Por
José Méndez La Fuente
viernes 26 de abril de 2013, 20:15h
Decía en mi artículo anterior 'Conteo Final', que la decisión del Consejo Nacional Electoral de
efectuar la auditoría de ley a la mayor
parte de las cajas dejadas fuera del muestreo correspondiente al día de las elecciones, era una muestra de
voluntad política, que mejoraría seguramente, la percepción que el venezolano
tiene de dicho organismo, no obstante su no imparcialidad, al estar integrado
por miembros notoriamente alineados a los intereses del partido de gobierno.
Sin embargo, las declaraciones de las rectoras del CNE en
los últimos días, han echado por tierra cualquier apreciación positiva al
respecto; pues no solo han servido para contradecir a la Rectora Presidente de
dicho ente, quien aseguró la semana pasada que se haría la auditoria a unas
cuatrocientas cajas diarias durante un mes, sino que además constituyen una
muestra del espíritu burlón que, al parecer, anima la decisión inicial y
refleja la peor faceta de un funcionario público, cuando comprometiéndose a
algo, con la ciudadanía, da luego indicios de no querer cumplir o lo que sería
aún más despreciable, simplemente incumplir. Eso provoca que la cuerda se tense
aún más y que los ánimos se caldeen al infinito.
Es de suponer que el señor Capriles ante esa circunstancia
de incertidumbre, debe sentirse metido en un callejón sin salida. Atrapado en
una situación apremiante que lo condena a quedar como un 'tonto' si no hace
nada o a tomar una acción más atrevida, casi desesperada. Afirmar como lo hizo,
que le robaron las elecciones, marca un antes y un después en el vaivén
político que sacude a Venezuela y abre un verdadero conflicto para el nuevo
gobierno, que queda ahora irremediablemente señalado como un impostor, tanto
nacional como internacionalmente. Ya no se trata de una "duda
razonable" dada por la pequeña diferencia de votos anunciada por el CNE y
las múltiples denuncias de irregularidades locales o particulares en
determinadas mesas o centros de votación, sino de una acusación de fraude
electoral hecho a conciencia.
La pelota está ahora del lado del gobierno. Evadir la
auditoria prometida públicamente y extremar aún más la violencia verbal contra
los opositores, o lo que sería más grave, criminalizar el enfrentamiento
tratando como delincuentes a Capriles y al resto de la dirigencia que lo
acompaña, no solo sería un error político de garrafales consecuencias para el
régimen y el chavismo en general, sino que signaría de manera indeleble y
definitiva ante la comunidad internacional, el nuevo rostro del novel gobierno
del señor Maduro, proclamado y juramentado como Presidente a toda prisa, casi
de urgencia; precisamente en un país en que la juramentación del también recién
electo presidente Chávez, tres meses atrás, fue considerada por el Tribunal
Supremo de Justicia, una formalidad no esencial, que podía esperar el tiempo que hiciese falta.
Un nuevo rostro el de este gobierno, que además de la sombra
de ilegitimidad que proyecta, ha mostrado su lado más despótico y arbitrario,
persiguiendo a los trabajadores de la administración pública en busca de los
votos perdidos. Que ha pretendido acallar a través del presidente de la
Asamblea Nacional, a los parlamentarios opositores, prohibiéndoles con una
rabieta infantil, el derecho de palabra, o que simplemente amenaza a todo aquel
que se confiesa oponente del régimen.
Es la nueva cara del fascismo, que ya conocíamos en su
anterior y más vieja versión chavista; la de las listas infames de Tascón, la
del ministro Ramírez reconociendo que no le temblaría el pulso para volver a
despedir a más gente de PDVSA, si no se apegaban a la revolución; la del brazo
en alto, pero en nuestro caso golpeando con el puño la otra mano: la de la
exaltación de la patria y del Estado que te lo da todo y al que todo le se le
debe, como valores supremos; la de la preeminencia de los símbolos y vestimenta
militares al más puro estilo mussolinista o hitleriano; la creación de
organizaciones de choque, paralelas al ejército oficial, como las milicias o
los círculos bolivarianos con franelas rojas, imitación de las 'escuadras de
acción' o 'camisas negras' de Mussolini y de las 'camisas pardas' de la
Alemania nazi; así como también, de la sustitución del título de Führer, Duce o Caudillo, por el de Comandante.
En fin, una historia harto conocida, que se cuenta en los
libros de texto; pero en la cual nadie del oficialismo se ha querido reconocer
hasta ahora, no obstante el asombroso
parecido.
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