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El círculo vicioso de la desigualdad

El círculo vicioso de la desigualdad

martes 24 de abril de 2012, 20:31h
La relación entre política y sociedad es dialéctica: a veces empuja más una, a veces la otra. Hoy no hay escape para la política: tiene que decir la verdad que sea capaz de reconocer, asumiendo el riesgo de la impopularidad.

Toda sociedad produce, y distribuye ese producto entre sus integrantes. Las formas y criterios con que haga esa distribución son muy heterogéneos y variados en su combinación. Ora el mercado dándole a cada quien lo que este puede adquirir, acorde a su ganancia; o el estado, suministrándole bienes o servicios que no compra, por fuera del mercado; para hacer esto, el impuesto como recolección por el estado de una parte de ese producto.

Hasta aquí la cosa es bastante sencilla, aunque desde el comunismo igualitario extremo hasta el ultra libremercadismo se haya planteado siempre el mismo dilema: ¿cuánto a cada uno?, ya sea ese cuánto asignado por voluntad política, o por el aparente azar de la libertad económica . Pero la historia económica y social ha complicado mucho este boceto esquemático. Y existen tres dilemas mayores en materia distributiva que, sin ser nuevos, han cambiado mucho su gravitación en época contemporánea.

El primero es, llamémosle, filosófico: ¿cuánto me corresponde por lo que me gano honestamente (según la concepción de honestidad que sancionan las leyes); y cuánto por garantía solidaria, emergente de un contrato social también escrito en las leyes, o implícito en la cultura predominante? Valor retributivo del mérito o de la solidaridad, dos formas legítimas de la equidad. Claro que después talla la psicología: el rico convencido de que todo lo tiene por su aptitud (o la de su papá), y el pobre que percibe intuitivamente el despojo de la plusvalía.

El segundo dilema es el modernamente más conocido: la tensión distributiva entre el capital y el trabajo que, desde el siglo XIX, ha cambiado la faz del salario del trabajador , la legislación sobre derechos y obligaciones de las partes, y ha signado el desarrollo de una protección social predominantemente derivada de la condición del trabajo.

El tercero, mucho más intrincado y menos aparente, es el que se ha complejizado más en el mundo moderno: la tensión distributiva entre amplias clases sociales populares, e incluso intraclase social.

Los cambios en la tecnología y la economía modernas, acompañados por los educacionales, han diversificado y heterogeneizado los mercados de trabajo, quebrando el modelo excluyente de trabajo asalariado formal, y distanciando entre sí a las variadas categorías de trabajadores, y expandiendo, además, el contingente de los informales , aún los bien retribuidos, pero sin garantía de estabilidad y cobertura de riesgos sociales.

El cuadro de creciente desigualdad se completa con el también expansivo consumismo de las amplias clases medias -buena parte de cuyos integrantes actuales son hijos de los proletarios en reivindicación de hace setenta u ochenta años atrás-, celosas defensoras de sus prerrogativas; hiperconsumo de efecto ambivalente porque, al tiempo que alimenta el aparato productivo y el empleo, acentúa los contrastes sociales y distorsiona la inversión, fogoneando la "sociedad de malestar" . Balzac, en el siglo XIX, recordaba que "la avaricia comienza donde la pobreza cesa". El hiperconsumo es el modelo contemporáneo de la avaricia.

Los que hacemos política estamos desorientados (aunque poco nos guste reconocerlo) frente a una sociedad en que todos se culpan mutuamente por el malestar, y los que tienen alguna fuerza se abroquelan en las ventajas que consiguieron.

Sólo atinamos a proferir brillantes pero huecas admoniciones morales (iguales a derecha e izquierda), como harnero que pretende cubrirnos del sol de la contradictoria realidad social, demasiado caliente. Intuimos que no hay un mensaje y propuesta que satisfaga a todos nuestros potenciales votantes, y añoramos aquella sencillez del mensaje dirigido a una realidad todavía sencilla, hace poco más de siglo y medio: "¡Proletarios del mundo, uníos!".

La relación entre política y sociedad es dialéctica: a veces empuja más una, a veces la otra.

Hoy no hay escape para la política: tiene que decir la verdad que sea capaz de reconocer, asumiendo el riesgo de impopularidad en sectores del pueblo. Es fácil hablar de la codicia del capital, mucho más difícil señalar cómo las ventajas de una amplia ciudadanía no "capitalista" postergan la mejoría de otros, también amplios, sectores más débiles. Convencer, no seguir la corriente, es el desafío. Y el riesgo de no hacerlo es que, por no poder encarar la rigidez de la desigualdad, terminemos, por crisis de la democracia, sacrificando uno de los logros más preciados de la cultura occidental: la libertad

Aldo NeriEx Ministro de Salud de la Nación
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