Por
José Méndez La Fuente
miércoles 26 de junio de 2013, 16:59h
Las últimas
manifestaciones de cientos de
miles de personas en las calles de las principales ciudades de Brasil,
protestando contra la corrupción en las altas esferas gubernamentales, el
despilfarro del erario público en gastos
excesivos como la Copa Confederación y
otros preparativos del Mundial de Futbol
del próximo año que sobrepasan los 15
mil millones de dólares, así como el mal
funcionamiento de los servicios públicos, que llegó a su clímax con el aumento
del 20 % dela tarifa de busetas, buses y otras
formas de transporte popular, son el
sonido milenario de una sociedad hastiada, en su historia, de gobiernos
deshonestos y una desigualdad social insultante, que sustenta su identidad nacional sobre la
popularidad de la samba y del futbol, y que forja su presente entre la explotación del pasado y el exuberante
potencial de su futuro.Un futuro, al que
la actual presidenta del Brasil Dilma Rousseff, la primera mujer en
ocupar ese alto cargo, quiere dejarle unas bases solidificadas. Pero el pasado, ese pasado que va y viene en la
historia de los pueblos y se convierte en presente repentino, se le ha
atravesado en el camino.
Quien le iba a decir
a la antigua protestataria del estatus quo, a la otrora guerrillera que luchó
contra los regímenes militares de los 60, que el pueblo, ese mismo pueblo del
que fue parte comprometida, se le iba a
rebelar ahora de manera tan ofuscada y contundente, hasta el punto de llegar a
pedir su dimisión. En ciudades como Rio de Janeiro, las concentraciones y
riadas populares llegaron a medirse en
más de 400 mil personas. Muchas de ellas, rescatadas de la pobreza por
los programas sociales del gobierno de
Lula.
Volver la vista atrás
y recordar a su mentor en el Partido de los Trabajadores y predecesor en
la presidencia, por dos periodos, Lula da Silva, al comenzar
la década de los 90, es decir,
apenas unos 20 años atrás, jugando un rol relevante entre los conductores de las
protestas que exigieron la renuncia del
presidente Collor de Mello, resulta irónico además de paradójico. A Collor de
Mello, acusado de corrupción, la
irresistible presión del clamor popular, que
en su momento cumbre llegó
a concentrar a millones de ciudadanos en Rio de Janeiro, algo jamás
visto en la historia política del Brasil, lo obligó a dimitir el 29 de
diciembre de 1992.
Lo irónico es que la corrupción ya estaba presente cuando
Dilma llegó al poder; élla más bien lo denunció y lo enfrentó llegando a
deponer a algunos miembros de su gabinete, aunque ésto solo no fue suficiente.
El paquete del Mundial de Futbol y de las Olimpiadas, que fueron en su momento,
motivo de fiesta y orgullo del poderío que había alcanzado el modelo de
desarrollo brasileño, también se los dejó Lula, y arrastrarán con su costo
multimillonario el desagüe económico del próximo gobierno, cuyo presidente será
elegido en el 2014. Y en cuanto a los
reclamos contra el alza de los precios del transporte, no obstante que Dilma no
solo ordenó dejar sin efecto las nuevas tarifas, sino incluso rebajarlas, aquellos aún persisten. El problema para
Dilma es que no obstante sus antecedentes, no se comporta como una genuina
populista y ha tomado medidas económicas que buscan desarrollo sostenido, a
mediano y largo plazo, en lugar de
correr la arruga con mayor gasto social.
Pero ya ha empezado a corregir la situación poniéndose del lado de los
manifestantes y reconociéndoles su
derecho a reclamar, así como la justicia
de sus reivindicaciones. Sin duda una
mujer inteligente.
El modelo populista
puede lucir cansado con estas manifestaciones de desaprobación y disgusto
social, pero no está sin embargo
agotado. Los indignados del Brasil, con todo y sus protestas, volverán a las
urnas el próximo año y lo más probable es que vuelvan a reelegir a Dilma si
ésta les dice lo que quieren oír, o al propio Lula, si es que decidiese volver
a lanzarse a la presidencia nuevamente.
Como estoy seguro que si Chávez resucitase ganaría fácil otras elecciones
presidenciales en nuestro país, pues es seguro que sería capaz de convencer a
quienes se quejan diariamente del
desabastecimiento de alimentos y de papel higiénico, así como de la devaluación
que afecta sus bolsillos, que el único
responsable es Capriles, o en todo
caso, Maduro. El populismo se reinventa
constantemente y siempre encuentra nuevos liderazgos, no importa que el propio
pueblo se vuelva contra él.
En Venezuela, es evidente que la oposición aún no ha
encontrado el líder populista que necesita.
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