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Brasil: la política en las calles

Brasil: la política en las calles

Por Federico Vázquez
domingo 23 de junio de 2013, 11:58h
Con una movilización nacional inédita en su historia, Brasil está ingresando en un cambio profundo. Distintos sectores sociales, hasta ahora pasivos, están reclamando un cambio de agenda política. Después de una década de mejoras sociales y económicas, los brasileños desafían al gobierno de Dilma Rousseff a incorporar esas demandas.
 
¿Qué pasa en Brasil? Como todo momento en que algo profundo parece estar cambiando, lo interesante es plantearse preguntas, antes que cerrar respuestas veloces. Más cuando la distancia (no la geográfica, sino la enorme distancia comunicacional y cultural que todavía persiste entre nuestros países) nos llama a la cautela en las definiciones.
 
Son ya varios los días de manifestaciones multitudinarias en decenas de ciudades de Brasil. Desde la megalópolis de San Pablo, hasta la nordestina y pequeña Aracajú, cientos de miles de personas salieron a las calles. Es una de las pocas veces en la historia de Brasil que existe algo así como una protesta de alcance "nacional". En la complejidad del país vecino, Brasil construyó un sindicalismo combativo y que pudo con éxito construir una herramienta política y llegar al gobierno pero, al mismo tiempo, nunca realizó una huelga simultánea en todo el país. En definitiva: a diferencia de la historia Argentina, con una tradición muy fuerte de movilizaciones populares y ciudadanas, en Brasil la ocupación del espacio público por parte de manifestantes, al menos con estos grados de masividad, es algo muy excepcional.
 
Sin no podemos ser conclusivos en el diagnóstico, podemos señalar algunos disparadores para pensar qué está ocurriendo en el país vecino:
 
-La represión. Las movilizaciones se multiplicaron después de que la policía militar reprimiera desbocadamente en las calles de San Pablo. Al otro día, la movilización se multiplicó. La reacción social frente a los abusos policiales parece estar marcando un pedido ciudadano que viene con atraso. Aún después de treinta años de democracia, las fuerzas de seguridad siguen actuando bajo lógicas represivas muy duras, independientemente del color político del gobierno. Existe una "seguridad militarizada" que es incluso usada por los gobiernos del PT a la hora de imponer alguna presencia estatal en las favelas, por ejemplo. Con algo de injusticia, la reacción social de estos días despertó recién cuando la Policía Militar la emprendió contra los jóvenes universitarios de clases medias. Como sea, este déficit democrático -que se ancla en una larga tradición donde la elite brasileña fue siempre refractaria a la participación popular en cualquiera de sus formas- parece ser uno de los nudos que deberá comenzar a desatar el gobierno de Dilma.
 
-La participación política. A diferencia de otros procesos políticos en la región (como el argentino o el venezolano) la década de gobiernos del PT en Brasil no fue acompañada por una militancia política masiva. Los gobiernos de Lula y Dilma no tuvieron en su agenda una convocatoria a la movilización de su base electoral. Menos aún en los jóvenes. Una de las características de Brasil es que la iniciativa de la participación social y política tiene aún un protagonismo destacado de las ONG. Las organizaciones de la sociedad civil sin pertenencia partidaria siguen cuasi monopolizando la noción de "participación", de hacer "algo más" que el compromiso cívico del voto cada dos años. Mientras tanto, la militancia partidaria y de los movimientos sociales como el MST o los sindicatos se encuentran encapsulados en círculos más estrechos y no parecen haber tenido en estos años un crecimiento relevante en la escena pública. De hecho, en las movilizaciones de estos días, los partidos que forman parte del gobierno (principalmente el PT y el PCdoB) llamaron a sus militantes a ir a las calles, intentando tejer algún puente con las demandas de los manifestantes que, a priori, tienen más que ver con la izquierda que con los sectores conservadores. Sin embargo, el experimento terminó mal: las modestas columnas partidarias fueron abucheadas, y los manifestantes más exaltados arrebataron y quemaron banderas del Partido de los Trabajadores. En definitiva, estos diez años de gobierno de la izquierda brasileña no tuvieron un correlato en el "control político de la calle". Mientras la sociedad permaneció desmovilizada esta ausencia no pareció tener mayores consecuencias para el gobierno, pero en un contexto de efervescencia social como el que está atravesando Brasil, esta carencia se vuelve notoria.
 
Más allá de la movilización callejera, existe una idea extendida de que las prácticas políticas no se modificaron. No casualmente el momento de mayor debilidad del PT -al menos hasta ahora- fueron las denuncias de compra de voluntades de diputados de otras fuerzas por parte del partido de gobierno en el 2005. Un hecho que rozó al propio Lula y rompió el halo de transparencia que había construido el PT desde su fundación en los años 80. Tal vez por eso, algunos figuras del gobierno comenzaron a señalar la necesidad de encarar una reforma política.
 
-La crisis "electoral" de los sectores medios. Las manifestaciones son masivas, las del día jueves, en todo Brasil, movilizaron a más de un millón de personas. Cualquier movimiento que involucra a esa masa de gente supera una característica de clase social pura y dura. Cuanto menos, su influencia derrama necesariamente sobre todo el conjunto social. Así y todo, hay que señalar lo evidente: no son los sectores más humildes los que están saliendo a las calles, sino los sectores medios y medios altos. Según la encuestadora Datafolha, el 77% de los que participaron en las marchas tienen estudios universitarios. La convocatoria por las redes sociales, el foco puesto en los gastos para el mundial de fútbol, la acusación genérica de "corrupción" a los políticos y funcionarios, son algunas señas que también denotan una pertenencia social y cultural de los manifestantes. Se trata de una bronca difusa, extensa y la vez opaca, que se expresa por meta-consignas, antes que por reclamos concretos. Como dicen muchos de los manifestantes las movilizaciones son "por todo", para "cambiar al país".  Una crisis de representación, pero con una característica fundamental: no es una crisis global del sistema político, en tanto no alcanza a las grandes mayorías, sino a un sector social minoritario, aunque numeroso y con una gran influencia en la construcción de la agenda social. Una masa social quedó fuera de la hegemonía electoral que supo construir Lula y luego Dilma. La crisis de este sector es clara: desde hace una década no consigue ganar elecciones presidenciales. Es la versión brasileña del drama de las oposiciones políticas sudamericanas: sus bases electorales, poderosas en su influencia aunque minoritarias electoralemente, se encuentran frustradas. La consolidación de este escenario (que, además, no parece por ahora mostrar signos reales de agotamiento en tanto todos los sondeos marcan una muy probable reelección de Dilma el año que viene) parece estar llevando a los sectores medios algo así como una "política por mano propia", ante la baja performance de sus representantes partidarios. En este aspecto, Brasil parece continuar una dinámica que ya se presentó en Argentina y Venezuela.
 
La necesidad de una agenda nueva. Amén de estos intentos de caracterización, hay un hecho significativo: la agenda de las protestas, aun con su tono difuso, muestra los síntomas de una sociedad que, en estos años, mejoró. Pedir "mejor educación", "mejor salud", o incluso discutir si los recursos públicos deben ir hacia la organización de una Copa del Mundo muestra que, de mínima, hay algo que repartir. Lo que parece haber permeado (aún entre los sectores opositores) es un discurso, donde se pide más derechos ciudadanos. Pensando en términos regionales, el clima de época que impusieron los gobiernos progresistas construyeron un sentido común de "izquierda" (distribución del ingreso, igualdad, defensa de lo público, participación política, no represión de la protesta, etc). Volviendo a Brasil,  la emergencia de una agenda basada en una expansión de la cobertura social (con el trípode de transporte, salud y educación, que denota una pertenencia urbana, tener un trabajo y expectativas sobre el futuro personal) pone al gobierno de Dilma ante el desafío de incorporar esas demandas, en tanto no constituyen un cuestionamiento al rumbo de su presidencia pero sí la necesidad de una profundización.
 
El Brasil del hambre y la pobreza extrema, que fue la agenda de Lula, necesita un reemplazo. Por la enorme virtud de haber conseguido arrimar mucho sus objetivos. Y en ese sentido, la pregunta es en qué medida la agenda esbozada por las calles estos días terminará marcando una nueva agenda al gobierno de Dilma.
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