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Las paradojas del anti-kirchnerismo

Las paradojas del anti-kirchnerismo

Por Soledad Guarnaccia
lunes 22 de abril de 2013, 16:43h
El núcleo paradojal de los manifestantes del 18A es que para concebirse como grupo retienen en el centro aquello mismo que pretenden impugnar: la representación política que ejerce la presidenta Cristina Kirchner.
 
La movilización opositora del "18-A" ha puesto nuevamente en evidencia algunas paradojas del anti-kirchnerismo. ¿Cuáles son? Se ha intentado sostener que el dilema central consiste en que los  manifestantes no han podido encontrar una representación política partidaria capaz de canalizar en propuestas una alternativa de gobierno. Esta caracterización, que sin dudas recoge una dimensión de lo que ocurre en las protestas, atribuye a los "movilizados" una intencionalidad política -la búsqueda de una representación- que se vería defraudada porque los dirigentes de la oposición no lograrían satisfacerla.
 
Sin embargo, para entender por qué no se sienten representados por los partidos de la oposición, es necesario advertir que los manifestantes del "18-A" no desconocen la representación política, sino que su verdadera paradoja consiste en que la única representación política que reconocen, la de la presidenta Cristina Fernández, es sin embargo la que, bajo su perspectiva, no podría representarlos.
 
El reconocimiento de esa representación aparece de manera hipostasiada: la omnipresencia de Cristina Fernández en estas manifestaciones es sorprendente. Los manifestantes no dicen, como se decía en 2001, "que se vayan todos"; dicen "¡basta!", es decir, que se vaya Cristina -el cuándo y el cómo depende del modo en que evalúen la posibilidad de que este proyecto político tenga continuidad.
 
A la Presidenta le atribuyen todo tipo de poderes: es autoritaria, totalitaria, manipuladora, controladora, corrupta y demás. Por lo que difunden los medios que construyen la plataforma imaginaria de estas movilizaciones, están pendientes de todo lo que la Presidenta hace: quieren saber de su sexualidad, de su salud psíquica, de sus tweets, si prefiere a su hijo o si lo relega en favor de algún dirigente de La Cámpora, etc.
 
Aunque muy deficiente como slogan publicitario, el que multiplicó en carteles Francisco de Narváez refleja palmariamente esta situación: "Ella o vos". De aquí se siguen dos cosas: por un lado, para ser "vos" hay que estar contra "Ella"; por otro, para ser "vos" no se requieren mediaciones, en especial, las mediaciones partidarias. Lo asombroso es que alguien que aspira a la representación política se anule de tal manera en sus propios spots publicitarios.
 
De este modo, para los manifestantes del "18-A" no hay un "déficit" de representación política sino  un "exceso" de la misma. De aquí que resulte legítimo preguntarse cómo es que los que así protestan contra el gobierno pretenden destituir una figura que constituye su subjetividad de principio a fin, que la necesitan a cada paso que dan en esas marchas para confirmarse como grupo. Bajo este esquema, en términos de estrategia política, solo puede concebirse el armado de un grupo A frente a un grupo K.
 
Desde luego, en la lucha política siempre se define un "otro" al que se plantea como adversario para ganar coherencia interna en la propia fuerza. Pero dado que los manifestantes del "18-A" se identifican como grupo proyectando en Cristina a un sujeto omnipoderoso y omnipresente, puede inferirse que el único modo que encuentran de destituir a quien por otro lado reconocen como la única figura que ejerce -bajo esta perspectiva, en exceso- la representación política es encontrando otro sujeto que sea tan onmipoderoso y tan omnipresente como el que dicen combatir. De aquí se explica en cierto modo la alegría de estos sectores con la designación de Bergoglio en el Vaticano: solo un papa, el representante de Dios en la Tierra, puede satisfacer simbólicamente estos requisitos.
 
Del mismo modo se explica la decepción constante con los líderes de la oposición: ninguno de ellos estaría a la altura de esta construcción imaginaria. De aquí surgen también los dilemas de muchos dirigentes opositores en relación con la marcha: algunos se quedaron en los perímetros de la movilización declarando para la televisión; otros, directamente se ausentaron. Ninguno puede encabezarla aún, porque ninguno puede aparecer con los rasgos omnipotentes que la protesta está reclamando para sentirse representada.
 
Distinto sería el caso si estos manifestantes lograran, aunque sea por un momento, pensar en una construcción política en la que el kirchnerismo no fuera el exclusivo centro de referencia que se requiere para construirse como sujeto político, si concibieran una forma de diferenciación política en que pudieran ser sin Ella. Es decir, si se plantearan superar al kirchnerismo, en lugar de destituirlo.
 
Para realizar este descentramiento, estos grupos necesitarían reconocer que el kirchnerismo, lejos de ser una monstruosidad, es una alianza política entre amplios sectores sociales que gobierna el país porque ha logrado en la última década resolver problemas tan graves como los que a todas luces eran evidentes en la Argentina del 2001. Si existiera ese reconocimiento, sería más sencillo para estos grupos instalar la idea de que la sociedad argentina demanda hoy otros objetivos políticos, definitorios de otro tiempo histórico que, por lo tanto, requerirían de nuevos actores capaces de legitimar esta propuesta en las urnas. Pero, para muchos de los manifestantes del 18-A, una definición así comprometería su "independencia" política. "No creo en la política, solo soy un ciudadano que quiere lo mejor para el país", declaraba uno de los asistentes a la última protesta.
 
De este modo, la escena está condenada a repetirse: el ciudadano "independiente" expresa en la Plaza un poder de impugnación. Para que sea validado, tiene que ser presentado como expresión de todo un pueblo, lo cual exige excluir no solo al nutrido pueblo kirchnerista, al que se describe como un sujeto manipulado por el dinero o la doctrina (en uno de los blogs que convocaron a la marcha, se afirma que el adoctrinamiento es una forma de "abuso de menores"), sino también a grupos sociales que, sin dejar de manifestar su descontento con algunas medidas del gobierno, son capaces también de reconocer abiertamente muchos de sus logros.
 
Por último, la paradoja principal que atraviesa a estos grupos consiste en que reclaman el lugar del pueblo al tiempo que conciben la ciudadanía como independencia de la política. Por tanto, aquel o aquella que asume la representación política, es un monstruo totalitario al que sólo cabe impugnar: viene a usurpar el rasgo definitorio de la individualidad, es decir, la independencia. Por ende, la impugnación termina siendo así el gesto político posible de este nuevo liberalismo del siglo XXI.
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