil imaginar que las elecciones de
octubre puedan mostrar diferencias contundentes, respecto de lo que, desde el
punto de vista económico, importa para el corto plazo: la fortaleza o debilidad
política del gobierno de Cristina en sus, hasta ahora, últimos dos años de
mandato y el eventual surgimiento de liderazgos alternativos para sucederla.
El gobierno ha podido, por el momento, y gracias a un
escenario global benévolo, barrer debajo de la alfombra problemas estructurales
¨ganados" durante esta década.
Y enfatizo, durante toda la década y no sólo en los últimos
años.
Simplemente les recuerdo que la tendencia al crecimiento
sistemático del gasto público. La política de "divorcio" de los precios
internos respecto de los internacionales y su consecuencia sobre la oferta de
bienes, los subsidios y el deterioro creciente de la infraestructura.
La conversión del sistema jubilatorio en una mezcla de un
alto e indiscriminado subsidio universal a la vejez, y bajos montos de
jubilaciones de reparto, con un ANSES desfinanciado y liquidando mal sus
compromisos.
El relato del desendeudamiento.
El aislamiento comercial externo.
La destrucción de lo que quedaba del federalismo.
La discrecionalidad y opacidad en el manejo de la cosa
pública. Y, en general, la pérdida de eficiencia y productividad producto del
capitalismo de amigos (convertidos, en los últimos años, en apenas
"conocidos"), con fuertes incentivos a la concentración económica, formaron
parte del repertorio original del kirchnerismo desde un principio.
Las elecciones de octubre y su "anticipo" de agosto, nos
podrán dar una idea de qué tipo de gobierno tendremos "conviviendo" con los
intentos de cambiar este escenario económico de cuasi estancamiento (en niveles
altos, es cierto) y una tasa de inflación en torno a los veinte y pico por
ciento anual.
Porque resulta difícil proyectar, en particular ante los
cambios que se irán produciendo en el escenario global, dos años más de "crisis
administrada" de la manera en que se ha administrado (si se puede usar dicha
definición) durante los últimos dos años.
En efecto, la Presidenta consideró que el 54% de los votos
le permitían reemplazar con el mero ejercicio del poder y el voluntarismo, una
buena política económica.
La realidad, como mencionáramos la semana pasada, la ha
obligado, sin embargo, a desdecirse y a inventar nuevos engendros de la mala
política económica para reemplazar a los fracasados.
El acuerdo con Chevrón, o el desesperado y por el momento
poco exitoso, "traigan dólares por favor, no los vamos a defraudar". O la
marcha atrás en la pesificación de las transacciones inmobiliarias, son algunos
de los ejemplos citables.
El resultado electoral de Octubre, entonces, definirá la
capacidad política del gobierno para seguir probando alquimias, o su necesidad
de negociar con los nuevos liderazgos la política económica de los próximos dos
años.
Al respecto, con toda humildad y espíritu de colaboración,
si los eventuales nuevos líderes no le empiezan a plantear, con sinceridad, a
la sociedad, los costos que implica solucionar los desaguisados ganados en la
década, (siempre menores a los costos de no empezar a corregirlos) y no se
diseña una transición ordenada y realista, se corre el riesgo de volver, más
temprano que tarde, al fatídico escenario del "que se vayan todos".