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Un día de justicia

Un día de justicia

Por Florencia Saintout
miércoles 10 de julio de 2013, 08:47h
El juzgamiento y castigo de los asesinos de Daniel Migone pone en acto una lucha que lleva muchos años y abre una esperanza democrática en la práctica de la justicia, aún a pesar de algunos sectores corporativos que rehuyen a la democratización.
 
 
Después de casi ocho años de lucha contra la aún vigente maldita policía, el viernes fue un hermoso día de justicia. Defendidos por los abogados de la Asociación Miguel Bru, los familiares de Daniel Migone escucharon la sentencia: "prisión perpetua por torturas seguidas de muerte a los policías Luis Diaz Zapata, Daniel Espósito y Carlos Tolosa". Los tres policías, comprobados asesinos de Daniel Migone.
 
 
Hay dos reflexiones que resultan medulares. Por un lado, la persistencia de prácticas ilegales y sanguinarias de violencia institucional a treinta años de democracia. Esto no puede seguir pasando inadvertido. Los crímenes ejercidos por las fuerzas de seguridad son el abuso de poder más intolerable, se inscriben en la peor historia de nuestro país. En este caso, además, se hace todavía más escandaloso cuando pensamos que el asesinato de Migone se produjo en la misma comisaría en la que se había atormentado y luego asesinado al joven Miguel Bru en 1993.
 
 
No podemos dejar de pensar en el horror de lo que se ha juzgado. En sus dimensiones. En que en la misma unidad nueve en la que habían asesinado a Miguel (luego incluso de la condena a sus asesinos) se haya vuelto a asesinar. Nos golpean todo el tiempo las dimensiones de una cultura de la tortura y de la muerte en la institución policial que necesitamos erradicar definitivamente. Eso se puede hacer solo desde el Estado; si el Estado toma el tema en sus manos con una perspectiva de Derechos Humanos, con una justicia dispuesta a avanzar sobre estos crímenes, una justicia a la altura de las circunstancias.
 
 
Por otro lado, como contracara de esa vergüenza corporativa y antidemocrática que representa hoy en día el poder judicial, se encuentra la inclaudicable presencia de los organismos de Derechos Humanos. Resulta necesario remarcar esta presencia, ya que sin su acción militante sostenida no es posible pensar en justicia en Argentina. Por ello, ante las acciones de la corporación judicial que se esfuerzan por cerrar y blindar sus propios beneficios por encima de las decisiones del pueblo, los organismos de Derechos Humanos, nacidos al calor y abrigo de nuestras Madres y Abuelas, desafían a cada momento los límites que la corporación intenta establecer como estancos y cerrados.
 
 
Ocho años de lucha son ocho años de dolor, de indignación, de fuerza, de avances, de retrocesos. Son ocho años de amor: de los dos hijos que quedaron y se fueron haciendo grandes sin papá, de una madre sin hijo/abuela que se fue poniendo más viejita sin claudicar a pesar de las broncas. Y, especialmente, fueron ocho años de acompañamiento de otras madres y otros hijos que son los de los organismos, en este caso de la Asociación Miguel Bru.
 
 
La Bru, como la conocemos todos, en las universidades y en los barrios donde está presente, con sus abogados que no cobran un peso y se bancan la mirada y los aprietes policiales (que les gritan, entre otras cosas: "¡ustedes son de la presidenta!" como la acusación que piensan más estigmatizadora, de una presidenta que defiende a los otros que son la patria y que menos tienen). La Bru, decía, se hizo cargo de hacerle frente a los asesinos y también a una Justicia que aún con treinta años de democracia todavía sigue siendo para unos pocos.
 
 
La familia de Daniel fue acompañada por la Bru durante los ocho años que duró la lucha en reclamo del derecho al acceso a la verdad. Los funcionarios dijeron que Daniel se ahorcó con su campera de jean en el calabozo, desde un camastro a pocos centímetros del piso. Desde el dolor, y ante la inaceptable violencia de ese acto que reafirma la impunidad con la que las fuerzas de la maldita policía se despliegan ante nuestros jóvenes, la Bru decidió avanzar en la búsqueda de verdad y justicia. Cada una de estas luchas parte de una premisa de futuro y de vida, el juzgamiento y castigo a los asesinos de Daniel hace justicia con sus asesinos y, en el mismo acto, actúa sobre el futuro, sobre la necesidad imperiosa de que esto no vuelva a ocurrir.
 
 
Si a Lanata lo tienen harto los derechos humanos, quiere decir que está de acuerdo con que los crímenes como el de Daniel Migone y Miguel Bru continúen ocurriendo y quedando impunes. La lucha por los Derechos Humanos no tiene fin, siempre nos encontraremos luchando por ampliar derechos, la Bru lo sabe muy bien, por eso mismo se constituye como una asociación, establece y organiza su carácter político para que la maldita policía no siga llevándose impunemente la vida de Miguel, de Daniel y de tantos otros jóvenes.
 
 
Esta sentencia nos provoca alivio y alegría, algo que hay que celebrar. Se hizo justicia, frase tan presente en nuestras memorias del cine pero tan infrecuente cuando se trata de casos de violencia policial. En este caso se consiguió justicia y eso nos llena de esperanza, de fuerzas para seguir luchando por una democracia mejor, aún a pesar de algunos sectores corporativos de la justicia que rehuyen a la democratización.
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